jueves, 10 de mayo de 2007
José Hierro, un poeta endemoniado
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
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En un artículo del año 1950 publicado en la revista santanderina Proel, José Hierro se autodefinió como un endemoniado.


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Juan Antonio González Fuentes

En tan sólo una década, entre 1947 y 1957, entre los veinticinco años de edad y los treinta y cinco, José Hierro publicó sus seis primeros libros de versos: Tierra sin nosotros (1947), Alegría (1947), Con las piedras, con el viento... (1950), Quinta del 42 (1953), Estatuas yacentes (1955), y Cuanto sé de mí (1957). Todos ellos, en mayor o menor medida, son representación hecha palabra poética del José Hierro que a sí mismo se declara como “falso joven” en un texto decididamente imprescindible para todo aquel que quiera acercarse con algún acierto a la vida y obra del poeta santanderino.

Me refiero al artículo “El arte de hace un día”, publicado por el poeta en el número de primavera–estío de la revista santanderina Proel en el año 1950, y que en sus apenas veinticinco páginas recoge a la vez un certero autorretrato espiritual, una poética, una radiografía generacional llena de patetismo, una personal aproximación a la historia del arte, y una nada despreciable cifra de juicios de valor en torno a cuestiones diversas.

Reproduzco a continuación algunos de los párrafos más autobiográficos del artículo que, como se comprobará, constituyen una veta ineludible y de enorme riqueza e interés no sólo para cualquier estudioso de la obra de José Hierro, sino para todo aquel que esté interesado en estudiar la conciencia siempre autorreferencial de la desoladora situación moral y física que vivía en nuestra posguerra un joven creador que tenía el sentimiento de pérdida, definitiva e irremediable, enraizada en lo más profundo de su espíritu.

Dan comienzo estos párrafos que ahora entresaco con una pregunta tal vez inusitada para un hombre de veintiocho años: “Pero ¿qué es un hombre realmente joven?”. Y prosiguen con la respuesta a dicha cuestión y el despliegue de una cascada de ideas, juicios y planteamientos. Veámoslo a continuación: “Responderé: un hombre sin historia y sin obra todavía. (¡Consolador todavía!). Un hombre sin más tesoro que su futuro ni más talismán que su fe en la obra que ha de realizar. Si los tiempos no le son adversos, experiencia y obra brotarán y madurarán a la par, en una conjunción equilibrada, serena, rica, armoniosa: eterna.

Nuestra experiencia –la de los falsos jóvenes, semejantes a los niños que fueron pastores o mendigos o reyes sin conocer los juegos propios de su edad– fue anterior a la obra. Cuando llegó la hora de ésta, era demasiado tarde: la experiencia, vasta y hermosa ya, no podía ser encerrada en el estrecho recinto de un poema, una sinfonía, una escultura, un cuadro con toda su magnífica y selvática exhuberancia.

Me diréis que nada tienen en común el arte y la vida para que uno haga imposible lo otro; que cada uno sigue distinto camino. Yo no lo creo así. Porque si crear es dar manotazos o palos de ciego para aprisionar la mariposa de la belleza y, clavada en un cartón, legarla a la posteridad, ¿quién puede reprocharnos porque hemos visto volar a la tal mariposa, no en un libro, o en un museo, sino en la en la hermosa aventura del vivir cotidiano?

El hombre de hoy –me refiero al que pertenece a esta generación de falsos jóvenes, cuya vida ha sido radicalmente modificada por la guerra española, el hombre que ahora tiene alrededor de los treinta años, el que vio destruido el edificio de sus esperanzas, sus proyectos, sus convicciones; el que asistió a la muerte de sus cosas más queridas–, no ha sido capaz de descubrir la expresión artística que conviene a su alma. No la hallará por muchos años que viva; por mucho olvido que trate de acumular sobre sus heridas; por mucha serenidad que –al fin– logre conquistar. Este hombre es un endemoniado. Acaso creáis que esto no pasa de ser una afirmación excesivamente radical para ser cierta. Ojalá tengáis razón. Pero yo quiero exponer unas razones, tal vez no convincentes, pero que encierran, como el fruto la pepita, mis convicciones muy razonables.

Permitidme ahora que os presente a este plural personaje. Los que aún sois muy jóvenes acaso sonriáis al escuchar cuánta importancia trato de atribuir a una guerra de tres años. No os ha arañado las carnes. Los que sois ya viejos diréis que el tiempo todo lo puede; que el tiempo, que es la carne de la historia, es muerto por la historia que lo transforma en hechos. Unos y otros, desde la historia y desde la juventud, tenéis razón. Mas para un hombre que ha tratado de conquistar, con el esfuerzo de su alma y de su cerebro, ese rincón de eternidad en que dejar a salvo su memoria cuando se haya consumado su desaparición física, tiene demasiada importancia un hecho que ha afectado radicalmente su vida. Aunque la juventud se ría de él. Aunque la historia no tome en consideración su casi pueril gesto de rebeldía, ese hombre tiene razón.

