La mirada de Houellebecq no era turbia, tampoco especialmente triste, 
albergaba una sospecha constante, quizá una ilusión perdida. En cualquier caso, 
suscitaba interés. En aquella conferencia, que empleó únicamente para hablar de 
los escritores y las novelas que le habían interesado hasta los 23 años, afirmó, 
por ejemplo, que Las ilusiones perdidas, de Honorè de Balzac, sólo se 
puede leer cuando éstas ya se hayan perdido. Quizá a él sólo se le pueda leer 
cuando uno ya se haya percatado de la maldad del mundo, de la propia sobre todo, 
de lo que es capaz el ser humano. Cuando uno ya puede vivir sin esperanza, pero 
con convencimiento. 
De este su último libro, galardonado con el Premio 
Goncourt, se disfruta tal vez más cuando uno ya ha viajado a Lanzarote, se ha 
aceptado a sí mismo como partícula elemental (como corpúsculo de Krause), ha 
ampliado el campo de batalla; ha pensado que puede que exista la posibilidad. Si 
una cosa permite El mapa y el territorio es conocer un poco al escritor. 
Y en realidad toda la trama se encuentra en un poema, “L’ amour, L’ amour”, que 
escribió en el comienzo de su carrera, especialmente en unos versos: 
Juste une certitude : "Cela n'est pas pour moi",
Un obscur petit 
drame
Los pájaros no son nada – continuó Houellebecq-, 
manchitas de color vivas que incuban sus huevos y devoran miles de insectos 
revoloteando patéticamente de un lado a otro, una vida atareada y estúpida, 
completamente consagrada a devorar insectos (a veces se dan un modesto festín de 
larvas), y a la reproducción de su especie. Un perro lleva ya en sí un destino 
individual y una representación del mundo, pero su drama tiene un aspecto 
diferente, no es histórico y ni siquiera verdaderamente narrativo, y creo que yo 
he roto un poco con el mundo como narración, el mundo de las novelas y de las 
películas, y también con el mundo de la música. Ya sólo me intereso por el 
‘mundo como yuxtaposición’: el de la poesía, el de la pintura. ¿Quiere un poco 
más de cocido? (Michel Houellebecq, El mapa y el territorio, pag. 
226). 
Pintor es Jed Martin, el protagonista de esta novela, 
personaje que encuentra en la versión de sí mismo que nos quiere dar el autor 
alguien que le puede entender. Se le escapa. Realidad o ficción, Houellebecq 
desaparece. Al mismo tiempo da la sensación de que escribe a medida que el 
lector ejerce su función. Acusado de egocéntrico, lo encuentro más bien inmerso 
en una necesidad de omnipresencia. Empeñado en reflejar el siglo XX antes, y el 
XXI ahora. La gente ha empezado a comer en media hora, y también a beber cada 
vez menos alcohol: y luego el golpe de gracia ha sido la prohibición de 
fumar, dice Martin en la página 98. 
La producción artística del 
protagonista, las dificultades a las que se enfrenta a la hora de generarlo, el 
asombro que vive frente al espectáculo de galerías, agentes, compradores, 
coleccionistas, periodistas, jefes de prensa, da una idea de las vivencias a las 
que ha podido enfrentarse el propio Houellebecq. Martin, como él, termina por 
retirarse al campo. También como él tiene pocos amigos, y puede llegar a pasar 
días sin decir una sola palabra a nadie, excepto un somero No a una cajera 
cualquiera de supermercado cuando le pregunta si tiene tarjeta de 
descuento.
Muy presente en novelas anteriores y un tanto ausente en esta 
es el sexo. No así el deseo. Al igual que la Valerie de Plataforma, las 
mujeres de este libro (Olga, Hélena) son felices cuando hacen de su amante un 
rey. También a la jefa de prensa eficiente y con un problema respiratorio que le 
hace moquear le da placer complacer. 
Del amor me cuesta hablar. Ahora 
estoy seguro de que Valérie fue una radiante excepción. Se contaba entre esos 
seres capaces de dedicar su vida a la felicidad de otra persona, de convertir 
esa felicidad en su objetivo. Es un fenómeno misterioso. Entraña la dicha, la 
sencillez y la alegría; pero sigo sin saber por qué o cómo se produce. Y si no 
he entendido el amor, ¿de qué me serviría entender todo lo demás? (Michel 
Houellebecq, Plataforma, pag. 315). 
