lunes, 6 de septiembre de 2010
Taradas, de Viviana Fernández: la seducción de lo oscuro
Autor: José Membrive - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
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Tres meses después de leerlo, Taradas (Ediciones Carena, 2010), de Viviana Fernández , sigue dándome guerra interna. Es un rumor incesante e inexplicable, como un río de dudas, de sensaciones, de desastres, de lucidez, de poesía, de dolor… en el reino de la noche y con cuatro universitarias como protagonistas

José Membrive

José Membrive

Tres meses después de leerlo, Taradas (Ediciones Carena, 2010), de Viviana Fernández, sigue dándome guerra interna. Es un rumor incesante e inexplicable, como un río de dudas, de sensaciones, de desastres, de lucidez, de poesía, de dolor… en el reino de la noche y con cuatro universitarias como protagonistas. Me gusta siempre resumir cada obra que leo en una sola palabra y a ésta no puedo asignarle otra que “seducción”, pero seducción con nocturnidad y sin alevosía.

Si la lectura de un libro hiere es porque los desgarros que afloran de sus páginas coinciden con los desgarros del lector. Y llevo tres meses preguntándome qué hay de mí en este libro para que permanezca pinchándome en el corazón, no hasta el punto del insomnio, pero sí, con mordedura insistente, y a veces, agobiante. La tormenta de interrogantes que descargó sobre mí no ha podido ser digerida.

Sin embargo, visto objetivamente, no tengo nada en común con sus protagonistas: seres nocturnos, empeñados en buscarse a sí mismos entre el humo y los besos, sin prejuicios ni ataduras, en la frontera en donde el placer y la autodestrucción casi se dan la mano. Soy un ser diurno, que no bebe, no fuma, y no es proclive a dejarse llevar por el instinto: la antítesis de las cuatro protagonistas.

Se pueden contar con los dedos de la mano mis noches de juerga, y sin embargo este libro me remite a una de ellas en la que, acompañado de un amigo poeta, Jordi Ibáñez, recorrimos unos cuantos tugurios de la bohemia hospitalense. Era también una noche de búsqueda, una noche en donde la alegría y la tristeza se mezclaban por igual. Sucedió en enero del 91 coincidiendo con la guerra del Golfo (y eso que ignorábamos que el hijo, mucho más golfo que el padre, armaría otra segunda más absurda y cruel que la primera). La “juerga” consistió en ir visitando bares, ingiriendo bebidas sin alcohol, mientras elaborábamos poesías al alimón. De aquella noche quedó en mi memoria sólo un verso “vas conquistando la noche como quien seduce muerte”. Este verso rigió la lectura de Taradas. No es un verso triste: es el reconocimiento de la atracción por lo oscuro, por lo desconocido, por lo que, revestido de placer, nos llama al filo de la navaja y que a muchos nos asusta y a otros no.

“La primera vez que probé la cocaína no lo disfruté. Pues será como el sexo –pensé yo-, será cosa de insistir. Raúl, que ya tenía el máster en aniquilación neuronal, me recomendó “mojarlo en alcohol”, para equilibrar los efectos químicos. Raúl, ¡vaya personaje! El muy cabrón me inició en la autodestrucción, y luego, cuando peor estaba, me decía “Joder, tía, pareces una yonqui, relájate ¿quieres?”



Viviana Fernández: Taradas (Edicioes Carena, 2010)

Viviana Fernández se “invisibiliza”, capta la voz de las protagonistas, en primera persona y construye con transparencia los diferentes periplos afectivos de cada una de ellas. Entre la frivolidad y la tragedia, el gozo y el dolor, entre la poesía y el reportaje, la obra constituye un cuadro vivo del espíritu de la juventud universitaria. Inclasificable como género, es un texto impresionista sobre la vida, la moral, los anhelos y los contratiempos de los jóvenes contemporáneos.

“Tenía unas ganas feroces e incontenibles de salir de mi cuerpo y de mi mente. Una necesidad salvaje de imponer mi libertad, de hacerme heridas en el alma para tocar con los dedos sucios y sentirme viva, muy viva, casi inflamada”.

A pesar de la honda impresión que la lectura de este libro me causó, no he querido escribir sobre él hasta conocer personalmente a la autora. No me ha servido de mucho: la desenvoltura de Esther, la vitalidad rotunda de Virginia, las dudas de Silvia y el romanticismo de Carla están en sus gestos, en su mirada, en sus palabras, sin que ninguna de ellas marque la pauta.

Personalmente, lo que más me ha llamado la atención de esta obra es su gran dimensión poética. Sobre un tema aparentemente frívolo, tal vez la honda dimensión de su lirismo sea la aportación más llamativa, pues acaba poniendo patas arriba la moral, la familia, las deriva de parte de la juventud por su tendencia a dejarse llevar por los estupefacientes, pero todo ello sin la más mínima estridencia, sin abandonar ni un ápice el amor que vierte sobre los personajes, amor matizado por la ironía, por el necesario distanciamiento que permita a las cuatro protagonistas manifestarse con autenticidad.

El título puede llevar a engaño, si no se capta la fina ironía que envuelve toda la obra. ¿Son realmente taradas estas cuatro chicas? ¿Son cuerdas pero la sociedad prefiere tildarlas de taradas por osar escuchar sus propias pulsaciones vitales sin prejuicio alguno? ¿Es más cuerdo hacer oídos sordos al propio instinto? ¿Cuál es el límite entre la diversión y la autodestrucción? Más que certezas, esta lectura me ha supuesto una catarata de interrogantes sobre mi propio proceder, una bocanada de inquietantes preguntas y de oscuras certidumbres de errores no detectados hasta ahora.
Pero, al margen del maremoto personal, creo que este libro, fresco y profundo, poético y desenfadado, constituye un trago reconfortante en nuestro panorama literario.


NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.