El autor propone un viaje a través de “sombras y evidencias” hacia el 
corazón de la llama, hacia el único lugar inalcanzable donde hallar reposo. Al 
avanzar en la lectura de los poemas que conforman los inasibles límites de esta 
obra, el viaje se convierte en una investigación y, por tanto, en una búsqueda. 
La búsqueda que plantea el poeta, como todas las empresas dignas de ese 
nombre, resulta extraña y perturbadora, pues es la búsqueda de aquello que no se 
puede nombrar pero que debe ser nombrado. Es una indagación que se dirige hacia 
la profundidad de la tierra, hacia la raíz de lo humano. 
Veyrat, 
como el Virgilio que en la 
Divina Comedia conduce a Dante por los 
Infiernos, nos acompaña y nos inicia mostrándonos un camino. Se presentaría 
entonces como conocedor y mero transmisor de esa fuerza innombrable e informe 
que no se deja atrapar, que no se deja ver: “
Ebrio de fuego y de viento, / 
ofreció su sangre / para ser el mensajero: / Precio que pagó el poeta / a quien 
ya era solitario / y silencioso / por pronunciar / la palabra / que su forma le 
diera.” Sin embargo, el poeta es mucho más que un simple guía que conoce el 
camino: es Hacedor y Nómada. 
Hacedor porque 
Conocimiento 
de la Llama es ante todo un canto a la palabra 
como fuerza creadora. La palabra, al nombrar las cosas, las delimita, les 
confiere unos contornos. Actúa así sobre el caos que nos rodea como llama en las 
tinieblas: ahuyenta las sombras y da forma a lo que hace un instante era negror 
o vacío, a lo que antes era una nada indistinguible. La palabra descubre 
realidades y confiere un orden, da, en definitiva, el “ser” a las cosas: 
“
Para estar / presente / escribo. / Fundo / el Ser / con la palabra”. 
Pero este proceso creador necesita de un segundo movimiento para estabilizarse: 
al nombrar, la voz del poeta se apropia de lo nombrado, obligando a la realidad 
a manifestarse, a hacerse visible: “
Hembra misteriosa (…) / Porque te nombro 
/ eres mía (…) / A la luz te traigo”. No hay, por tanto, nombre sin 
conocimiento, como tampoco conocimiento sin nombre. “
Conocer y fundarte / 
Arrebatar / tu nombre / a lo oscuro / anónimo / y secreto. / Nombrarte, / para 
que fueras / Ser y No Ser / a un tiempo…”. 
Porque en realidad Miguel Veyrat no 
hace más que interrogarse por quiénes somos. Es esa su pesquisa incansable, una 
indagación que incomoda e inquieta, pues no hace sino poner en duda las verdades 
aceptadas, aquello que creemos ser
El poeta, 
pues, como Hacedor, y la poesía entendida como elemento liberador, como algo 
capaz de escapar a la dinámica de la Rueda, esa vida humana que tanto recuerda 
al castigo de Sísifo: “
Rueda rueda / interminable terror / del tiempo. / 
Vuelve el dolor, / el hambre vuelve / y triste rueda / el vivir del hombre”. 
La poesía, dotada de las cualidades de la llama, la que quema y germina, aparece 
como lo único capaz de elevarse hacia las alturas y, dejando atrás dolor y 
tiempo, trascender esa deriva: “
Vestido de la luz / me hacía grande. / Grande 
hasta llegar al salto, / a la medida / sin medida más allá / de todo límite. / 
Atrás el tiempo / el abismo atrás, / todo dolor en fuga / despedido de la Rueda 
/ que retorna sin cesar, / Y brota como fulgor: / Ascensión furiosa / del 
poema”. 
Iniciados ya en la potencia de la “Voz Arcana”, la 
palabra creadora, aquella
 “
que conjura / El pavoroso vacío”, 
seguimos buscando “el centro de la llama, (…) [el] corazón del glaciar”. Porque 
en realidad Miguel Veyrat no hace más que interrogarse por quiénes somos. Es esa 
su pesquisa incansable, una indagación que incomoda e inquieta, pues no hace 
sino poner en duda las verdades aceptadas, aquello que creemos ser. Su poesía, 
al desestabilizarnos, nos impulsa a pensar, a cuestionar nuestras creencias, nos 
obliga a descender a lo más profundo de nuestra alma, donde habitan las sombras. 
