jueves, 3 de diciembre de 2009
Por la dignidad de la mayoría de los catalanes que no apoyamos el Estatut
Autor: José Membrive - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Sociedad en Blog personal por Sociedad
La mayoría de los habitantes de Catalunya se lo dijimos por pasiva el día en que se votó en referéndum: el Estatut no va con nosotros. No nos interesa. A pesar de las enormes presiones del gobierno Maragall, la mayoría de la gente se quedó en su casa. El Estatut se aprobó con el apoyo de una minoría

José Membrive

José Membrive

La mayoría de los habitantes de Catalunya se lo dijimos por pasiva el día en que se votó en referéndum: el Estatut no va con nosotros. No nos interesa. A pesar de las enormes presiones del gobierno Maragall, la mayoría de la gente se quedó en su casa. El Estatut se aprobó con el apoyo de una minoría.

¿Por qué, si se presentaba como un proyecto de vida o muerte para Catalunya, la mayoría de los convocados decidieron permanecer en casa? ¿Incívicos? ¿Pasotas? ¿Anticatalanes?

Lo que supone el Estatut es bastante claro, no hay que entender mucho de política: se trata de un proyecto integral de la gran burguesía autóctona para hacerse con todo el poder y mangonear sin interferencias. Su marco, la ideología catalanista esgrimida por la mayoría de los partidos catalanes, agitado por su idéntica y a la vez antitética ideología españolista, ha querido encerrar a los ciudadanos en una ruidosa y permanente agitación, apta para que unos y otros políticos recojan los frutos y se los sirvan en bandeja a las veinte o veinticinco familias poderosas de la “casa nostra”. Políticamente el Estatut se erige sobre el argumento predilecto de los sembradores de tempestades: llevar al terreno identitario (es decir, incompatible), ya sea una expresión cultural, como una actuación económica: todo cuanto esté gobernado por Madrid es malo para unos y bueno para otros, todo el que hable castellano (o catalán para los otros) está traicionando la lengua propia del territorio o del estado.

El Estatut reinstaura en Catalunya la idea de partido único. Una especie de Movimiento Nacional, bastante menos pedestre que el del Extinto, pero al fin y al cabo único en tanto en cuanto obliga al ciudadano a manifestarse sólo en un aspecto: si es nacionalista o antinacionalista. Como polo positivo, y con idéntico discurso, pero con distinto tono e intensidad, se coloca el nacionalismo catalán como el dios de cuatro partidos distintos (PSC-ICV-CIU-ERC) pero de una sola política. Todos sus líderes, todas sus manifestaciones en lo esencial para ellos, es decir, en lo identitario, son exactamente intercambiables. En la cara b, el PP y Ciutadans partiendo de idénticos presupuestos ideológicos pero aplicados a territorios diferentes.

La batalla por conseguir involucrar a los ciudadanos en la farsa del Estatut unió a todos los partidos nacionalistas y catalanistas. Involucrarlos significaba legitimar el tinglado crispatorio tan eficaz en echar balones fuera (a Madrid los unos o a Barcelona los otros) cuando la cosa marcha mal y apuntarse a sí mismos todo cuanto de positivo pueda ser catalogado. Es por ello por lo que todos se aprestaron a repartirse los papeles que unieron en matrimonio mal avenido al PP y a ERC, en un guión de comedia barata, para recoger los noes de los más “extremistas”, mientras los demás actuaban de “poli” moderado cantando al unísono el advenimiento de un país de las maravillas gracias a la cruzada mágica. El planteamiento del Estatut cumple todas las normas del más puro maniqueísmo: todo lo gobernado desde fuera de Cataluña perjudica a los catalanes, todo lo gobernado desde dentro les beneficia. También cumple escrupulosamente la más elemental de las normas en un régimen de partido único: todos los políticos se arrogan el poder de intérpretes y ejecutores del interés común de Cataluña. Siempre hablan por supuesto de territorio, nunca de personas. Si en Andalucía es corriente que unos partidos defiendan a los jornaleros y otros a los señoritos, en el discurso político homologado en Cataluña banqueros y sintecho tienen exactamente los mismos objetivos e intereses.

