martes, 2 de septiembre de 2008
Ella Fitzgerald más Gershwin más Andre Previn
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Artes en Blog personal por Música
¿No les ha ocurrido nunca a ustedes que han anhelado durante mucho tiempo adquirir algo que perdieron en el pasado y no lo encuentran de ninguna forma?

Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Hace ya muchos años, una pareja de amigos míos que vivían juntos pero no revueltos se convirtieron en las boyas que me mantuvieron a flote en un momento triste y penoso de mi existencia. Él vivía alquilado en el piso de ella, un pequeño pero coqueto apartamento con los techos agaterados situado en una populosa barriada de Santander. Los dos cohabitaban con pulcra modestia aquellas habitaciones que durante una época fueron mi anhelado paraíso, el refugio al que acudía cabizbajo en busca del confortable calor de la amistad de mis amigos y del de los troncos de leña que confortablemente ardían en el fondo de una inolvidable chimenea.

Fueron aquellas noches frías y lluviosas de otoño e invierno santanderinos, largos momentos de conversación íntima y fraternal, de confidencias y secretos que bullían en el ambiente estimulados por algo de alcohol, la escasa luz, la música sutil y una confraternidad de ley que en raras ocasiones he vuelto a sentir.

Uno de aquellos días de melancólica Arcadia coincidió con el cumpleaños de ella, y acudí con un pequeño regalo a la cena que se organizó. El disco le gustó mucho, y recuerdo que aquella noche lo escuchamos una y mil veces como fondo propiciador de conversaciones y sentimientos confortables.



Ella Fitzgerald
canta "I Was Doing Alright" de George Gershwin (vídeo colgado en YouTube por Barndog44)

El disco era un cd en el que la incomparable Ella Fitzgerald, ya al final de su vida, en 1983, cantaba con voz envejecida y enormemente sabia canciones de George Gershwin acompañada al bajo por Niels-Henning Ørsted Pedersen, y al piano por Andre Previn, ese gran director de orquesta y compositor que en sus ratos de ocio encontró tiempo libre para escribir  música para películas de Billy Wilder o Minelli, para ganar 4 oscar a la mejor banda sonora, o para casarse y descasarse con la ex del mismísimo Sinatra, Mia Farrow.

El cd, producido por Norman Granz y grabado el 23 de mayo de 1983 en los estudios de la RCA en New York, tenía por título una mítica canción del compositor, “Nice work if you can get it”, y, además de quedar asociado para siempre en mi mente a un momento de tranquila, rara y verdadera felicidad, sencillamente me resultó hermosísimo y emocionante, envuelto en su aire de agridulce despedida, ejemplo melancólicamente inmarchitable de una forma de hacer y cantar música que dejó de existir en aquella primavera neoyorquina de 1983.

Esa noche me hubiera llevado el disco de vuelta a casa como el ladrón que distrae una joya de valor incalculable y recién descubierta para atesorarla entre sus pertenencias más apreciadas. Pero era un regalo que le hice a mi amiga, presente que quería convertirse en símbolo de momentos irrepetibles, en la banda sonora de esos días que existieron para desaparecer al poco tiempo.



Frank Sinatra y Peggy Lee cantan "Nice work if you can get it" de George Gershwin (vídeo colgado en YouTube por Kicki91)

Durante años he buscado aquella grabación que dejé abandonada en el paraíso. Una búsqueda infructuosa, constante, desalentada por las circunstancias. En cada nueva ciudad visitada acudía lleno de esperanza a la tienda de discos de turno, y en ninguna lo encontraba. Ni en París, ni en Londres, ni en Roma, ni en Lisboa, ni en Madrid, ni en Barcelona, ni en Dublín, ni en Moscú, ni en Praga, ni en Budapest…

Ayer por la tarde entré un momento para hacer tiempo en una gran superficie de la calle Goya de Madrid. Pasé por la sección de libros sin prestar atención, compré el periódico en el rincón de la prensa, compré una pila para el mando de la puerta del garaje y distraído me acerqué a la sección de discos. Le eché un vistazo a la sección de clásica y ópera, donde encontré varias cosas apetecibles a las que supe resistirme; revolví luego entre los discos de jazz y tuve en mis manos varios compactos apetecibles que dejé tranquilos en su lugar. Ya dispuesto a marcharme vi un montón de discos apelotonados de Ella Fitzgerald, y mirando el reloj me acerqué un momento con la tensión de la rutina. Uno tras otro los fui pasando sin más consideración. Todos conocidos, todos vistos muchas veces, muchos comprados y escuchados, casi memorizados. Y el último de todos, de verdad, el último de aquella larguísima fila de discos compactos situada en un enorme estante cargado de cientos, de miles de discos, situado a su vez entre otras decenas de estantes cargados de más discos, colocados todos en un vasto espacio rebosante hasta el hastío de libros, películas…, y millares de otros artículos dispuestos a la venta y ofrecidos a decenas de miles de seres humanos de todas las razas y países que entran y salen todos los días de los muchos niveles del ciclópeo centro comercial de la calle Goya de Madrid…, el último disco, por fin, después de tantos, tantos años, era el que abandoné en aquel irrecuperable cielo, en aquel calor fraternal que ya sólo habita en mi memoria.

Mientras escribo estas líneas canta Ella Fitzgerald a mi lado canciones de Gershwin con Previn al piano. El paraíso y el tiempo recuperados en un puñado de melodías que ya no dejarán nunca de sonar.


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente