Marine Le Pen

Marine Le Pen

    NOMBRE
Manuel López Blanco

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
La Coruña (España), 1948

    BREVE CV
Licenciado en Ciencias Económicas (Santiago de Compostela) y PhD en Economía por Michigan State University. Funcionario de la Unión Europea, Comisión entre 1986 y 2010 y Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) 2011 y 2012

    CARGOS
Embajador y Jefe de Delegación de la Comisión Europea en México (acreditado en Cuba) entre 1998 y 2002 y en Senegal (Gambia y Cabo Verde) entre 2002 y 2006. Desde 2006 jefe de división África Occidental en la DG DEV y desde 2008, Director en la Comisión (DG DEV) y en el SEAE (Departamento África) con responsabilidad sobre África del Oeste y Central y en particular sobre el Sahel (Estrategia de Seguridad y Desarrollo de 2011). Jubilado desde el 1 de enero de 2013



Manuel López Blanco

Manuel López Blanco


Tribuna/Tribuna internacional
La modernización del discurso identitario del Frente Nacional francés de Le Pen
Por Manuel López Blanco, jueves, 17 de septiembre de 2015
En un artículo precedente se había comenzado a examinar el impacto en la escena política francesa de los atentados a Charlie Hebdo y al Hypercasher de la Porte de Vincennes. El objeto del análisis era, precisamente tomando como punto de partida los atentados, investigar las claves del progreso en la escena política francesa de las tesis del Front National, un partido de extrema derecha con un ADN en principio autoritario, racista, anti-semita, xenófobo, y antieuropeo, que en el momento actual obtiene el respaldo político de un votante sobre cuatro (sin contar la abstención), sin que se pueda apreciar la existencia de un techo a este progreso.

El objeto del presente artículo es abrir el análisis del artículo anterior hacia el marco más amplio del debate político francés en el cual el concepto identitario esencialista y exclusivo, de raíz cultural y étnica, del FN se constituye construyendo varios “otros” enemigos de la “nación” y de su “soberanía” en una serie de discursos conectados entre sí. Estos discursos emergen en lo que definiremos como campos discursivos particulares en los que el discurso del FN construye el “nosotros” nacional, amenazado, en contraposición al “otro” o “otros” amenazantes. En particular estos “otros” son representados por Europa y por la globalización. Mientras los partidos clásicos, de izquierda y/o derecha, que comparten un mismo concepto identitario político basado en los valores republicanos legado de la revolución francesa, se enfrentan entre ellos con respecto a las consecuencias políticas de sus programas, el FN se presenta con respecto a ambos, y como alternativa a ambos, situándose en el plano de la identidad, amenazada por esos “otros” externos a la nación, y necesitada de protección que solo el FN puede asegurar.  El artículo concluye con un somero análisis de posibles  consecuencias del triunfo electoral del FN para Francia y, puesto que nos concierne directamente a los españoles y al resto de europeos, para el proceso de integración europea que pueden ser dramáticas.

Los conceptos nodales de Nación, Estado y Europa se encuentran en el centro del debate público en Francia (como lo están en otros países europeos). La Nación y el Estado amenazados, la economía en declive, Europa como una de las amenazas o como instrumento de salvación.  Conceptualmente, las amenazas a la Nación o al Estado son diferentes. La Nación puede verse amenazada en su “Identidad” (cultura, etnicidad), en la posibilidad de dejar de ser lo “que somos” (como en la teoría del Grand Remplacement, mencionada en el artículo precedente. El Estado puede verse amenazado en su “Soberanía”, la imposibilidad de actuar autónomamente en la escena internacional (que un “otro” ejerza autoridad sobre el territorio y/o la población, o que restrinja indebidamente el espacio de decisión política).

En cada escena política europea vemos a las elites políticas, en su lucha por el poder, tejiendo  discursos que articulan, positiva o negativamente, en un todo coherente los conceptos nodales de Nación, Estado y Europa, como fundamento de sus agendas políticas. Las elites políticas europeístas deben construir una constelación del complejo Estado/Nación (y conceptos ligados, patria, pueblo, cultura) compatibles con el concepto de Europa. Los movimientos euroescépticos, al contrario, y el FN como arquetipo, construyen como veremos constelaciones Estado/Nación totalmente incompatibles con el concepto de Europa.

