Élmer Mendoza: <i>La prueba del ácido</i> (Tusquets, 2011)

Élmer Mendoza: La prueba del ácido (Tusquets, 2011)

    TÍTULO
La prueba del ácido

    AUTOR
Élmer Mendoza

    EDITORIAL
Tusquets, colección Andanzas

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-8383-347-6. Barcelona, 2011. 248 páginas. 17 €

    LIBRO
Balas de plata

    EDIT.
Tusquets, colección Fábula

    FICHA TÉCNICA
ISBN: 978-84-8383-308-7. Barcelona, 2011. 256 páginas. 8, 95 €



Élmer Mendoza: <i>Balas de plata</i> (Tusquets, reedición bolsillo 2011)

Élmer Mendoza: Balas de plata (Tusquets, reedición bolsillo 2011)


Reseñas de libros/Ficción
Élmer Mendoza: La prueba del ácido (Tusquets, 2011) y Balas de plata (Tusquets, reedición 2011)
Por José Cruz Cabrerizo, martes, 3 de enero de 2012
“Lo que digo: cada espacio es una palabra grande y muchas pequeñas, olió el cañón del arma, en las pequeñas está la clave.”

Espacio y palabras. En términos espaciales el nombre Élmer Mendoza se podría asimilar al de un gran campo. Un gran campo semántico capaz de albergar dos novelas aparecidas en el espacio narrativo del 2011, conteniendo muchas palabras de variados tamaños. Aunque lo cierto es que Balas de plata ya venía armada desde el 2008 (ganadora ese año del III Premio Tusquets editores de novela), con una primera y segunda edición, y lo que ha hecho es cambiar de espacio: si primero se publicó en la colección Andanzas de Tusquets, este año se saca edición en la colección Fábula. La prueba del ácido es la hermana neonata.
Pero más allá del nombre del autor, de su extensión semántica o de su currículum, lo que nos interesa son sus dos obras, y para abarcarlas nos basta con un nombre, un apodo, y un topónimo: Edgar Mendieta “el zurdo”, México.

Nombre y apodo: Edgar Mendieta, o “Zurdo Mendieta”, siniestro o zurdo, egresado de la Facultad de Letras que detesta la literatura policíaca, con un gran olfato (es capaz de distinguir de corrido entre varias fragancias con nombre propio), con una fijación enfermiza por un recuerdo de su infancia que le marca, nacido en Balas de plata y crecido en la página 13 (bonita coincidencia) de La prueba del ácido. O sea, “Un idiota sin amor, sin éxito, con una profesión vilipendiada; un pendejo de cuarenta y tres años viviendo solo, en casa de su hermano, sin padre, y lo que es peor: sin madre; un desgraciado sin un maldito divorcio porque jamás me casé, sin un padrinazgo de bautizo o primera comunión…”, y con tendencias autodestructivas (página 165 “No soy más que un pinche poli pendejo y ni siquiera estoy seguro de que lo soy realmente; yo, un pobre infeliz, ¿tengo derecho a interrumpir una reunión tan chingona donde todos ríen y disfrutan? Soy un fracasado, un idiota que está robando oxígeno, ¿qué he hecho en mi vida? Nada, chuparme el dedo y ladrarle a la luna. Un cabrón que no vota, que no pide aumento, que no escribe cartas, que no tiene dirección de internet, que no ha viajado, que no cree en Dios ni en la Iglesia, vamos, ni siquiera en los pinches ovnis que ponen roja a la luna.”), que en algún momento de La prueba del ácido incluso llega a pensar en el suicidio, que en sus crisis jamás encuentra a su psiquiatra de cabecera, es un policía no demasiado limpio (su asistenta de toda la vida, Ger, lo insta continuamente al aseo) y demasiado limpio (aunque ya veremos que “limpio” es un término móvil, algo es más o menos limpio según al patrón de limpieza con que se compare) para el gusto de las autoridades y de sus superiores.

Topónimo: México. “Yo tenía una casita de palma, dejé entrar a la zorra y una vez estuvo dentro dijo que allí no cabíamos los dos y me echó fuera. El conejito todo lloroso se retiró también.” Kid Yoreme, boxeador sonado y drogadicto que campa en algún momento por La prueba del ácido y con el que Mendieta comparte una noche parranda que termina en episodio desagradable, repite una cantinela aplicable a ese gran país que tiene la mala suerte de estar a la sombra de los Estados Unidos, la desgracia de ser paso obligado de toda la droga, y la condena de contar con unas autoridades infectadas de corrupción patológica.

Si bien ambas obras comparten la idea de la prevalencia del poder sexual sobre todos los demás, se escenifican en el trágico telón de fondo del narcotráfico

Algunas de las cajas que se abren en Balas de plata se cierran en La prueba del ácido, y ambas comparten un mismo modus operandi: un endiablado fluir narrativo en el que no hay guiones tipográficos que en la mancha de tinta delimiten la parte correspondiente a la intervención de cada personaje (aunque la segunda empieza en términos narrativos normales, o sea un narrador, y una introducción al hablante del momento, allá por la página 41 la cosa vira al modo anterior, el lector debe identificar generalmente a partir del punto y seguido de separación quién habla en cada momento).

Otra cosa: si por un casual le pregunta al Google por Élmer Mendoza Valenzuela y éste le responde que es el rey de la narconovela no le haga mucho caso, porque el combustible de ambas novelas es la pulsión sexual.

En Balas de plata el carburante del motor de combustión sexual es una mezcla proporcional de perversión y homosexualidad: se parte del asesinato de Bruno Canizales, cabeza visible, cabecita loca de una reputada y acaudalada familia que abriga aspiraciones políticas que a toda costa quiere que ni la prensa ni la policía más corrupta del mundo (en palabras de Gary Cooper, gerente de Tucson Weapon Ltd.) meta las narices en la turbia vida y muerte de este bisexual que cosechaba tantos sonados éxitos en el lado del hombre y en el de las mujeres, como venenosos odios.

En La prueba del ácido el motor de explosión sexual es Mayra Cabral de Melo. La muchacha es una prostituta que remueve las braguetas más doradas de Culiacán y Mazatlán, y el corazón no solo del Kid Yoreme antes citado, sino del propio agente Edgar Mendieta.

Balas de plata y La prueba del ácido, diferentes como hermanas, entretenidas como bailarinas de strip-tease del Alexa, realistas como libros de historia

Pero, si bien ambas obras comparten la idea de la prevalencia del poder sexual sobre todos los demás, se escenifican en el trágico telón de fondo del narcotráfico, presentan la monstruosa confusión entre poderes del estado y narcopoder, muestran el que parece ser principio rector y código de buenas prácticas del sistema policial mexicano (Justicia y Ley no son la misma cosa), debo decirle que no son continuación la una de la otra, ambas presentan personalidades diferenciadas, por algo hablaba antes de motor de combustión sexual (Balas de plata) y motor de explosión sexual (La prueba del ácido).

El motor de combustión es un mecanismo “tranquilo” que desarrolla un gran par motor (a una velocidad lenta sería capaz de arrastrar una gran carga), incapaz de responder a severos requerimientos instantáneos. Balas de plata mueve una historia compacta, monolítica, en la que las subidas y bajadas son suaves, y en la que el agente Edgar Mendieta se implica a partir de un interés quirúrgico, profesional (página 242 “Cuando un caso no se termina hay una inercia, simplemente estamos en ella, ¿qué paso?”). Una vez que el gas oil está precalentado, se produce la combustión, es así que al final aflora esa segunda historia subterránea de la que habla Abelardo Castillo en Ser escritor (“Ninguna historia cuenta una sola historia, ni en los libros ni en la vida. Pero sobre todo en la literatura, si la historia subterránea no es en cierto modo la esencial, no hay obra de ficción.”) y ya en el clímax se engranan algunos mecanismos de la narración y de la propia historia reciente de Mendieta que no entendíamos.

Muy al contrario el motor de explosión es instantáneo, revolucionado. La prueba del ácido es el caso en que prima lo personal-visceral: han asesinado y mutilado a la que podríamos considerar puta del coño de oro, la reina del antro, deseada por cualquier hombre y odiada por sus compañeras, la misma a la que Mendieta había gozado, a la que frecuentaba, y con la que ciertamente parecía abrigar esperanzas (de un modo sutil se nos insinúa que imagina un futuro en común con esta prostituta cultivada que ha leído a los más importantes escritores brasileños). Qué había de cierto y cuánto de espejismo en esa idea es una de las fortalezas de esta novela. La otra tiene que ver con el ritmo, la obra se retuerce en una espiral de frenesí que sacude la obra: el gobierno declara la guerra a los narcos, la guerra cruzada entre ellos, algún terrorista de ETA, un agente del FBI, una tensión narrativa y una acción sostenidas en el tiempo que contrastan con Balas de plata, cuyo caudal narrativo es más pericial, más policial y calmoso, y cuyo canal narrativo principal es el celular de Mendieta, la melodía del séptimo de caballería, politono del que iniciaba el hilo de las muchas conversaciones que ocupan esa primera novela de la saga.

A Balas de plata y La prueba del ácido, diferentes como hermanas, entretenidas como bailarinas de strip-tease del Alexa, realistas como libros de historia, inseparables como siamesas, hay que agradecerles las palabras pequeñas del zurdo Mendieta, que lo alejan del personaje arquetípico del género para ampliarlo.