El fracaso fue estrepitoso porque el ruido y la alharaca tanto de los que trataban de hacer intervenir a los ciudadanos para evitar catástrofes con el “no” como los que se desgañitaban con los cantos de sirena a favor del “sí” quedaron desautorizados con la abstención masiva de quienes se negaron a jugar a las identidades casposas. Todo el arco parlamentario catalán, buenos y malos, auténticos y foráneos, toda la Cataluña oficial con sus doce periódicos distintos y su única opinión verdadera sobre “El Tema” quedaron en minoría. La mayoría de ciudadanos levantó su voz desde el cómodo asiento de su casa a pesar de las intensísimas presiones. Sencillamente no es agradable vivir permanentemente enzarzados en un enfrentamiento zarzuelesco para que unos y otros se forren con los medicamentos que han de aplicar en nuestros morros, no para curarnos, sino para que sigamos dándonos los mamporros.

Y es que el pretendido enfrentamiento auspiciado por los políticos, afortunadamente no tiene apenas repercusión en la calle. Los matrimonios mixtos abundan, los grupos y peñas están en pecado mortal identitario sin que nadie acuda al confesionario de Esquerra a purgar sus pecados.

La inhibición de la mayoría de ciudadanos fue un golpe moral, pero la moral no es el punto fuerte de nuestros políticos así que el asunto de la abstención masiva se borró de la memoria oficial. Ningún político, ningún diario lo ha vuelto a mencionarlo. La gran burguesía catalana y sus servidores políticos y medios de comunicación no tuvieron inconveniente en seguir pedaleando en la bicicleta del Estatut a pesar de que una rueda había reventado.

La Cataluña oficial y subvencionada decidió prescindir de su alterego, la subvencionadora. Prescindir sólo políticamente, no de sus impuestos, estos no son fantasmales aunque se utilicen para amordazar y ningunear a quienes los aportan.

No nos equivocamos quienes pensábamos que bajo el paraguas del Estatut se iba a multiplicar la corrupción y se iba a ahondar la brecha entre la Cataluña oficial y la real, entre España y Cataluña, lo que nadie se imaginaba es que todo fuera a transcurrir tan deprisa. Tampoco imaginábamos que el juego sucio de enfrentar a comunidades por unos intereses oligárquicos se fuera a plantear de una forma tan cruda, ni mucho menos que un señor como Montilla, que en su reencarnación pre-presidencial fue obrero y emigrante, se prestara a tan execrable intento.

Las iras y el nerviosismo, bajo mi punto de vista, han sido levantadas por Garzón, aunque el cañón haya apuntado a la deslegitimación de la Justicia personificada en el Tribunal Constitucional. No hay ningún ladrón que no trate de deslegitimar a la justicia aunque no por ello todos los que tratan de deslegitimarla han de ser necesariamente ladrones. La intervención de Garzón encarcelando a preboste intocables en la imaginería nacionalista ha provocado toda una tempestad interna en la balsa de aceite catalana. El oasis catalán, la placidez de sus políticos se fundamentaba hasta ahora en la maleabilidad de la justicia (véase el caso Millet, que sigue haciendo una vida honorable) y en la docilidad de unos medios de comunicación subvencionados. Desde el frustrado intento de hacer justicia en el caso de la banca catalana, lo que en otros lugares explota como escándalo, aquí se queda en un leve rumor debidamente apagado. Incluso si a algún político se le escapaba alguna verdad en el Parlament (como el lapsus maragalliano del 3%) pronto el mismo político echa tierra sobre sus propias palabras sabedor de que el incendio afectaría al “Movimiento” cuatrifásico.