La peculiaridad del caso francés reside en la genealogía de la República Francesa nacida de una fusión, durante la Revolución, entre la Nación y el Estado, a través de la asunción de la soberanía monárquica por parte del pueblo elevado al rango de Nación y construyendo el Estado/Republica a su servicio (y no al servicio del monarca). Esta fusión hace que la moderna identidad política francesa se construya sobre una doble raíz. Una cultural, basada en la lengua, religión, historia común, características étnicas, etc., que conecta con el pasado pre-revolucionario. Otra política, basada en el momento generador de la Revolución Francesa,  caracterizado por los valores “republicanos” y universales de libertad, igualdad, fraternidad. Doble raíz entretejida que hace difícil distinguir en cada momento, por ejemplo, cuando se hace referencia a los principios republicanos, si se está hablando de los valores o de la cultura, y sobre todo cuando la “cultura” ha incorporado como rasgos distintivos los valores “republicanos”, cuyo origen es político.

En el artículo precedente hemos visto la construcción del  discurso identitario del FN que fija como referente a defender absolutamente la Nación, “lo que somos”, “el ser francés”, primando la raíz cultural. En este discurso, un “Otro” amenazante a la identidad es constituido: el “musulmán” culturalmente extraño y supuestamente  resistente activo a la asimilación, a su desaparición mediante su transmutación en un “ser francés”.

Paralelamente a la crisis de la integración y la presencia ascendente  de un “otro” crecientemente extraño, la sociedad francesa se ha visto (no de forma muy diferente a otras sociedades europeas) enfrentada al impacto de la crisis económica, iniciada en 2008 y aun no superada, a la europeización, a la globalización, y a la emergencia de amenazas globales que se multiplican (crimen organizado, epidemias, terrorismo global, cambio climático, emergencia de nuevos poderes mundiales). Se percibe igualmente una amenaza cultural, a la civilización francesa, atacada por la dominante homogeneización cultural anglosajona inducida por la globalización. Este complejo de amenazantes percepciones se amalgama en un discurso, generado por ciertas elites  intelectuales y políticas, en torno al tema del declive nacional, y al desclasamiento internacional y europeo de Francia, la Gran Nación. 

El postulado de este artículo es que el discurso identitario del FN y afines (intelectuales  y medios favorables), responde a la situación de “crisis” estructural y durable que sufre la sociedad francesa (el “pueblo francés”), a la percepción de declive y desclasamiento internacional, a través  de una vuelta a los orígenes, a los fundamentos de la nación, a una (re)construcción de la identidad nacional, del “ser francés”, (cuyos elementos constituyentes son de raíz europea), opuesta frontalmente a una identidad “islámica” que es construida desde esta perspectiva fundamentalista, como enemigo existencial. En este discurso, la Nación debe ser defendida del “Otro” que atenta a su integridad. Este discurso central se despliega y articula   a otros discursos complementarios que toman como referente, a defender, el Estado y su Soberanía (conjugada en varias dimensiones, cultural, económica, política), amenazados desde el exterior (por Bruselas, por los Estados Unidos, por la anglo esfera, por la globalización), instrumento esencial para la defensa de la Nación y su identidad esencial. En esta serie de discursos se puede observar que simultáneamente el FN utiliza el tema de Europa o los elementos culturales constitutivos de la europeidad para forjar una identidad opuesta y en lucha  contra el “otro” islámico en un mecanismo de securizacion de la identidad nacional al mismo tiempo que en el plano del Estado afirma la autonomía de este y su “soberanía” contra una Europa que la somete y domina forzándola a asumir opciones político económicas y estratégicas, globalizantes, que se oponen a las que corresponden a los intereses vitales y estratégicos de Francia.  Europa es utilizada en positivo y negativo; en positivo afín de afirmar la identidad nacional, en negativo, con el objetivo de reconquistar la soberanía nacional.

Este conjunto de discursos articula la polarización “nosotros/otros” en torno a varios pares de términos antagónicos entre los cuales se establecen pasarelas y equivalencias discursivas que tiene como objetivo y resultado fundamental la negación de la posibilidad de identidades múltiples, complementarias o superpuestas (es decir, no excluyentes) tales como: “francés y musulmán”, “francés y europeo”, “francés y occidental”, y la postulación de un “ser francés” sin tacha, que debe ser “securizado” (anglicismo que pretende, falto de alternativa que no se me ocurre, traducir el concepto de “securitization”, en la terminología de las Relaciones Internacionales) frente a las amenazas a su esencia, a su supervivencia. El objetivo es descalificar igualmente a las otras fuerzas políticas que son constituidas como enemigos del “pueblo”, de la “patria”, “traidores” en suma, hegemonizando en esta manera el debate político como premisa de la captura del poder.

A esta estrategia que conjuga, por un lado, la “des-estigmatización” del partido FN, pretendiendo hacer olvidar el pasado y las ideas  fascistas, anti-semitas,  y anti-republicanas del FN, y por otro, de descalificación del conjunto del sistema político francés como antipatriotas (la UMPS, fusión de las siglas de los partidos hegemónicos de derecha, UMP y de la izquierda, PS), el FN añade  el viejo, pero no por eso menos efectivo, esquema del distanciamiento entre el “pueblo” y las “elites”, característico de todos los populismos (como lo vemos utilizado con eficacia en España por Podemos con su buzzword “la casta”). La ultima escisión político-familiar entre el viejo fascista Jean Marie Le Pen y su hija parece ser un nuevo avatar de esta estrategia de des-estigmatización que pretende convertir al FN en un partido “normal” al cual el francés medio puede votar sin convertirse automáticamente en un racista o fascista.

Estos antagonismos discursivos, polarizantes, esculpidos por el FN, que se solapan y retro-alimentan, se localizan en cinco campos discursivos en los que se articulan construcciones particulares de la identidad y la soberanía nacionales. Estos campos de lucha discursiva pueden describirse de la manera siguiente (otros términos podrían utilizarse sin duda): a) Francés/Musulmán; b) (Neo)-Liberalismo/Social democracia; c) Globalización/Anti-globalización; d) Soberanismo/Europeización; e) Estado Nación/Estado Miembro.

a) La identidad nacional

El primer campo discursivo es el ya mencionado (y lo ha sido con más detalle en el artículo precedente, Charlie Hebdo I) en el cual el FN define la existencia de un conflicto existencial entre una “mayoría” constituida en torno a un “ser francés”, laico y republicano, civilizado (elementos identitarios que no pertenecen propiamente al ADN del FN pero que son recuperados en su discurso hegemónico) y una “minoría” percibida como resistente a la asimilación, dominada por la lógica religiosa, tradicional (por no decir tribal), en el seno de la cual florecen grupos e individuos que, vinculados y manipulados por el “enemigo exterior” (Al Qaida/ISIS), se constituyen en el “enemigo interior”, una amenaza existencial para la seguridad y la identidad nacional que necesita la adopción de respuestas y medidas excepcionales.

b) El régimen político-económico

El segundo campo discursivo está constituido por la lucha política en torno al régimen político-económico y sobre qué política económica es necesaria para sacar el país de la “crisis”, es decir que asegure el relanzamiento del crecimiento, del empleo, de la prosperidad de la Nación, de la igualdad de oportunidades. Que devuelva el país a su ideal de igualdad, libertad, fraternidad y a una trayectoria de prosperidad; que frene el declive y asegure el retorno del país al rango que le corresponde en el concierto internacional.

¿Qué conviene hacer? : Dos posturas se oponen tradicionalmente. De un lado, la preservación del Estado de Bienestar y la protección de los derechos sociales y económicos de los trabajadores, la redistribución de la riqueza y la igualdad de oportunidades lo que impone una política impositiva progresiva e intensa y un alto gasto público, una práctica de política económica keynesiana, en la que el crecimiento resulta del crecimiento del poder adquisitivo y este depende de una política de salarios altos (acordes o no a la productividad del trabajo); practica en el que la evolución (en constante aumento) de la deuda nacional no constituye más que un efecto secundario que el crecimiento resolverá un día.  Del otro lado,  se trata de poner remedio al exceso de Estado (de Bienestar) y a la excesiva  carga fiscal que frena o mutila la iniciativa y la inversion empresarial, al exceso de protección del trabajo, que impide el ajuste al ciclo económico y destruye la competitividad, lo que  redunda en un freno estructural al  crecimiento económico y del empleo.