Nuestro amigo nació en la postguerra del 14. Avanzó cuando avanzaban las revoluciones. Morirá con el desencanto, acaso en otra guerra para encerrar así su vida entre dos guerras, como entre dos paréntesis de dolor. El siglo clavó en la frente de la creación artística el signo de la belleza pura, la estrella del arte por el arte, y detrás el Diluvio. El panorama era demasiado bello para no ser cautivador. Oía y repetía lo oído, creyéndolo firme y eterno. Como si alguien, hechizado por la vida, ignorase que la muerte ama la belleza (nos entendemos, me parece, aunque ninguno sepamos exactamente qué es eso de la belleza). Lo trascendente, lo doctrinal es cosa de pueblos viejos, de gentes sesudas y arrugadas. La ética, cosa de preceptores. Para la juventud no hay más manjar que la alegría, o esa azulada melancolía que no tiene un porqué...

...Este es nuestro endemoniado. Yo os pido un poco de compasión para él. Ya el problema no es el de buscar tan sólo su lenguaje artístico, sino el de lograrse a sí mismo, el de hacerse humilde, el de alcanzar el equilibrio que le resuma y exprese sin dejar de ser quien es...”.

Bien, como vemos, lo primero que plasma José Hierro en estas líneas es una autodefinición. Él se dibuja así mismo, al igual que otros integrantes de su generación, como un “falso joven”, un “endemoniado”. Es decir, un español nacido tras la I Guerra Mundial que ronda la treintena y al que la experiencia trágica de la Guerra Civil ha expulsado definitivamente del paraíso de la infancia y la verdadera juventud, destruyéndole de paso sus esperanzas, sus proyectos, sus convicciones, todas sus cosas más queridas. Pero además, como para José Hierro el arte y la vida están en estrecha y permanente relación, otra consecuencia funesta de los tres años de guerra fraticida, otro elemento que él está convencido viene a caracterizar al “falso joven”, al “endemoniado”, es que no va a poder dar nunca con la expresión artística que conviene a su espíritu, pues las heridas recibidas, la destrucción a la que ha sido sometido tan tempranamente no lo va a posibilitar. Así, la búsqueda de un lenguaje artístico que exprese la verdad y realidad del “falso joven” está íntimamente ligada al hecho de que el “endemoniado” se logre a sí mismo. Lograrse como ser humano y expresarse como artista parecen ser para José Hierro arterias de un sistema por el que circula el mismo tipo de sangre.

La propia obra del poeta le contradice, pues es la constatación fehaciente de que al menos él sí logró encontrar una expresión poética para reflejar con algún acierto su realidad de “endemoniado”. Claro que en 1950 él podía aún plantearse todas las dudas al respecto, aunque también era consciente, como deja señalado en alguno de los párrafos transcritos, que quizá su afirmación acerca de que para el “falso joven” existía una imposibilidad definitiva de lograrse y de hallar el necesario lenguaje artístico, era cuando menos “una afirmación excesivamente radical para ser cierta”.

Una vez dados los trazos que definen y perfilan al “endemoniado”, José Hierro, para finalizar su disquisición plantea un ruego, lanza una sentencia con rango casi de maldición, y fija además un problema que podría entenderse a la vez como una especie de plan de vida o de trabajo, una meta a alcanzar que debe ser entendida como una poética y, si se me apura un poco, como un lema o leyenda para acompañar los blasones de su escudo de armas de poeta y ser humano.

El ruego es el de que se sienta un poco de compasión por él (por José Hierro, claro, o por cualquier otro “falso joven endemoniado” de su generación). La sentencia es que él (póngase aquí el mismo contenido dado en el paréntesis anterior) morirá con el desencanto. Y la poética o timón para conducirse por la vida consiste en lograr el equilibrio arte–vida que, con humildad, le resuma y exprese sin dejar de ser lo que es. La fórmula que compendia esta suma de anhelos, juicios y propósitos bien podría ser la siguiente:

“Fui expulsado del paraíso. Fui destruido sin remedio. Siéntase por mí compasión. Moriré con el desencanto, pero mientras lucharé por resumirme, por ser humilde y expresarme siendo el que soy”.

La proposición que aquí planteo es que los poemas de los primeros libros del poeta, los publicados entre 1947 y 1957, los que están escritos en la posguerra durante el transcurso de su “falsa juventud”, son en mayor o menor grado, y admitiendo todos los matices y precisiones que quieran hacerse, una encarnación en trabajado lenguaje poético de los elementos, circunstancias y características que definen el ser quien es del José Hierro “endemoniado”, aquel que debido al estallido de la guerra fue repentinamente expulsado de la dorada infancia y vio hechos añicos sus primeros sueños y esperanzas, el que por tanto solicita un poco de compasión, el que con febril esfuerzo desea labrar con la palabra la huella en la que expresarse sin renunciar a la propia verdad, y, según su propia visión de las cosas, lograrse así mismo como persona. Es decir, son esencialmente “reportajes, cuyo interés se centra en exponer mediante la palabra poética toda la información posible en torno a la persona y circunstancias generacionales del falso joven o endemoniado.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.