Y
sin embargo, es cierto que cada libro inicia su andadura más allá de su autor y
se convierte en necesario a medida que empieza a ser leído. Sólo entonces se
res- taura el mágico circular de las palabras, se izan los puentes levadizos de
la emoción, y cada libro lleva su cauce de sentido hacia otro libro, armando una
cadena que hace libre.
Así
veo mis libros, partiendo, separándose, como eslabones sueltos de una larga
cadena, donde cada poema es un lugar de acopio para otros; materiales sesga-
dos, movedizos, que desgranan su luz. Por eso, la primera agresión contra la
poesía, el primer boicot al que se ve sometida, es, precisamente, negarle difusión,
ponerle trabas a esa inmensa travesía.
Pero
antes de que un libro inicie su andadura, hay un camino previo que recorre el
poeta en ese lento desencadenarse que es la escritura; un manantial que crece
hacia el silencio y se desprende poco a poco de sus ataduras. Hablar de ese
camino, es, para mí, como pretender tocar
la transparencia.
Se
suele pensar en la memoria como en el mayor yacimiento para la creación: la
poesía emanaría de ese magma profundo, de ese pozo sin alma que es el recuerdo
construido únicamente a fuerza de vivir. Pero yo, sin embargo, nunca he sentido
la necesidad de recordar, sino la urgencia por decir, por imaginar, por
transitar los bordes del enigma.
Es,
precisamente, el sendero contrario, el del olvido, el que me ha encaminado hacia
la escritura. Es necesario acumular mucho olvido para poder escribir algo
distinto. Desconocer la exactitud de lo olvidado es, por tanto, la primera exigencia para la libertad
creadora.
No
creo en la verdad, sino en la sombra; mis libros no quieren ser órganos de
precisión, sino pedazos de olvido ganados al recuerdo, piezas que no se
encastran sino fluyen, dejan correr el aire en los resquicios, en las grietas
capaces de nombrar la transparencia.
Es
posible que exista el azar porque existe el olvido. Y al abrir nuevamente la
puerta del olvido, recalan mis recuerdos, piezas sueltas, apenas cus- todiadas;
Y vuelvo a darme cuenta que no estamos a salvo para poder crear; que sigue
siendo necesario desagotar todo el olvido que nos une, convertirlo en humano; comprender, sobre
todo, que la poesía es más grande
que noso- tros; que ella es la que nos dice.
Rosana
Acquaroni
(texto
incluido en Sombras y Paraísos/Schatten und
Paradiese, Zürich, Teamart Verlag,
2007).
ANTOLOGÍA
DE POEMAS DE ROSANA ACQUARONI
ES
LA CONCIENCIA INSOMNE
la
que arde
como
una oscuridad desencajada,
como
una claridad
que
ha descendido a los infiernos
para
que yo desande
esta
alambrada vuestra,
busque mis propios pasos,
descosa
los pespuntes de la ira
me encamine a las trampas.
Cómo
he podido
durante tanto tiempo
permanecer
aquí,
tan dividida.
Doy
el siguiente paso
emprendo
aquel camino
que va de la aridez
a
la nostalgia.
(De
Discordia de los dóciles, 2011)
CADA
FÓSFORO ENCIENDE
la
caverna del mundo
la
ceniza que duerme
sobre la claridad de la tormenta.
Reverbera
en tu rostro la penumbra.
Es
la
cara ciega del vivir
-sus
fríos aposentos-,
un
fugaz espejismo
del
frondoso destierro que es la vida.
(De
Discordia de los dóciles,
2011)
HAN
DESHOJADO EL PAN DE LA MEMORIA
lo
han dejado caer sobre la mesa
-lascas
de mar, terracotas de olvido-,
van
contando uno a uno los pedazos
-cómo
olvidar su fruto-
su
hueso tortuoso,
el
caracol amargo apenas florecido.
Han
querido saciar su última boca
dibujarse
en el vientre
un corazón de barro
que
empuje su cimiento hacia la noche.
Cómo,
cuándo, hacia dónde
a quién debo entregarle
todos
los días de mi alma,
los
almanaques muertos
la
limadura triste
que
desprenden los cuerpos de los desconocidos
que
no he amado nunca
y
sin embargo,
No
me perdones
No
me perdones nunca.
(De
Discordia de los dóciles, 2011)
NO
HAY INSCRIPCIÓN FINAL PARA LA VIDA DE LOS DÓCILES
ni
frase lapidaria
pues
ellos desconocen
la exactitud de lo olvidado.