Este debate tradicional, bipolar, que ha sido, con matices diversos, el debate protagonizado por las izquierdas y derechas clásicas, en Francia como en el resto de Europa, centrado entre un liberalismo o neoliberalismo y una social democracia o un socialismo liberal, el campo de batalla, por excelencia, donde se ha jugado la captura por el poder, se ha abierto, en la presente situación de “crisis” estructural duradera  y bajo la presión de las posturas extremas a izquierda y derecha, hacia fórmulas que se podría calificar de “populismo económico”. En la extrema izquierda este populismo económico adopta tintes latinos (chavistas), como lo observamos en Grecia y España, en la extrema derecha, en Francia, se observa por el contrario un populismo de extrema derecha, una resurrección modernizada del  “poujadismo” de los años 50. Cabe recordar que Jean Marie Le Pen, fundador del FN, fue diputado poujadista en los años 60.

El FN retoma, modernizándolo, el conjunto de las viejas reivindicaciones del “poujadismo”, es decir, la defensa de los “intereses” de artesanos, pequeños comerciantes, agricultores, agobiados por un exceso de fiscalidad y regulaciones administrativas, la enemistad con el gran capital, comercial e industrial,  la promoción del proteccionismo, el rechazo a la inmigración,  la oposición a Europa (al Tratado de Roma en los años 60).

En el otro extremo del espectro político, el  fracaso de la extrema izquierda, fragmentada y retórica, (que observa con envidia los “éxitos” de púbico de Podemos en España y Syriza en Grecia) es flagrante. Su  discurso disonante, que conjuga anti-liberalismo, anti-elite, anti-capitalismo, anti-globalización y anti-Europa (soberanista), se confunde con el del FN del cual se distingue únicamente por el escaso interés que presta al tema identitario; encuentra así  escaso eco en los grupos sociológicos que pretende representar, en particular los obreros, cuyo voto se ha desplazado hacia el FN, Este discurso se solapa con el de la izquierda del Partido Socialista Francés,  en el seno del cual una minoría pretende seguir manteniendo viva la llama de la aspiración a una revolución anticapitalista  y de la defensa a ultranza  de  pasadas conquistas sociales, privando al PS de una línea político-económica clara y creíble  social-demócrata (social-liberal, según los críticos de extrema izquierda).

Frente a las posturas de la derecha e izquierda clásicas,  el Front National construye un modelo de política económica alternativo que promete (como los populismos de izquierda) un aumento del poder adquisitivo de las clases más modestas a través del aumento del salario mínimo, un incremento sustancial de las pensiones, sin nunca explicar cómo cuenta financiar sus recetas económicas (exactamente como los populismos de izquierda, que se ven privados de la exclusiva de tales propuestas “sociales”), ni cómo reducir el desempleo, relanzar el crecimiento o mantener la competitividad internacional del país (en principio reducida por la subida de salarios).  Se trata de un chavismo económico de extrema derecha del que cabe esperar los mismos resultados económicos catastróficos que se observan en Venezuela. Con la diferencia, respecto a la extrema izquierda, que los beneficios a distribuir serán acordados según la “preferencia nacional” y limitados a los “franceses”.

 El debate político en este campo discursivo está estrechamente ligado a los que tienen lugar en los dos siguientes: el debate sobre la globalización y el debate sobre Europa. Ambos definen la relación de la sociedad y economía nacional con el mercado mundial.

c) La globalización

El tercer campo discursivo se centra en la visión de la globalización y sus consecuencias, económicas, sociales, culturales y securitarias sobre la nación. La globalización que se representa  como amenaza  o como oportunidad. La conveniencia de abrirse o cerrarse a la globalización, adaptarse a la nueva división del trabajo o luchar contra ella. Proteccionismo o libre cambio.. Proteger a toda costa los salarios reales o buscar la competitividad a través de la flexibilización de los mismos para mantener el empleo. Someterse al imperio cultural anglosajón o reclamar la excepción cultural. 

En este campo el discurso del FN, asumiendo una vez más propuestas y análisis de la extrema izquierda, se desmarca del discurso propio de los partidos clásicos, los cuales convergen gradualmente (aunque con resistencias internas particularmente en el PS) sobre la necesidad de adaptar el modelo económico al imperativo internacional, a fin de participar en las ganancias del crecimiento mundial, al mismo tiempo que, aunando soberanías en el marco europeo, pesar internacionalmente para regular los mercados mundiales, en particular el sistema financiero internacional.

