jueves, 1 de marzo de 2007
Thomas Sowell: “La discriminación positiva en el mundo” (Gota a Gota, 2006)
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El autor pone en duda que las políticas de “discriminación positiva” puedan corregir las desigualdades sociales o compensar agravios, sean históricos o actuales.

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Título: La discriminación positiva en el mundo
Autor: Thomas Sowell
Traducción: Abel Derbito y Mercè Diago
Editorial: Gota a Gota
Lugar y fecha: Madrid, 2006
Páginas: 296
Precio: 22 €


Con frecuencia, las polémicas sobre la discriminación positiva son meramente teóricas. Esta obra, sin embargo, ofrece un estudio empírico, pues se centra en el análisis de los logros reales de su aplicación en diversos países. Thomas Sowell, toda una autoridad en este campo, presenta una visión nueva sobre la discriminación positiva en la que analiza sus consecuencias reales en Estados Unidos y otros países en los que se ha aplicado. Tras valorar los datos empíricos, el autor llega a la conclusión de que este tipo de programas no han cumplido con las expectativas y que, con frecuencia, han tenido resultados opuestos a las intenciones originales.

Thomas Sowell (1930) es un destacado estudioso estadounidense de la economía y la política. Ha impartido clases en las universidades de Cornell, Amherst y Los Ángeles y hoy ocupa una cátedra en la de Stanford. Ha recibido diversos galardones por su actividad intelectual, recogida en libros, ensayos y artículos de orientación conservadora-liberal. Actualmente dedica su atención a la economía clásica, a las relaciones entre política y justicia, a los derechos humanos y a la enseñanza.

En la reseña escrita por Miquel Porta Perales, titulada Crítica de la acción afirmativa (ABCD las Artes y las Letras, 11-11-2006), se da cuenta de las principales conclusiones a que llega el autor y la novedad de los métodos empleados:

El infierno está empedrado de buenas intenciones políticas. Con frecuencia, los intentos de redimir al género humano han tenido unas consecuencias funestas. Y ello, porque el propósito de cambiar radicalmente el presente por decreto, esto es, de sacrificarlo en favor de un supermundo diseñado por los constructores de futuros felices, no oculta sino una concepción mítico-mágica del mundo que no tiene en cuenta la complejidad de lo real. Lo dicho vale para la utopía que siempre acaba generando monstruos, para los llamados discursos emancipatorios que alumbran los despotismos más sangrientos del XX, para el pacifismo de nuestros días --Alianza de Civilizaciones incluida-- que es lo más parecido a la ética del esclavo que confunde la defensa de la vida digna con la salvaguarda de la mera vida, para el multiculturalismo que pone en crisis los valores de nuestra civilización bajo el manto del relativismo. El infierno –afirmaba-- está empedrado de buenas intenciones --venga, supongamos que las intenciones son buenas-- que generan consecuencias perversas.

Y el caso es que no aprendemos, que tropezamos una y otra vez con la misma, o parecida, piedra –fiebre-- redentora. La discriminación positiva, por ejemplo. Ya saben: las razas, etnias, credos, sexos, tendencias, pueblos, naciones o culturas oprimidas, o supuestamente oprimidas, tienen derecho a beneficiarse por ley de una serie de cupos y preferencias con el objeto de anular la exclusión y marginación que padecen por el hecho de ser --así, sin matices individuales-- un colectivo postergado. ¿Objetivo? Instaurar por decreto una vida digna, justa y feliz. ¿Y si ello no fuera cierto? ¿Y si la discriminación positiva produjera lo contrario de lo que dice buscar? Thomas Sowell --un liberal norteamericano de prestigio poco conocido en Europa-- lo afirma con rotundidad: la discriminación positiva, lejos de resolver la exclusión y la marginación, la fomenta. Y no sólo lo afirma, sino que, con datos en la mano, lo prueba.

De un politólogo y economista se espera que, además de teoría, ofrezca hechos. Datos, según decía. Es justamente lo que hace Thomas Sowell, quien --después de estudiar detenidamente los casos de la India, Malasia, Sri Lanka, Nigeria y Estados Unidos-- concluye que la discriminación positiva ofrece más perjuicios que beneficios. ¿Qué balance? Resulta que los miembros de grupos no preferentes --incluso los propios grupos no preferentes-- se redesignan o recalifican arbitrariamente como miembros de grupos preferentes para conseguir ventajas, que los miembros de grupos no preferentes utilizan individuos que sí lo son para obtener contratos preferentes, que empeora la situación de grupos preferentes cuando se beneficia la de otros grupos también preferentes, que los sectores acomodados de los grupos preferentes obtienen beneficios en detrimento de los desfavorecidos del grupo, que los desfavorecidos de grupos no preferentes salen perjudicados, que los desfavorecidos privilegiados son minusvalorados por sus colegas al considerarlos faltos de méritos, que desaparece el incentivo y la cultura del esfuerzo al tiempo que aparece la cultura de la beneficencia, que emergen resentimientos intergrupales que en algunos lugares conducen al éxodo y la violencia.

(...)

¿Qué nativa hay para disminuir la desigualdad, la marginación y los conflictos? Nada nuevo bajo el Sol: igualdad de oportunidades, trabajo y esfuerzo. Si --pregunta el autor-- los negros, chinos y japoneses estadounidenses de las primeras décadas del siglo XX consiguieron llegar a la Universidad y al mercado laboral sin el auxilio de la acción afirmativa, si malayos y nigerianos padecieron menos violencia intergrupal antes de las políticas de discriminación positiva impulsadas en dichos países, siendo ello así, ¿por qué no olvidar la acción afirmativa en beneficio de la igualdad de oportunidades, el trabajo y el esfuerzo?

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NOTA: Este blog es una suerte de Escaparate dedicado a los libros y revistas, pero no a la crítica, sino a dar noticia de ellos a través de la información que proporcionan las editoriales, la prensa y las revistas y suplementos culturales.