Girasoles
de trapo,
cicatrices
en busca de una herida.
Los
sueños arenosos
de los desposeídos,
de
los que nunca eligen.
Lágrimas
como labios.
Una
flor que vacía
te anudará la boca.
(De
Discordia de los dóciles, 2011)
TÚ no estarás.
Ya no.
En la última tarde tu mirada tenía
un dolor a jardines
descuidados,
una luz huidiza y astillada,
un caminar de hombre
con mirada de trapo,
y un corazón tartamudo.
Llevabas un temblor de
naufragio y una venda en los ojos.
El temblor también es una forma de
mirar.
Y tú temblabas mientras tu luz caía.
Crepitar es caer.
Pero hacia dentro.
Estaba requiriendo una
llamada.
Estabas demorándote
en aquellos días primeros del
verano,
contra un presentimiento de invernadero triste,
de sangre
requisada.
Perdido en las aduanas
del corazón. Supe que te morías por tus ojos.
Esos ojos que
eran
con dolor a
madera,
con sabor a manzanas,
párpados de cobre
como cofres de
lluvia
que se abrían con lástima.
Ahora
todo es ausencia.
Los pájaros que encuentro,
el crujir de la
tierra sobre la mansa lluvia,
el llanto de los niños detrás de las
palabras.
A veces el
pensamiento se ensombrece de pronto
y declina el mundo aún más
deprisa
y nos sobreviene una noche destemplada, una
herida
[negra.
Sé
que me buscaste.
En esa larga noche de imperdibles sin rumbo,
en
el instante mismo en que tu cuerpo
se astilló para siempre
y tu
llama empezaba a ser fractura,
témpano,
camisa desplomándose.
El
verano se acaba.
y los recuerdos ruedan
sobre los empedrados
negros
como regueros de sombra.
Y es cierto que tal vez puedas vivir años y
años
sin regresar de una sonrisa
Y tú
estás regresando
con el verdor de los arces en la lluvia
sobre la
claraboya más blanca de la luz.
Y tu frente ha tomado
la difícil
transparencia del brezo o la retama.
Y
veo descarriarse de pronto
aquel ovillo de lana triste
que fue
toda mi infancia,
aquella habitación de costurera
aquel balcón
solaz
que de muy niña
se asomaba
al clamor hirviente de las calles,
y ahora lo veo todo
irse
desmadejándose encima de tu cuerpo,
detrás
destrás
detrás
y todavía
mi pequeño puñal de niña sin palabras,
DEPRISA,
MÁS,
CAER
Y SIN EMBARGO,
un cuerpo que se rompe,
EL
CABO FINAL DE LA MADEJA,
aquel reloj de
arena
creciendo
desmesuradamente
mientras cae
cada pequeña muerte en
granazón,
y todas se reúnen,
y la arena se agranda
hasta
cubrir toda la habitación
con un murmullo seco de sombras alejándose.
En
este sueño, padre,
puedo verte jugando con mis manos.
Cuando las
manos eran cálidas y obradoras.
Lápices de
ternura,
que nos llevaban siempre a emborronar los sueños.
(De
El jardín navegable, 1990)
La llama
de leña de cerezo
se propaga deprisa.
TENGO SED.
Arden
los retratos,
dóciles cartones de un gris desmarañado.
SED
sobre tu cuerpo débil y
quietísimo.
(De
El jardín navegable, 1990)
Nada.
Las
lámparas juntas de un remoto latir.
Un acertijo lejos.
Un
despuntar de lienzos preparados,
un luto blanco,
abrasando todas
las cantimploras de la vida.
Al
despertar
todas las puertas eran de hiel
y hervían las
terrazas,
y el aire se hamacaba
sobre las cunas más altas de los
árboles,
y el
Tatuador de Sombras
había dejado la muerte en tu costado.
En tu
costado izquierdo.
Pasto de las márgenes
jamás entreveladas.
Rumor de lienzos litorales y cartografías
azules.
Parece imposible.
