martes, 28 de noviembre de 2006
Infiltrados, de Scorsese
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Artes en Blog personal por Cine
La última y elogiada película de Scorsese, "Infiltrados", es la demostración palpable de cómo el indudable talento del director ahoga su más puro y sencillo pulso narrativo.

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Juan Antonio González Fuentes

El sábado, como es habitual, fuimos al cine. Se ha convertido en una costumbre impuesta por el trabajo y el hecho de vivir solo entre semana, el hecho de ir al cine solamente en la brevedad fatídica de los días sin trabajo, sin despacho, sin clases, sin blog. El resto de cine lo veo siempre en televisión, lo que no me preocupa en exceso, ante el cine que hoy se hace y ofrecen las salas comerciales en nuestro país.

Fuimos a ver Infiltrados, el último trabajo de Martin Scorsese, uno de esos escasos directores norteamericanos de nuestros días cuyas películas parecen exigir al menos una visión por parte de los cinéfilos. Así que a la gran sala del Centro Comercial de turno nos dirigimos, procurando no perder el equilibrio entre el incesante cúmulo de desperdicios comestibles y bebibles que le asaltan a uno por doquier, en estos macroespacios santificados al ocio y esparcimiento de las masas juveniles, y al consumo irracional y cuasi democrático de los bolsillos llenos, medio llenos, medio vacíos y vacíos por completo.

Todo lo que había leído sobre la película la hacía apetecible. “Obra maestra de las últimas décadas” es una frase que se repite continuamente en los juicios críticos que se escriben aquí y allá, que se escucha en radios y televisiones, que circula por internet. Así que me senté en mi butaca con enormes ganas de disfrutar, por fin, de una gran película, de un trabajo que me aseguraban dejaría mi ánimo tocado por el sutil dedo mágico del mejor cine.

Infiltrados, es un “remake” o versión norteamericana de un título producido por el cine oriental, desconozco ahora si coreano, taiwanés, japonés... El guión (del que he leído literalmente que es sublime) está escrito por William Monahan, y narra la historia de dos jóvenes que, tras su formación en la Academia de Policía de Boston, escogen caminos opuestos: uno se infiltra en la mafia irlandesa de la ciudad, y el otro, siendo también policía, actúa como infiltrado de dicha mafia en el seno de la policía, impidiendo así que el jefe mafioso sea detenido y sus fechorías desbaratadas. No está nada mal la idea, y se le pone la guinda a tan apetecible pastel narrativo si se le suma además una historia de amores compartidos desde la ignorancia de la singular circunstancia.

El cuarteto protagonista: Leonardo Di Caprio, Mark Whalberg, Jack Nicholson y Matt Damon, da en todo momento la talla, siendo a mi entender una de las bazas que mejor ha sabido resolver siempre el ítaloamericano Scorsese, la dirección de actores.

Tenemos pues una historia hasta cierto punto original y muy bien traída, por medio de un guión inteligente y ameno, al que quizá sólo cabe ponerle un pero a su final, bastante confuso y alambicado. Tenemos también un espléndido cuadro de actores, en el que para mí destacan un contenido y maduro Di Caprio, y un Nicholson que ya siempre hace de sí mismo, lo que puede molestar a algunos, no siendo ni mucho menos mi caso.

¿Estamos entonces ante la obra maestra prometida, ante la gran película anunciada, ante una de las cintas indiscutibles de este comienzo de siglo? Un NO del tamaño que el lector desee sale de mi boca para estamparse contra la durísima pared de los elogios surgidos hasta de debajo de las butacas. ¿Y por qué no?, se preguntará quien hasta aquí haya llegado, si ha quedado dicho y subrayado que la historia no está mal y los actores responden con su trabajo. ¿Qué otro factor indispensable nos queda por tratar y no sale bien parado de mi peculiar juicio crítico? Sí, el director, el trabajo del propio Scorsese. Que el director de Taxi driver, Malas calles, Toro salvaje o Uno de los nuestros tiene talento, es tan indiscutible que no voy a perder el tiempo intentando demostrarlo. Pero creo también que en sus últimas películas ese talento está demasiado ocupado en aparecer en escena, en hacerse notar, en hacerse visible de forma en exceso palpable. Y es precisamente esa exhibición superficial e innecesaria de talento, lo que a mi juicio lastra considerablemente sus últimas películas, muy probablemente a partir sobre todo de la magnífica La edad de la inocencia.

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Scorsese con Nicholson

En Infiltrados, Scorsese es muy consciente de contar con un adecuado material narrativo para trabajar a gusto, a plena satisfacción, tanto en lo temático, como en la puesta en escena requerida por el guión, tan afín a su propia trayectoria como hacedor de películas. Con tan buen material de base, y con unos actores que siempre le responden a plena satisfacción, Scorsese debería haber sabido trabajar con mucha más contención, sin hacerse él tan presente en casi cada plano de la historia contada, sin llamar permanentemente la atención del espectador sobre su propio trabajo.

Scorsese decidió hace tiempo abandonar el pulso clásico del gran director de cine de siempre: hacerse invisible tras la cámara, eso que supieron llevar hasta sus últimas consecuencias los más grandes de la dirección de todos los tiempos. No, Scorsese es un director de la postmodernidad, y la cita y la autocita, el plagio y el autoplagio, el llamar la atención sobre quién hace y no sobre lo hecho, el mostrar a cada instante que se está ante un artificio construido desde arriba, desde la omnisciencia consciente e impuesta del creador, la presencia obsesiva, atosigante y subrayada del metalenguaje..., la suma de todos estos elementos y de algunos otros que sería en exceso prolijo enumerar, hace que esta película, que en general el cine último de Scorsese pierda a borbotones pasión y tensión, firmeza en el trazo, dureza interna, coraje narrativo, pureza y profundidad, y que la sensación de hermoso y luminoso fuego de artificio impregne la visión final de los espectadores más avisados, más duchos en eso de leer ente los entresijos del cine. Es como si Scorsese, cada vez que ahora se coloca tras la cámara, pensase: voy a epatar al espectador, le voy a demostrar cuánto sé, qué bien manejo los elementos a mi alcance, qué bien me expreso, qué bien muevo la cámara..., le voy a demostrar quién está detrás de todo esto, quién lo maneja, yo el director, yo Scorsese.

Al trabajo de Scorsese le sobra, en estos momentos, tanto y tan luminoso Scorsese.

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NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .