La 
poesía de José Cereijo busca el silencio como quien busca lo sagrado, y termina 
alcanzando el objetivo de parecerse a lo que evoca.  ¿Será por eso que, al leer sus versos, 
sentimos que nada falta ni sobra? ¿O que nos parezca notable que un lenguaje tan 
humilde pueda al mismo tiempo resultarnos tan elevado? Ser silencioso con las 
palabras no dista de ser sublime con la sencillez. Es mucho lo que en sus versos 
calla: “Calla la vieja muerte hospitalaria, / calla Dios en su cielo, / calla el 
amor si es hondo, y también calla, / como el dolor, el tiempo. / Para qué tus 
palabras, si todo lo que importa / pertenece al silencio”.
 
Podemos 
considerar que el citado poema, cuyo apropiado título es "El silencio", resume 
toda su poética. Alguien podría objetar que, en esta obra, el silencio es, si 
bien importante, un tema principal entre los otros. En efecto, los poemas de 
José Cereijo hablan con particular intensidad de la muerte, del amor, del 
tiempo. Sin embargo debo insistir en que el silencio es un tema que define o 
valora a los demás. Hay poemas sobre el amor, la muerte, el tiempo, pero todo 
aquello existe callando, porque pertenece a lo que importa. El poeta, que con 
gran eficacia lírica gusta dirigirse a sí mismo con una voz en segunda persona, 
no deja de recordarse que su poesía es un paréntesis en medio de la perfección 
del silencio: “Estas palabras / las estás escribiendo para otro / que no se 
revela, que es sólo / el silencio que las acoge, / la íntima significación de 
ese silencio. / Y es una obligación / atroz, insoportable: nada / puede 
satisfacerle. / Y, sin embargo, sabes / bien que si algún valor / llegase a 
haber en ellas, / a él lo deberías: a ese silencio tenso, / riguroso, obstinado, 
/ para el que las escribes”.
 
Desde 
sus primeros versos José Cereijo dice que la verdad y el silencio es pedir 
demasiado. Y, sin embargo, no hará otra cosa que pedirlo:  pedirá la verdad del silencio hasta 
conseguir lo que desea a través de las palabras mismas con que lo pide. Cierto 
que lograr el silencio con las palabras nos parece una contradicción, o un 
imposible. Pero hablamos de poesía y no es, nuestro reino, el de lo literal, 
sino el de lo literario, y José Cereijo ha crecido tanto en ese reino, sin duda 
el suyo, que uno puede sentir, al leer sus poemas, que ha logrado este prodigio 
de hablar callando.
 
 
SELECCIÓN DE POEMAS DE JOSÉ 
CEREIJO
ESE 
DÍA
 
Hoy 
pienso en ese día, que será como tantos
-voraz, 
suplementario, azul, indiferente-,
y 
en el que una vez más, pero ya no habrá otra,
mis 
ojos, mis oídos, recobrarán el mundo.
 
Y 
quizá me despierte sin sorpresa, ignorando
que 
es por última vez, que ya no quedan sueños;
que 
el tiempo, del que son formas todas las cosas,
ha 
decidido descartar la mía.
 
En 
mis ojos abiertos se ahogarán los pájaros,
los 
hombres, las estrellas, la luz que los inventa;
colérico, 
el futuro desgarrará su engaño
 
como 
un telón pintado, revelando el vacío.
Y 
mi ser, vaso inútil en manos de un enfermo,
rodará 
silencioso a estrellarse en la nada. 
 
 
LA 
ALONDRA
 
JULIETA.- 
¿Quieres marcharte ya? Aún no ha despuntado el 
día. Era el ruiseñor, y no la alondra, lo que hirió el fondo temeroso de tu 
oído. Todas las noches canta en aquel granado... ¡Créeme, amor mío, era el 
ruiseñor!
ROMEO.- 
Era la alondra, la mensajera de la mañana, no el 
ruiseñor...
 
Amar, 
amar la vida
sin 
esperanza alguna,
sabiéndola 
tan frágil, y tan corta.
 
Saber 
bien que la alondra
muy 
pronto va a cantar
(que, 
en realidad, está cantando siempre),
y 
amarla todavía, negándose al engaño
de 
que es el ruiseñor, y largo el tiempo.
 
Y 
despedirla luego, cuando raye
en 
la colina el día
que 
ya no será nuestro,
con 
un último beso, más dulce que los otros.                 
 
Saber 
que es para siempre, que ya nada es posible,
y 
apretar aún la mano final que se nos tiende,
con 
un amor que es casi gratitud,
 
y 
pensar que fue hermoso:
 
un 
don digno de un dios, que, aunque no exista,
bien 
hubiera podido, solamente por eso,
llegar 
a ser verdad.
 
 
NUNCA
 
Nunca 
dormí en tus brazos.
Nunca 
me desperté de madrugada y vi el armario, la ventana, los 
libros,
o 
escuché el ruido de las cañerías, los pasos solitarios en la 
calle,
y 
pensé, incrédulo, que, puesto que todo aquello era real, 
tú 
también debías serlo.
No 
supe a qué sabían tus labios, o tu risa.
No 
te vi desnudarte.
No 
supe ni sabré jamás cómo tus ojos, en el acto del amor, incendiaban la 
noche.
Esa 
ausencia es, lo sé bien, una mutilación irremediable;
es 
un triste muñón, que llevaré conmigo hasta la muerte.
También 
es, a su modo, forma y prueba de amor, de lúcido y humillado amor, 
de 
devastado y verdadero amor, que ofrezco a tu recuerdo.
 
MALDICIÓN
 
Que 
alguna enfermedad implacable y secreta te devore por dentro, lentamente.
Que 
no haya en ningún sitio agua para tu sed, sueño para tus ojos extraviados, 
tiempo para tu corazón.
Que la vida, continuamente hostil, te ofrezca sólo 
espinas, peligros, negaciones.
Que todo lo que lleves a los labios se llene 
de un sabor amargo y póstumo.
Que seas, en fin, lo mismo que yo soy, lo mismo 
que seré
mientras que no 
consiga
                            
 librarme de tu ausencia.
 
 
(de 
Las trampas del tiempo, Madrid, Hiperión, 1999)                                                                                     
 
 
I
 
Adónde 
miran
los 
ojos de los muertos
tan 
fijamente.
 
 
II
 
Soñarte 
hermosa,
feliz 
y en otros brazos.
Pero 
soñarte.
 
 
IV
 
La 
lluvia sabe
un 
secreto de infancia
que 
yo he perdido.
 
 
X
 
El 
ruiseñor
no 
conoce su nombre:
tan 
sólo canta.
 
 
XVII
 
Pura 
nostalgia
de 
sí misma, la vida.
¿Y 
qué esperabas?
 
 
XX
 
A 
mis recuerdos
les 
pregunté por ti.
Aún 
discuten.
 
 
XXX
 
Luz 
de la luna,
enséñame 
tu modo
de 
acariciarla.
 
 
XL
 
Ya 
que te has ido,
por 
lo menos devuélveme
mi 
soledad.
 
 
LVI
 
Sale 
la luna
que 
no te encontrará,
que 
no lo sabe.
 
 
(de 
La amistad silenciosa de la Luna, Valencia, Pre-Textos, 2003)                                                                
 
PÁJARO 
MUERTO
 
Velado 
por la muerte,
tu 
pequeño ojo oscuro me mira todavía,
con 
algo que no sé si es pregunta o respuesta
o 
está ya más allá de todo eso.
 
Has 
sido entre nosotros
un 
fugaz visitante:
tan 
leve que no hacías temblar una rama ligera,
tan 
leve que es difícil decir, una vez muerto, si has llegado a 
vivir.
 
Pero 
también tus ojos recogieron, no obstante, toda la luz del 
cielo;
también 
tu cuerpo breve se estremeció al placer, luchó con el 
dolor;
en 
tu pequeña mente floreció, océano de hondura ilimitada,
la 
gloria incomparable de estar vivo.
 
Y 
ahora ya no eres nada:
una 
pequeña flor de podredumbre,
una 
idea olvidada en la mente del mundo,
un 
mínimo despojo que pronto tirarán.
 
Dime, 
¿qué puedo hacer para que no te mueras?
¿Imaginar 
que guardo cada pequeño rasgo de tu forma graciosa?
¿Suponerte 
dormido en las manos de un dios que velará tu sueño?
¿Pensar 
que mi emoción de ahora te rescata?
 
Una 
ligera brisa, pasando entre tus plumas, te acaricia en 
silencio:
no 
tendrás otro réquiem, pobre pájaro.
La 
vida ya no tiene nada más para darte: sólo sueño y olvido.
Duerme, 
tú que no sabes; tú, que ya no preguntas.
ADOLESCENCIA
 
Ardes 
en una llama
tan 
hermosa y secreta que, quizá sin saberlo,
tienes 
miedo de que, cuando la entregues,
te 
la cambie la vida, y no la reconozcas.
Pero 
así debe ser, es mi consejo. Espera.
Mientras 
puedas aún, disfrútala en silencio.
Podrás 
quizá tener, más adelante,
cuerpos, 
almas, saberes que llenen una vida
(perfecta 
recompensa, no indigna de los dioses). 
 
Esa 
pureza y ese fuego, nunca.
 
 
LO 
SABE
 
Fuiste 
verdad. El tiempo
podrá 
borrarlo todo.
El 
secreto dulcísimo
de 
tu piel, de tus labios.
 
Podrá 
negar incluso
las 
certezas más hondas:
confundirlas 
con sueño,
con 
vanidad inútil.
 
No 
este frío en los huesos,
ni 
este hueco en los brazos.
No 
la oscura evidencia
del 
dolor. Él lo sabe.   
 
LUZ 
DE MARZO                                                           
 
En 
esta luz de marzo,
en 
esta luz estremecida y pura
que 
un dios benevolente trajo hoy a tu ventana
y 
que hace avergonzarse a tu silencio,
además 
de su inmensa, callada compañía,
hay 
una lección honda que debes aprender:
no 
pueden tus palabras retenerla;
no 
pueden mejorarla.
 
Acata 
esa Belleza, tan superior a ti, y déjala perderse.
Y 
que el silencio sea tu forma de homenaje.
 
 
MELANCOLÍA
 
Una 
tarde callada, y misteriosa, y pura,
que 
está mirando un niño
ya 
para no olvidarla.
La 
juventud, que al alejarse deja
detrás 
de sí una música
conmovedora 
y bella, que tú desconocías.
Esos 
ojos que un tiempo, como un lago la luna,
contuvieron 
el mundo,
¿siguen 
siendo algo más que pálida ceniza,
una 
espina punzando la memoria?
No 
maldigas entonces de la melancolía,
esa 
piedad del tiempo.
EL 
AMANTE RECUERDA 
No 
todo lo he perdido. Queda tu nombre. Queda
la 
hondura del silencio después de pronunciarlo.
Queda 
lo que no pasa ni puede pasar nunca:
lo 
que nunca ha pasado.
 
TESTAMENTO
 
Este 
profundo azul del cielo en primavera,
el 
canto de los pájaros, el rumor de los sueños,
el 
amor de los libros, siempre correspondido,
el 
silencio del alba, 
el 
de mi corazón, algunas veces,
las 
horas que hacen dulce, secreta la memoria:           
es 
todo para ella. 
 
Todo 
para la muerte, que me ha querido tanto.
 
 
EL 
SILENCIO
 
Calla 
la vieja muerte hospitalaria,
calla 
Dios en su cielo,
calla 
el amor si es hondo, y también calla,
como 
el dolor, el tiempo.
Para 
qué tus palabras, si todo lo que importa
pertenece 
al silencio.
 
 
ARMÓNICO 
MURMULLO…
 
Armónico 
murmullo de las hojas
en 
el aire tranquilo de la tarde,
agudo 
y leve canto de los pájaros,
pequeñas, 
palpitantes flechas vivas;
 
aroma 
silencioso de las flores,
hondura 
transparente del crepúsculo.
Escucha, 
siente, mira, goza, aprende:
todo 
esto tiene que morir, y canta.
 
 
 
INSCRIPCIÓN 
(La imagen)
 
Lee, 
tú que estás vivo, estas palabras
dichas 
ahora por mí, que no lo estoy,
y 
mírate en su espejo. De ese lado
el 
rumor de los besos, el canto de los pájaros,
la 
hermosa vida, tú, lo pasajero;
a 
este lado la pura desnudez del sentido,
la 
callada certeza.
 
 
(de 
Música para sueños, Valencia, Pre-Textos, 2007)                                                                                          
PAISAJE
 
La 
imagen de las casas lavadas por la lluvia.
Las 
nubes poderosas a las que barre el viento.
Esta 
luna inicial, y frágil, y amarilla.
Las 
primeras estrellas, los espejos del agua, el olor de la 
tierra.
Para 
ti voy diciendo estas pequeñas cosas
que 
ha perdido tu muerte.
TARDE
 
No 
las ramas desnudas de diciembre,
ni 
la calle mojada, ni esas nubes
que 
una gran mano indiferente lleva
lo 
mismo que las trajo, ni las luces
en 
tal o cual ventana, siempre lejos:
no 
es eso lo que ves, sino a ti mismo.
Tarde 
deshabitada e inclemente,
y 
no más que la noche a su final.
 
 
PASEO
 
Paseas, 
esta tarde de verano,
por 
la grata alameda de tu infancia,
buscando 
unas imágenes perdidas
para 
jugar con ellas, simplemente.
Pero 
otra imagen terca se interpone,
un 
acecho insidioso.
Te 
ves, y no te sientes, paseando
por 
esta misma tarde en que caminas.
Ya 
es la tuya nostalgia de ti mismo,
de 
tu propio presente. Mala cosa,
cuando 
tu mismo ser es una despedida
silenciosa 
y secreta.
 
 
MIRA
Mira 
la vieja puerta de madera
por la que ya has pasado tantas 
veces.
Mira 
la acera gris que es tu camino,
y 
en la que no reparas al pisarla.
Mira 
también las nubes de esta tarde,
los 
árboles dormidos del paseo,
los 
delicados juegos de la luz.                    
Todo 
lo que sucede para nadie,
lo 
que es puro ausentarse de sí mismo, 
como 
acaso la vida. 
Mira, 
por una vez, estas cosas oscuras
que 
han de perderse en cuanto no las mires,
que 
no serán recuerdos.
LA 
APARICIÓN
 
La 
miras: es la misma. Sigue siendo
aquella 
adolescente luminosa,
aquella 
aparición que deslumbraba  
tus 
ojos hasta el fondo.
Lo 
sigue siendo aún. Y cada gesto
aún 
repite el prodigio, y lo renueva,
después 
de tantos años. Solitaria,                                      
camina 
entre la gente, y se diría
que 
encuentran natural el que entre ellos
pase 
un milagro así. Tú, que lo sabes,
dejas 
paso y adoras, en silencio.
Y 
ella calla también. ¿Pueden los dioses
no 
saber que lo son? 
AMANECER                                                                                              
 
Amanece 
otro día, y va ordenándose
todo 
lo que se pierde con la noche,
la 
insaciable riqueza de detalles
que 
hace al mundo real. Lentas y fieles,
todas 
las cosas vuelven a su sitio,
súbditas 
inconscientes del milagro
de 
ser, de seguir siendo. Únicamente
faltas 
tú, que prefieres a la gloria
vocinglera 
del mundo, la infinita
desnudez 
y reserva de las sombras,
lo 
que sabe la tierra, y su silencio. 
 
 
(del 
libro inédito Los dones del otoño)