Tildado 
también de misógino, y de destructor del amor, lo cierto es que en otra de sus 
novelas, Las partículas elementales, Houellebecq desgrana una de las 
grandes verdades de la historia del mundo, quizá una de las pocas. La que sigue: 
Esta mujer había tenido una infancia terrible, trabajando en una 
granja desde los siete años entre semibrutos alcohólicos. Su adolescencia fue 
demasiado breve para que pudiera acordarse. Tras la muerte de su marido trabajó 
en una fábrica para sacar adelante a sus cuatro hijos; en pleno invierno iba a 
buscar agua al patio para que toda la familia se lavara. Con más de sesenta 
años, recién jubilada, accedió a ocuparse otra vez de un niño, el hijo de su 
hijo. A él tampoco le había faltado de nada, ni ropa, ni buenas comidas los 
domingos, ni amor. Ella le había dado todo eso. Un examen mínimamente exhaustivo 
de la humanidad debe tener en cuenta necesariamente este tipo de fenómenos. En 
la historia siempre han existido seres humanos así. Seres humanos que trabajaron 
toda su vida, y que trabajaron mucho, sólo por amor y entrega; que dieron 
literalmente su vida a los demás con un espíritu de amor y de entrega; que sin 
embargo no lo consideraban un sacrificio; que en realidad no concebían otro modo 
de vida más que el de dar su vida a los demás con un espíritu de entrega y de 
amor. En la práctica, estos seres humanos casi siempre han sido mujeres 
(Michel Houellebecq, Las partículas elementales, pag. 
92).
En El mapa y el territorio, sin embargo, hay una madre 
ausente, pocas mujeres, casi nada de sexo, algo de amor (deshilachado) y dos 
hombres que conversan sobre el mercado y la industria del arte, los coches, las 
profesiones, la crisis económica, la inviabilidad de la economía como ciencia, y 
de otras muchas cosas, también interesantes, como la importancia de un 
calentador, o de un buen embutido de tanto en tanto. Houellebecq, menudo pájaro. 
Los lectores habituales del autor francés pueden llegar a soltar carcajadas con 
esta novela, y sorprenderse además de una trama policíaca, género que hasta 
ahora el escritor no contemplaba. 
Se le ha acusado de plagio por 
utilizar la Wikipedia, y él no lo niega. Dice en sus Agradecimientos: “Cuyas 
notas he utilizado como fuente de inspiración, especialmente las relativas a la 
mosca doméstica, la ciudad de Beauvais y a Fréderic Nihous”. A mi entender, 
demuestra mucha más elegancia con estas palabras que con otros gestos, bastante 
habituales en la literatura contemporánea, de fragmentar, copiar, pegar y jugar. 
Como si escribir una novela fuera una cuestión de recortar y colorear. 
NOTA: 
”Un mapa no es el territorio que 
representa, pero, de ser correcto, tiene una estructura similar al territorio, 
razón por la cual resulta útil. Si el mapa pudiera ser idealmente correcto, 
incluiría (en escala reducida) el mapa del mapa. Si reflexionamos acerca de 
nuestros lenguajes, encontramos que, en el mejor de los casos, deben ser 
considerados tan sólo como mapas. Una palabra no es el objeto que representa; 
los lenguajes también exhiben esta peculiar capacidad de reflejarse a sí mismos: 
podemos analizar lenguajes por medios lingüísticos. El “lenguaje de mapa” 
anticuado, necesariamente, debe llevarnos a desastres semánticos, al imponer y 
reflejar su estructura antinatural… Siendo las palabras y los objetos que 
representan dos cosas distintas, la estructura, y solamente la estructura, se 
convierte en el único vínculo entre los procesos verbales y los datos empíricos. 
Las palabras no son las cosas de las que hablamos… Si las palabras no son cosas, 
ni los mapas el territorio mismo, entonces, obviamente, el único vínculo posible 
entre el mundo objetivo y el mundo lingüístico debe hallarse en la estructura, y 
solamente en la estructura. La única utilidad de un mapa o lenguaje depende de 
la similitud entre los mundos empíricos y los mapas-lenguajes. El hecho que todo 
lenguaje tiene alguna estructura… lleva a que inconscientemente leamos en el 
mundo la estructura del lenguaje que usamos...” (Del prólogo de la obra 
de Alfred Korzybski, Science and Sanity).
Michel Houellebecq: "Célibataires", produced and 
composed by Bertrand Burgalat (vídeo colgado en YouTube por 
ianpaper)