El discurso del FN es un discurso anti-globalización sin matices, que fagocita totalmente el discurso de la extrema izquierda, y que pone al mismo nivel y equipara los discursos de la izquierda y derecha clásicas (ambas igualmente responsables de la crisis y del fracaso de la “política”), proponiendo  el cierre de fronteras, el aumento de tasas aduaneras y el freno a los movimientos internacionales de personas, bienes, servicios y capitales, buscando el constituir una “fortaleza económica Francia”, la recuperación de la “soberanía económica”, negando la realidad de la interdependencia económica a nivel mundial y persiguiendo in fine la autarquía. En este programa el freno a la inmigración, y el retorno, más o menos forzados de los inmigrantes presentes en el suelo francés, son un componente principal del programa económico del FN que conecta con su objetivo central identitario: Francia para los “franceses”.

Para el FN se trata concretamente de oponerse a todo acuerdo internacional que aumente la interdependencia económica y de denunciar los acuerdos pasados que la han facilitado. Los enemigos son sobre todo las grandes organizaciones económicas internacionales, el FMI, la Banca Mundial y sobre todo la Organización Mundial del Comercio, todos al servicio del gran capital anglosajón. En este campo la gran equivalencia establecida por el FN  es entre las ideas de globalización y Europa. Europa es el instrumento y el canal a través del que la globalización subordina la “soberanía nacional”, somete Francia al imperio del capitalismo internacional anglosajón.

d) La europeización

Esto nos conduce al cuarto campo discursivo, el de la relación Francia-Europa. ¿Es Europa una amenaza, una cortapisa al desarrollo del país o una palanca en la que apoyarse y construir un futuro común con los otros pueblos europeos? ¿Constituye el proceso de integración europeo una palanca o un freno al proyecto nacional francés? ¿La pertenencia a la Unión Europea (el mercado único, el euro, las instituciones, Schengen) genera un “más” o un “menos” para la nación?

Sobre estas cuestiones europeas el espectro político francés, si hacemos excepción por el momento del FN cuyo discurso es monolítico, aparece totalmente fragmentado, con varias líneas de fractura en el interior de cada partido político. Una primera entre soberanistas y europeístas. Una segunda entre estos últimos: es decir, entre nacional-europeos o gaullista-europeos, mayoritarios, para los que Europa es un instrumento al servicio de Francia, y los idealistas o federalistas, muy minoritarios, que ven a Francia construir con los otros Estados Miembros una comunidad política única e innovadora. Estas fracturas atraviesan tanto la izquierda como la derecha.

En el seno de la izquierda, supuestamente europeísta (pero con una amplia minoría soberanista también), aparece una tercera fractura en la forma de una facción que insiste en que si debe haber Europa, ésta debe ser socialista, o al menos “social” y no “neo-liberal”. Es decir lo contrario de lo que actualmente parece ser (es esta posición dentro del PS la que ha pesado en el éxito del no en el referéndum sobre la Constitución europea en 2005). Para esa fracción del PS se trata de forzar, institucionalmente (de preferencia  inscrito en los tratados europeos), un programa socialista al nivel europeo, sin tener en cuenta la opinión política de los otros Estados Miembros, y a pesar de que les es imposible imponer dicho programa al nivel nacional.

En este contexto de una frágil mayoría de la opinión publica favorable a Europa, la crisis y la responsabilidad de la misma que las elites gubernamentales atribuyen a las “imposiciones” de Bruselas (el gran chivo expiatorio de las elites gubernamentales europeas) han alimentado un euroescepticismo, de ya larga tradición en Francia, confuso y acrítico que socava gradualmente esta mayoría pro-europea.

Este euroescepticismo en aumento se explica igualmente, en parte, por la divergencia gradual, constatada, entre los resultados económicos franceses comparados con los alemanes. La constatación es de desclasamiento progresivo de Francia, como potencia económica, con respecto a Alemania, el gran referente. Constatación que está en la fuente del tema del declive nacional. Retraso y declive que  afectan fundamentalmente la auto-imagen de Francia (de las elites francesas), es decir la identidad nacional, lo que genera una ansiedad socio-política a la cual hay que poner remedio de urgencia.

En esta búsqueda de diagnóstico, de soluciones, de responsabilidades, es grande, en todo el espectro político francés, pero particularmente en la extrema derecha y la extrema izquierda, la tentación de explicar el declive relativo de la nación por causas externas. Estas se encuentra fácilmente: Europa, Alemania, Merkel, el euro,  el Banco Central Europeo, la ampliación a los países del Este de Europa, Schengen, la explosión de la inmigración, el exceso de apertura comercial y financiera promovido por la UE (bajo influencia germánica y anglosajona), la globalización neo liberal. Estas se resumen en una única y gran causa responsable: “Bruselas”.