(De
El jardín navegable, 1990)
PADRE:
HE TEJIDO
TEMPRANO LAS REDES PARA PECES
LAS TRAMPAS PARA
HOMBRES,
LAS ARISTAS,
LAS DIADEMAS MÁS HERMOSAS,
EXTRAVIANDO LOS LABIOS EN
UN MAR DE PREGUNTAS
CAÍDO UNA VEZ MÁS AL FILO DE LA NOCHE
EN UNA PESADILLA DE
PORTERÍAS LÚGUBRES
DE INFANCIAS ARRUMBADAS EN TRISTES CAÑERÍAS
HE
LIBADO LOS MUROS MÁS ALTOS DE TU CUERPO
SIN DETENERME
APENAS,
APENAS SIN ORARTE
Y
UNA BANDADA LENTA DE PELÍCANOS
LLEVABA EN EL REGAZO TIBIO DE SUS
FAUCES
TODOS NUESTROS RESTOS.
(De
El jardín navegable, 1990)
EL MAR CONTIENE AL MUNDO.
No nos deja olvidar
pues cada ola
es un recordatorio
bramando nuestra
muerte hacia la
orilla.
(De
Cartografía sin mundo, 1995)
UNA
MANO
la misma que en la noche,
anidará en el párpado vacío del
suicida
será la que
conduzca
mi nave hacia el abismo.
No
debes olvidarlo:
Un navío es un párpado que crece
y no sabe
mirar.
Al embarcar lo sabes.
Mientras
navegas
hay siempre un
hombre
al borde de ti mismo
que extiende incansable su mano
para salvar
a dios.
Un
dios de cartón arrepentido.
Un dios suicida.
(De
Cartografía sin mundo, 1995)
EN
ESTA HORA INEXACTA DE LA VIDA
donde cada habitación de la casa
nos lleva a una pregunta,
absurda en esta edad de juventud,
tras la resaca de lo sobrevivido
araño el
paraíso
y cuento cada nube
para no olvidar nunca
cómo crece la nieve
alrededor del miedo,
cómo crece la
nieve
mientras arde la hierba
y se amontona el silencio sobre el
mundo.
(De
Cartografía sin mundo, 1995)
ME
HE QUEDADO
PENSANDO
que de pronto una despedida
puede ser un comienzo.
Y he abierto
mis manos
y he pensado besarte cuando ya estés dormido
inaugurar
el campanario de los besos
dibujar un
pañuelo
en la seda del aire
apalabrar la
senda
de tus ojos cerrados
quebrantar ese sueño
que ahora
habitas
en mitad de la noche
y decirte a los labios
adiós amor
hoy
quiero despedirme
zozobrar para siempre en esta isla
reparar el
amor.
(De Cartografía sin mundo, 1995)
La misma
incertidumbre
con la que un día preciso
que ya fuiste acordando
sin saberlo,
comienza a desprenderse
la leve gasa que
ocultara
la trama de tu herida,
una herida reciente que late sin
hablar
y está tan dentro
que tu vida depende de mantenerla
viva.
Con
la misma soltura
con la que cada órgano se acomoda para el parto
y se abre un trecho de luz
en mitad de tu cuerpo,
una tarde descubres
que no puedes contar tus cicatrices
pues
sus bordes te unen a fragmentos de otros,
a vidas paralelas,
a
bálsamos de humo.
Y es entonces
que esa herida se
cumple
y es más cierta que el mundo,
nos regresa al
origen,
sus lámparas de arena,
la palabra en el vientre,
cuando todos vivíamos
recíprocos y juntos
cuidando las
heridas.
(De
Lámparas de arena, 2000)
No alumbro.
No me muevo.
Habito
en el
vacío.
Veo
sombras
materias
sobre un cielo de arena
que desgarra ventanas.
PROHIBIDO FIJAR CARTELES EN LA TARDE.
(De
Lámparas de arena, 2000
He llegado al inicio, como
quien se extravía bajo la
rotación laberíntica de un
bosque
sin raíces.
Y
doy
vueltas
Y vueltas
sobre mi propia herida
tras la única gasa
que
macera el silencio y su drenaje,
la dársena del tiempo.
He
llegado al
inicio
y mi nombre no era
más allá de un abismo sin aliento
y mi cuerpo
sin nombre
se llenaba de
lámparas
y niñas,
perdía pie
sin reservar la hierba.
Y mi
arena se oía crepitar hasta el fondo sobre el granizo muerto.
He
llegado al inicio
sin saber hacia dónde desvivirme,
sin creer en
la muerte de las olas,
habitando la ausencia de mí misma
Y no
encuentro
el reloj
que repare mi arena.
(De
Lámparas de arena, 2000)