miércoles, 16 de mayo de 2007
García Lorca le escribe un poema al Giocondo José de Ciria
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
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En 1924 a García Lorca se le murió el amigo cántabro José de Ciria y Escalante. A él el granadino le dedicó un poema que es oración y epitafio.

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Juan Antonio González Fuentes

En 1924 al poeta granadino Federico García Lorca se le murió en Madrid un amigo, un poeta, el santanderino José de Ciria y Escalante. El poeta inédito y difunto no había nacido mucho tiempo antes, en 1903, y cuando en poco menos de una semana el tifus se lo llevó de este mundo, Ciria era sólo un estudiante de Letras en la capital de España; un estudiante que se alojaba en el elegante Hotel Palace y dirigía un revista de poesía, Reflector, cuya vida fue casi tan efímera como la de su impulsor: un único número.

A la muerte del amigo del norte, Federico quería darle poco crédito, y le decía a quien quisiera escucharlo que no le cabía la menor duda de que Ciria no había muerto. Sin embargo, la tozudez in able y siempre premonitoria de la muerte acabó imponiéndosele al granadino, y al tiempo decidió dedicarle al poeta amigo e inédito un poema como recuerdo y homenaje. Un poema que, con el paso de los días, no terminaba de brotar concluso de la abundante fuente poética lorquiana, hasta que durante una visita a una oscura y fresca alameda madrileña, el fantasma de Ciria se le apareció en forma de lágrimas propias.


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Federico García Lorca


Después de más de una semana de escritura y reescritura surgió el soneto a José de Ciria. Un soneto que es a la vez oración y epitafio. Un poema en el que Lorca escucha en la ausencia del amigo las voces del tiempo (reloj) y la naturaleza (el viento); en el que le pide que regrese en forma de luna, de luz de la oscuridad y latido de nada, de muerte, de la cara inversa de todo. En sus versos Lorca exhorta a un Ciria verde y frío al olvido, a que no tenga memoria desde su alcanzada altura y sonría, Giocondo y amigo, al mundo vano.

En la muerte de José de Ciria y Escalante

¿Quién dirá que te vio, y en qué momento?/ ¡Qué dolor de penumbra iluminada!/ Dos voces suenan: el reloj y el viento,/ mientras flota sin ti la madrugada.// Un delirio de nardo ceniciento/ invade tu cabeza delicada./ ¡Hombre! ¡Pasión! ¡Dolor de luz! Memento/ Vuelve hecho luna y corazón de nada.// Vuelve hecho luna: con mi propia mano/ lanzaré tu manzana sobre el río/ turbio de rojos peces de verano.// Y tú arriba, en lo alto, verde y frío,/ ¡olvídate! Y olvida el mundo vano,/ delicado Giocondo, amigo mío.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.