Estas dudas sobre el proyecto europeo, la exportación de las causas del declive nacional, que proliferan en todo el espectro político francés, conectan con el discurso permanente, constante, antieuropeo del FN, que se ve así vindicado. Los “otros” (el otro enemigo interior) responsables de la debacle son naturalmente los partidos políticos que repartiéndose el poder desde los años 50 en un sistema bipartidista, la UMPS, han abdicado la soberanía nacional, cediendo el control de la economía a Bruselas.

La solución del FN es la desaparición de la Unión Europea. Esta desaparición permitirá a Francia, con su “soberanía económica” recuperada, emanciparse de la globalización y aplicar la “preferencia nacional”. En este discurso Europa asume el papel de “enemigo próximo”, la globalización el de “enemigo lejano”.

e) El rango internacional

El quinto campo discursivo se sitúa en el dominio de las relaciones internacionales. En este campo, la “identidad internacional” del “Estado/Nación”, construida a lo largo de la historia como un conjunto de ideas, significados y culturas (“cultura estratégica”) establecidos por discursos de las elites políticas y administrativas (en particular los cuerpos diplomático-militares), constituye el fundamento del “papel” (script) que la nación “se debe” a sí misma, jugar  en la escena internacional. Este “papel” depende y reestablece su posicionamiento, su “rango”, en la jerarquía de las naciones y reconfirma su identidad. Esta identidad internacional busca dar sentido, y al mismo tiempo busca extraer sentido, de la historia de la nación en su relación al sistema/sociedad internacional. Como en el caso de la “identidad nacional”, la relación al “otro” (al amigo, al aliado, al rival, al enemigo) es su elemento constitutivo. La transformación/transmutación de esos “otros” (de enemigos en amigos (por ejemplo como resultado de la integración europea) altera los fundamentos de la relaciones internacionales en cada momento histórico.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, la dura realidad de la descolonización (traumática en Indochina y Argelia), la Guerra Fría, y el necesario rearme alemán han constituido un entorno internacional en el que Francia ha construido, bajo el liderazgo de De Gaulle, una identidad internacional (o cultura estratégica) basada en el mito de la Gran Nación, portadora de los valores universales de la Revolución Francesa que asume una misión civilizadora hacia el resto de la comunidad internacional y afirma, al mismo tiempo, intereses geoestratégicos propios en ciertas partes del mundo (antiguas colonias en particular) intentando afirmar una posición autónoma (construida en torno a la posesión del arma nuclear), una tercera vía, con respecto a la bipolaridad de la Guerra Fría. Presencia y liderazgo europeo e internacional, autonomía estratégica y de decisión y preservación del rango internacional, constituyen los pilares de la doctrina gaullista.

Esta búsqueda de autonomía estratégica y liderazgo europeo facilitó en  los años 60, la emergencia del movimiento europeísta, anti-geopolítico, encabezado por Jean Monet y Robert Schumann, que junto a otros líderes europeos dieron nacimiento al proyecto europeo que, como es bien sabido y más frecuentemente olvidado, tenía como  objetivo político esencial  pacificar las relaciones entre las naciones europeas, en particular la relación entre Francia y Alemania. Es decir, para ser más preciso, eliminar la geopolítica, y la visión estratégico-militar que este enfoque implica, de las relaciones entre Estados europeos, constituyendo la Unión Europea en un área de seguridad común en la cual la utilización o la amenaza de utilización de la fuerza entre socios es impensable.

Al nivel europeo, el fin de la Guerra Fría, que ha permitido la reunificación alemana, ha reemplazado la  competencia geopolítica bipolar por un problema geoestratégico no menos complejo, resultado del desgaje de antiguos y nuevos países de la esfera de dominación soviética y un potencial de conflicto intra-estatal e inter-estatal que el proceso de ampliación en el área de integración económica, valores comunes y seguridad común de la UE ha permitido, globalmente, resolver o pacificar, testimonio del gran “poder normativo”  de la UE.