La intervención de Garzón, considerada por Laporta como un atentado contra la dignidad de Cataluña (lo que ya nos está diciendo qué entiende Laporta por Cataluña: un feudo de corrupción fuera del alcance de la justicia), ha levantado una tormenta en la balsa de aceite catalán. ¡A ver si va a venir ahora un juez de fuera a obligar a Convergencia a devolver el dinero que Millet le había pasado por sepa Dios qué favores¡ A ver si va a venir alguien a investigar si el pluriempleo de la ex del Montilla se ajusta a derecho. A ver si va alguien a preguntar a la Caixa de dónde saca el dinero que regala a ciertos partidos políticos o qué hay de cierto en las informaciones que la colocan sacando capital hacia paraísos fiscales.

El nerviosismo de Montilla y de la clase política catalana les ha llevado a cometer un error de bulto y que colma todos los límites del cinismo y de la manipulación, a saber: Montilla ha convertido a todos los catalanes, incluidos a quienes mayoritariamente no nos aprestamos al juego, en peones de su causa. Una cosa es que eliminen de la memoria el gran acto de rebeldía cívica que supuso la abstención mayoritaria y otra es que utilicen a quienes se negaron como arietes prestos a romperse la cabeza por defender unos presupuestos que ya execraron en su momento. Una cosa es que no te tengan en cuenta y otra es que te llamen a filas y te enfrenten a quienes piensan exactamente como tú en defensa de quienes te están manipulando.

La amenaza de romper la baraja española si no se acata el Estatut proviene de quienes no tienen empacho en extirpar más de la mitad de su propia baraja. ¿Qué credibilidad puede tener el Sr. Montilla exigiendo ser escuchado y respetado, si él ni escuchó ni respetó el sentir mayoritario de su propia sociedad? Es vergonzoso que quienes nos negamos a otorgar legitimidad a unos señores bajo cuyo mandato ha proliferado la corrupción, traten de presentarnos ahora como fieles imbéciles dispuestos a romper nuestros lazos afectivos con personas de otros territorios a favor de quienes nos desprecian olímpicamente. Desprecian el que no militemos bajo sus estrechísimos dogmas nacionalistas. Desprecian que seamos como somos y no como ellos quisieran que fuéramos. Desprecian nuestro sentido lúdico de la convivencia, desprecian el hecho de que vayan desapareciendo las fronteras mentales cuando su supervivencia como prebostes se basa en reforzar fronteras, en instaurar jaulas, en deformar la historia para enfrentar a las comunidades. El juego de nacionalismos y contranacionalismos en el que se nos quiere encerrar a los ciudadanos de Cataluña es vergonzante y peligroso. Por eso lo que en otro momento dijimos por pasiva, hemos de decirlo ahora, eso sí, pacíficamente, por activa.

  • El pueblo de Cataluña no puede fijar su dignidad en la consecución de un Estatut del que mayoritariamente se abstuvo.
  • No participamos en el intento de deslegitimar el poder de la justicia, ni por parte de Montilla, ni por parte de Laporta, ni por parte de los medios de comunicación subvencionados, porque la erosión de la justicia es lo que más beneficia a quienes se acercan a la política con ánimo de mangantes, una especie que abunda mucho en todos los territorios.
  • No participamos de las amenazas de ruptura con otros territorios, sino que confraternizamos con ellos en la necesidad de establecer un sistema político que interprete y no pisotee la voluntad mayoritaria de la gente.
  • Creemos que el avance de los pueblos ha de estar impulsado por su colaboración y no por el perpetuo enfrentamiento instigado por políticos de miras ruines.
  • Hemos de propiciar una regeneración democrática que dé paso a políticos que sepan armonizar las distintas sensibilidades y potenciarlas como ya lo hace sabia y lúdicamente la sociedad que establece su riqueza cultural precisamente en la variedad y en la diversidad.

Ha llegado el momento de limpiar la política de criterios del nacionalismo decimonónico que tanta sangre ha derramado. El siglo XXI nos pide responsabilidad y esfuerzo en la dignificación de la política.


NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.