Roger Belbéoch: <i>Chernoblues: de la servidumbre voluntaria a la necesidad de servidumbre</i>. Seguido de <i>La sociedad nuclear</i> (Malapata ediciones & Biblioteca Social Hermanos Quero, 2011)

Roger Belbéoch: Chernoblues: de la servidumbre voluntaria a la necesidad de servidumbre. Seguido de La sociedad nuclear (Malapata ediciones & Biblioteca Social Hermanos Quero, 2011)

    TÍTULO
Chernoblues: de la servidumbre voluntaria a la necesidad de servidumbre. Seguido de La sociedad nuclear

    AUTOR
Roger Belbéoch

    EDITORIAL
Malapata ediciones & Biblioteca Social Hermanos Quero

    TRADUCCCION
Javier Rodríguez Hidalgo y Emilio Ayllón Rull

    FICHA TÉCNICA
Granada, 2011. 136 páginas. 5 €




Reseñas de libros/No ficción
Roger Belbéoch: Chernoblues: de la servidumbre voluntaria a la necesidad de servidumbre. Seguido de La sociedad nuclear (Malapata ediciones & Biblioteca Social Hermanos Quero, 2011)
Por José Cruz Cabrerizo, martes, 1 de noviembre de 2011
Chernoblues: de la servidumbre voluntaria a la necesidad de servidumbre. Seguido de La sociedad nuclear, publicado por el físico Roger Belbéoch en Francia ya en 2001, saca a la luz del día las maniobras de manipulación informativa que el poder realiza para conseguir que una población que teme la devastación nuclear, se sienta protegida, porque eso implica el poder manejar mejor situaciones de catástrofe: el miedo provoca turbulencias en las masas, y quien se cree que con una pastilla de yodo está a salvo no reclamará más garantías ni actuaciones urgentes e inmediatas.
1. Cada mañana la misma pregunta: ¿caliento la leche al fuego del gas, o en el microondas? Y como un espíritu atormentado en cuyo interior se agitaran los postulados de su fe, empiezo a pensar de una parte en las termias del gas natural que necesitaré, y de otra en la pérdida de energía que supone toda transformación hasta que la corriente llega al enchufe, y me decido por vigilar que la leche no se derrame al fuego. Pero luego caigo en la cuenta de que así voy a tener que fregar un cacharro de más (el cazo), con lo que eso implica en términos de consumo de un agua que ha tenido que ser bombeada, potabilizada y vuelta a bombear hasta mi grifo, y me parece que el balance ambiental ya no es tan bueno: a todo eso hay que añadir que el agua utilizada, ahora se ha transformado en agua residual gris que necesariamente ha de ser bombeada, trasvasada, reposada, antes de devolverla al medio ambiente, con tal de eliminar ese detergente que de otro modo contribuiría en parte a la eutrofización de los acuíferos. Energía para la vida.

2. Desde los altares mediáticos, una legión de popes medioambientales y sus gacetilleros apuntan a diario con dedo acusador a cada habitante del primer mundo. Lo culpabilizan por ejemplo por no haber resistido la fuerza centrífuga especulativa que lo arroja a las periferias de las ciudades. Una lejanía respecto de los centros urbanos y de trabajo, que los obliga a coger el coche para desplazarse, ante la falta de buenas infraestructuras de comunicación. Un coche que cada vez es menos duradero porque ha sido cuidadosamente diseñado con arreglo a los cánones de la obsolencia programada. Un coche que puede ser fácilmente sustituido porque un sistema financiero bien engrasado permite el endeudamiento esclavista. Un coche que puede, que tiene que ser disfrutado en desplazamientos largos porque la movilidad constante, los grandes viajes son el distintivo de modernidad de cualquier ciudadano de mundo.

3. En los foros especializados se alzan voces que ponen en duda la viabilidad ambiental de la generación eólica. Se empieza a “difamar” a la fotovoltaica: bajo rendimiento del silicio, su limitada esperanza de vida, la inversión energética necesaria para recuperar cada kilovatio invertido en la fabricación de los paneles, el alto poder contaminante de los residuos de fabricación…

Me voy a calentar la leche, y dineros aparte, está claro que la energía nuclear bien podría acallar mis problemas de conciencia energética, y a la vez colmar las expectativas que hacen crecer en mí cada vez que me inoculan el veneno de la falacia del crecimiento ilimitado

Los tres párrafos anteriores se resumen en lo siguiente: El antes llamado “capital”, el ahora llamado “mercado”, obliga al ciudadano a la depredación energética a la vez que lo hace culpable por ese cainismo medioambiental y energético que lo hace sentirse directamente responsable de estar matando a la población hambrienta del planeta. Sume al tipo o a la tipa de a pie, concienciado o concienciada, en el pozo negro de la desesperación energética y ambiental. En resumidas cuentas, que mediante una combinación de estrategias prepara el camino para la consagración de una fuente de energía “inagotable”, “limpia”, y que no “vampiriza” a los muertos de hambre: la energía nuclear. Buena, bonita, barata.

Buena, porque es verdad que da mucho de sí, como cuando hace años la publicidad del famoso brandy aseguraba que “Un poco de Magno es mucho”.

Bonita, porque a todos gusta. Página 13, en la Presentación de los editores: “Por otra parte, los grandes conglomerados nacionales de la construcción, (ACS y Acciona, principalmente, pero también Sacyr o FCC), núcleo duro del poder económico desde la primera planificación desarrollista del franquismo, y cuya capacidad para determinar, desde entonces hasta ahora, las decisiones de inversión del Estado y de la gran banca nadie pone en duda, han desembarcado en los últimos años en el capital de las eléctricas […], y sin duda verán con muy buenos ojos un nuevo ciclo de valorización en torno al producto “central nuclear”, cuya fase de edificación es una suculenta fuente de beneficio industrial y que, una vez conectada a la red, garantiza varias décadas de ingresos abundantes y estables con aval del Estado.”

Y barata, por las ayudas y subsidios estatales a fondo perdido (el estado como garante de una producción energética que garantice la continuidad del tejido productivo). Barata además, porque en caso de catástrofe nuclear, la responsabilidad civil del generador es limitada. Puntual recibo en mi buzón de correo_e la newsletter mensual de un megafabricante de material eléctrico que contiene algunos apartados sobre el mercado y productores energéticos. El titular me anuncia la ampliación de la responsabilidad civil y del periodo para reclamaciones. Ley 12/2011 de 27 de mayo, sobre responsabilidad civil por daños nucleares o producidos por materiales radiactivos (BOE 28/05/2011). Dice el Punto III del PREÁMBULO:

El convenio de París determina la responsabilidad mínima obligatoria a la que debe hacer frente el explotador, mientras que el de Bruselas establece compensaciones complementarias, hasta un límite determinado, para indemnizar a las víctímas o reparar daños en caso de que los daños superen la responsabilidad fijada para el primero”.

Belbéoch demuestra cómo el lobby nuclearista ha ido ganándose con pingües recursos a cada sector: a la clase médica, a la clase científica, a la clase periodística

Al lector de reseñas no le interesan las ideas del reseñador, le importa el libro. Y aunque esa es la idea, la de enfrentarse a la obra desde una posición neutra, las cifras recogidas en la ley no hacían sino apuntar en la dirección señalada por Belbéoch. Cuantía de la responsabilidad civil a la que tiene que hacer frente el explotador: 1200 millones de euros. Cuantía que se puede ver reducida a una banda de 70 a 80 millones de € (artículo 4.5) en “consideración a su naturaleza, y las consecuencias previsibles que pueda ocasionar un accidente nuclear”. A partir del techo máximo, la responsabilidad civil corre de cuenta del estado nacional donde se produjo el accidente, y también de cuenta de la caja de los dineros de los firmantes del Convenio de Bruselas de 31 de enero de 1963 (para el caso de que quede alguien con posibilidades de reclamar). Bromas aparte, por ejemplo el estado español podría tener que contribuir a las indemnizaciones por un accidente nuclear en territorio extranjero, y rezar para que el viento y la lluvia no le trajeran la nube radiactiva.

Volviendo a lo que me sucede cada día cuando me voy a calentar la leche, y dineros aparte, está claro que la energía nuclear bien podría acallar mis problemas de conciencia energética, y a la vez colmar las expectativas que hacen crecer en mí cada vez que me inoculan el veneno de la falacia del crecimiento ilimitado.

“La nuclearización de la sociedad moderna no es una necesidad que impongan las leyes de la física. Es una elección deliberada de los dirigentes sociales –entre los cuales podemos incluir a la comunidad científica-, opción consentida sin demasiados problemas por la sociedad. Si la aceptación de la opción nuclear de nuestra sociedad depende de la servidumbre voluntaria, el desarrollo del programa nuclear implica, para la supervivencia de la sociedad, la necesidad de dicha servidumbre” (pág. 84).

Pero la servidumbre no acalla el miedo al poder de la radiación ionizante, y la radiación ionizante en la práctica amordaza y limita la democracia (ya sé que le parece un disparate).

Es lógico pensar que la aparición de una fuente de energía de posibilidades tan inmensas tienda a suscitar reacciones sicológicas profundas, algunas de las cuales sin duda tendrán que ser consideradas más o menos patológicas […] El advenimiento de la era atómica ha situado a la humanidad ante algunos problemas de salud mental” (pág. 61).

Belbéoch amplía en La sociedad nuclear el catálogo de los daños nucleares y eso de una forma más concreta todavía, y no solo referido al ámbito físico de la salud: prensa, libertad de movimiento, democracia, hipotecas de futuro (caso de los residuos)

El extracto es obra de un francés (Francia, potencia nuclear), el doctor Tubiana, máxima autoridad de la Academia de Ciencias en lo concerniente a radiaciones ionizantes, antiguo presidente del comité médico de Électricité de France, antiguo director del Centro Internacional de Investigación sobre el cáncer, etc., quien en 1957 interviene en esos términos ante la OMS. De modo que, según él (literalmente), si la información hace daño, lo mejor será manipularla al modo en el que lo hizo Goebbles, el ministro de información nazi. Y es que lo de la censura (la práctica habitual del oponente de Goebbles durante la Segunda Guerra Mundial, el ministro francés Giraudoux), le parecía algo feo. Pero en Chernóbil, a caballo entre Ucrania y Bielorrusia, no son de la misma cuerda del doctor Tubiana, no entienden sus escrúpulos, sus excesivas “formules de politesse”, o como se diga, y por eso, para no intranquilizar a la población con pandemias bíblicas, se encargan de enjaular a los pocos pájaros de mal agüero que quieren piar a su propio son.

El profesor Bandajevsky, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Gomel, fue arrestado y detenido de forma arbitraria durante más de cinco meses, como en la época estalinista, detención que culminó con su destitución definitiva. Fue condenado por el Tribunal Militar de Gomel a ocho años de trabajos forzados el 18 de junio de 2001. ¿Será porque sus estudios son molestos, ya que muestran los nefastos e insospechados efectos que provoca sobre la salud la acumulación corporal de cesio 137 –especialmente en los niños- por ingestión crónica de alimentos contaminados?”.

Y es que Chernóbil fue el laboratorio donde se destiló la estrategia nuclearista con que conseguir la ocultación-maquillaje-enterramiento en un sarcófago de hormigón-banalización de la verdad de lo acontecido (pág. 39, “Que los niños bielorrusos o ucranianos enfermen y mueran actualmente, es en gran parte culpa nuestra: hemos dado carta blanca a nuestros expertos; no se intervino para impedir que los medios, los sindicatos, las organizaciones caritativas, el colegio de médicos, los científicos difamasen a las fuerzas locales que estaban tratando de proteger del mejor modo posible a la población, y se permitió que reforzaran la credibilidad del poder central soviético”. Belbéoch demuestra cómo el lobby nuclearista ha ido ganándose con pingües recursos a cada sector: a la clase médica, a la clase científica, a la clase periodística (en la página 69 se habla de un simulacro que organizado por el Comisariado para la Energía Atómica tuvo lugar en 1989. Allí se invita a unos periodistas a los que se les paga la friolera de cerca de 1500 euros por día, 1500, para que interpreten el papel que les correspondería en caso de accidente nuclear).

Chernoblues es un libro que deberían leer tanto ”pro” como “anti”, porque dicen los editores que contiene todas las preguntas a las que un nuclearista nunca querrá contestar en público

Pero además el libro demuestra el sencillo mecanismo de contención y limitación de las decisiones democráticas, de la libertad ciudadana: “Confiemos en los expertos”, dicen temerosos los ciudadanos, “mayores medidas de seguridad y control, estructura decisoria piramidal”, reclaman los que consideran un mal necesario a la energía nuclear, sin saber que en realidad están dejando su libertad y su seguridad personal en manos del juez y parte, quien hará sonar en el hilo musical de la conciencia colectiva lo que la población quiere escuchar, el “todo va bien”, la sinfonía del “ecofascismo” (pág. 129) que corta las cabezas que asoman (el Apéndice II, página 95, amplía el caso del disidente Bandajevsky que en párrafos anteriores citaba).

Antes he nombrado el “ecofascismo”, contenido, aunque no lo he dicho, en la ampliación, segundo libro, o llamémosle como queramos, que precede a Chernoblues y que se incluye en el presente volumen. Me refiero a La sociedad nuclear, un texto que abunda en los hechos concretos expuestos con una claridad meridiana, con una sencillez pedestre que cualquiera (como en el caso de Chernoblues) puede entender independientemente del grado y naturaleza de su formación académica. Puedo empezar con el capítulo titulado “Las dimensiones planetarias de los riesgos nucleares”, que no hace falta explicar de qué va, y por lo tanto usted pensará que podría habérselo ahorrado, pero piense en cómo se gestionaría una catástrofe nuclear (quien hubiera recibido una dosis alta de radiación directamente sería considerado alguien no recuperable, un sujeto que ya no debe consumir los recursos médicos tan necesarios puesto que va a diñarla en pocas horas o en cuestión de días), figúrese cómo un remanente alto de radiación nuclear llevaría a una aceleración de la selección natural, cómo sería reprimida por los ejércitos una reacción natural de pánico, sorpréndase de cómo ante lo irracional que es tasar lo que vale una vida humana, se han inventado una unidad llamada hombre-sievert que cuantifica cuánto cuesta la energía nuclear en relación a una vida humana… Belbéoch amplía en este segundo texto el catálogo de los daños nucleares y eso de una forma más concreta todavía, y no solo referido al ámbito físico de la salud: prensa, libertad de movimiento, democracia, hipotecas de futuro (caso de los residuos).

Chernoblues junto con La sociedad nuclear son dos textos que van más allá del dato técnico perfectamente fundamentado, y que si bien pueden abrumar por momentos dada la cantidad de reflexiones que provocan, de cálculos (no matemáticos), por la capacidad de anticipación que requieren al lector, es un libro que deberían leer tanto ”pro” como “anti”, porque dicen los editores que contiene todas las preguntas a las que un nuclearista nunca querrá contestar en público. Si me preguntan Fukushima yo responderé que bien pudo ser el lugar donde hace tres o cuatro siglos vio la luz algún poeta que escribió haikus. ¿No le resulta raro que se haya dispersado la bruma informativa en torno a la nube radiactiva? La respuesta no está en el viento como cantaba Dylan, si no en este libro de Roger Belbéoch, que tiene alma de blues.