Por el lado negativo, la ausencia de Europa, es decir la división de los Estados Europeos en la cuestión de los Balcanes, ha alimentado la guerra civil y la partición de Yugoslavia, demostrando a contrario el impacto de dicha desunión.  Más recientemente, el resurgir internacional de Rusia bajo el liderazgo de Putin, que persiguiendo la constitución de una zona de hegemonía en su vecindad,  construye una relación antagónica, estratégica, en la que la UE (y concretamente sus políticas de vecindad) es el enemigo, devuelve Europa a un contexto de conflicto geopolítico (crisis de Georgia y actualmente en Ucrania).

El final de la Guerra Fría ha abierto la puerta a otros cambios geopolíticos que han transformado la escena internacional en profundidad, pasando de la unipolaridad a una multipolaridad (con un primus inter pares, los USA) compleja:  la emergencia de nuevas potencias de rango mundial (China, India, Brasil) y el desplazamiento del centro de gravedad económico mundial hacia la zona Asia-Pacifico, la aparición de amenazas transnacionales (crimen organizado, terrorismo global, riesgos sanitarios, cambio climático) potenciadas por la apertura de fronteras resultado de la globalización así como la emancipación con respecto al sistema de Estados Nación de una economía global desnacionalizada y de la aparición de una sociedad civil global con intereses transversales (cambio climático, derechos del hombre).

Frente a estos nuevos retos, al nivel europeo y al nivel global, el problema que se presenta a los Estados Miembros de la UE, en particular a los tres grandes, ninguno de los cuales (a pesar de su peso económico y/o militar), objetivamente, alcanza una talla crítica suficiente para jugar un papel en solitario, es cómo posicionarse con respecto a Europa en el área de las relaciones internacionales. En particular con respecto a la ambición de la UE, inscrita en los tratados, de devenir en  actor internacional pleno a través de la constitución de una Política Exterior y de Seguridad Común, PESC, y de su brazo armado la Política Europea de Seguridad y Defensa, PESD.

Limitándonos a Francia, el nuevo contexto internacional  ha abierto tres alternativas entre las que ha oscilado su reciente política exterior: a) Continuar persiguiendo el  mito gaullista de la Gran Nación, con presencia e intereses geopolíticos de alcance mundial, actuando con autonomía y unilateralidad cuando sus intereses lo piden, en el nuevo contexto multipolar en el cual parecen abrirse nuevas oportunidades y nuevos “papeles” a los Estados/Nación; b) Promover una acción exterior de la UE que asuma los valores encapsulados en el mito de la Gran Nación, es decir promover la construcción de una identidad internacional de  Europa a la Francesa, que preserve, bajo el liderazgo francés, los  intereses geopolíticos franceses; c) Aceptar, renunciando a su aspiración de Gran Potencia, un “papel” de Estado Miembro de la Unión Europea (uno entre otros, aunque no todos del mismo peso), constituida como actor global con una política extranjera y de defensa unificada, capaz de pesar en el concierto mundial multipolar emergente.

Para no extendernos en demasía, cabe resumir la experiencia de las ultimas décadas de los Estados Miembros en el marco del desarrollo de la PESC/PESD como de fracaso de las tentativas de hacer asumir por la UE, es decir por los otros Estados Miembros, los intereses geopolíticos nacionales, encubiertos bajo diversos pretextos (humanitarios, sostenimiento de la democracia, prevención de conflictos), es decir la opción b. Podemos constatar, al menos al dia de hoy, el fracaso repetido de realizar la opción c) ambicionada por el Tratado de Lisboa.

En la arena política francesa, el bloqueo, por parte de otros Estados Miembros, de las tentativas de instrumentalizar la PESD en beneficio propio, fruto de su desconfianza en la visión geopolítica francesa, conjugada con el  discurso nacionalista de las elites francesas, en el poder o en la oposición, izquierda como derecha, ha conducido al retorno gradual a una política exterior  de base gaullista, fundamentalmente geopolítica, y al  rechazo claro de la nunca ejercitada opción europea.

Este discurso nacionalista, anclado en la preservación del rango internacional de la Nación, encuentra eco favorable en la opinión pública francesa, a través de unos medios mayoritariamente críticos hacia Europa, que cultivan el euroescepticismo y hacen así el juego del Front National. En este campo discursivo el nacionalismo y soberanismo primario del Front National, que recupera una versión del gaullismo y  de esta forma una cierta legitimidad, no debe hacer mayores esfuerzos para hegemonizar el debate, que le es servido en bandeja de plata por sus oponentes políticos, tanto de derecha como de izquierda.

Si consideramos las simpatías manifiestas de Marine Le Pen, que comparte con otros  actores políticos a derecha e izquierda, por V. Putin y su agenda geopolítica en Ucrania, reflejadas en su propuesta de abandonar las estructuras de integración europea y la OTAN y sustituirlas por un pan-europeísmo ligero, voluntario, abierto a Rusia, no es difícil anticipar el contenido identitario y claramente geopolítico (anti-europeo, anti-alemán, anti-americano, anti-OTAN, pro-ruso) del discurso y la política extranjera de un gobierno francés liderado por el FN.

El espectro de Francia, bajo un gobierno FN, con el  dedo de Marine Le Pen sobre el botón nuclear y disponiendo de un poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (alineado con presumible frecuencia con las posiciones rusas o chinas), destruyendo el régimen común de seguridad europeo, el mercado único, el euro y la interdependencia económica europea, erigiendo barreras de todo tipo en torno a sus fronteras, no podrá por menos que suscitar alarma, inquietud y hostilidad profunda en su vecindad próxima y reacciones simétricas de los otros Estados Miembros en respuesta al desafío francés.

No es difícil pronosticar cuál podría ser la reacción de los vecinos europeos de Francia, en particular Alemania, Italia, pero también España ante esta alternativa. En cuanto a Alemania no es aventurado presumir la emergencia paralela en este país de una cultura estratégica (abandonando su  identidad internacional, laboriosamente construida durante la post-guerra, de potencia económica, anti-militar, anti-geopolítica, europeísta y multilateralista, consecuencia de la debacle de la Segunda Guerra Mundial) y de una agenda geopolítica hostil a la de Francia y un rearme paralelo, incluido en el dominio militar, construyendo en torno a su economía dominante una zona de hegemonía (mittle-europa) excluyente de los intereses franceses. Es un escenario que Europa ha conocido en los dos periodos previos a las dos guerras mundiales del siglo XX y que curiosamente la política extranjera francesa ha intentado evitar por todos los medios pero que sin cesar, a través de su juego político interno y de la (re) construcción de su identidad internacional, parece condenada a recrear.

Conclusión

Para concluir, el Front National ha sabido construir, en “su” respuesta a los desafíos sociales, económicos y políticos de la crisis, de la inmigración, de la europeización y de la globalización, una serie de discursos conectados que constituyen una narrativa coherente que encuentra eco en acontecimientos particulares y en una interpretación particular de la relación entre las nociones de Nación, Estado y Europa. Este meta-discurso que pivota en torno a la construcción de  una identidad nacional, articulada en una serie de dicotomías antagónicas Nosotros/Ellos se opone, en el teatro político francés, a una oferta política de la derecha, UMP, y la izquierda, PS, que sufren de incoherencia y muestran una disonante cacofonía, lo que  permite al FN asentar como hemos visto una serie de equivalencias entre sus dos oponentes, subsumidos en la misma casta, UMPS,  corresponsables del fracaso de la política y del declive de Francia. Corresponsables de traición a la “Nación” y de abandono de la “Soberanía” del Estado.

Es esta coherencia discursiva obtenida mediante la recuperación de valores, temas, y narrativas provenientes del resto del espectro político, lo que puede explicar, desde mi punto de vista, la aceptación creciente de la oferta política xenófoba, anti-europea, autoritaria, populista, intolerante, autárquica  del Front National por la opinión pública francesa. Esta es la respuesta tentativa a la pregunta inicial que nos hicimos: ¿Cómo y por qué razones encuentra eco en una sociedad tolerante, civilizada, democrática, republicana, europeísta, socio fundador de la Unión Europea, como la francesa, el discurso del Front National?.

Por último, este escenario de triunfo del FN en Francia, todavía improbable pero cada vez menos, y sobre cuyas probabilidades de éxito jugaran un papel considerable los desarrollos paralelos en el Reino Unido (Brexit) y en Grecia (Grexit), no constituye una peripecia más o menos interesante dentro de la escena política francesa que los europeos pueden contemplar con cierta curiosidad y distanciamiento. Es, por el contrario, para españoles y europeos en general materia de profunda preocupación, dadas las consecuencias incalculables, tanto económicas como diplomáticas y securitarias, que dicha victoria ocasionaría en la escena política europea y, por ende, con respecto a España. En las elecciones presidenciales de 2017 en Francia se juega el futuro de Europa.