Conocedores del poder del arma de Orfeo –el poético canto de la lira-, emulamos 
al hijo de Apolo y bajamos a los infiernos en busca del Otro, ese ente sin 
contornos ni forma que es “
Ser y No Ser / a un tiempo”. Si queremos beber 
de la Fuente, debemos buscar el origen: así como la palabra nace del silencio, 
la luz sólo surge de la oscuridad. 
¿Pero qué es la sombra en la poética 
de Veyrat? ¿Qué el infierno? En la obra de Miguel Veyrat los conceptos e 
imágenes que evoca son de una riqueza abrumadora. Así, el infierno del que habla 
en 
Conocimiento de la Llama es múltiple y plural, representa a Dionisos 
pero también a Tánatos, lo inconsciente y la voluntad humana. No sería tanto el 
infierno de Dante -ese lugar de suplicio eterno relacionado con el pecado 
original y la culpa cristiana- como el de Orfeo, el inframundo griego vinculado 
con los muertos. O al menos se situaría en un punto medio. Es aquel al que el 
poeta desciende en busca de Eurídice, que no es más que aquello que le completa. 
“
Llegamos / de la sombra, / del oscuro deseo, / de la Ausencia. / Llaga / 
sedienta”. Nuestro origen, pues, está en la sombra, entendida como falta o 
carencia. Una ausencia que se manifiesta como una herida abierta que no va a 
cerrarse nunca, como algo insaciable que jamás se va colmar, que nos va a 
acompañar en nuestro peregrinar por el mundo de los vivos recordándonos que 
nuestro destino es nuestro origen. La sombra que nos va a perseguir y que no se 
va a detener hasta alcanzarnos: “
Sus ojos / más que el Sol / madrugan / y 
ávida devora / la densa tierra / de los muertos: / También sobre ti / se inclina 
a beber / de la garganta / herida, y verte por fin Desnudo / Y muerto”. 
El de la muerte es un destino que, aunque terrible, debe entenderse como 
la vuelta al origen, como aquello que cierra el círculo y nos completa: “
Hay 
quien te llama / Ausencia, muerte / porque sólo falta / al hombre / tu presencia 
/ para estar completo”. No es una tragedia, sino un regreso, un reencuentro: 
“
Muerte / como abismo, / te desprecio”. En esa repulsa de la muerte como 
abismo brota una invitación a gozar la vida creando un espacio en el que pasado 
y futuro conviven y se entremezclan para dar como resultado un presente 
perpetuo, marcado por lo dionisíaco: “
Cierto será mañana / que estar muerto / 
fue penoso / Hagamos pues la fiesta (…) / ¡Oh! haced / de la muerte / un acto. / 
Jamás un sacrificio”. 
Tras bajar a los infiernos y habitar 
en las sombras, el poeta (y nosotros con él), ya no vuelve a ser el mismo: allí, 
en la oscuridad, una parte suya va a reclamar su cuerpo con avidez e 
insistencia. Entonces comprendemos que así como la luz surge de las tinieblas, 
la llama, al iluminar, genera sombras
Tras 
bajar a los infiernos y habitar en las sombras, el poeta (y nosotros con él), ya 
no vuelve a ser el mismo: allí, en la oscuridad, una parte suya va a reclamar su 
cuerpo con avidez e insistencia. Entonces comprendemos que así como la luz surge 
de las tinieblas, la llama, al iluminar, genera sombras. El poeta se transforma 
en Nómada, un ser que habita en los márgenes, que transita por el filo, entre 
dos mundos. Es un ser enfebrecido por el reflejo de la Llama. Un reflejo que le 
abrasa y que en él germina, que le otorga la capacidad de romper la niebla y sus 
jirones con la palabra: “
De sus ojos la luz arde, / geometría / penetra la 
ínsula / y nace: / Frutal tensión / en carne transmutada. / Temprana para ser, / 
rompió la niebla y sus jirones / en la forma pura: /el color, la transparencia / 
que adivina sólo / aquél que vivió una estación entera / sobre la raya del 
alba”. 
El poeta es adivino y arúspice, solo que las entrañas que 
examina son las nuestras. Situado “sobre la raya del alba”, entre la luz y las 
sombras, entre la vida y la muerte, es un ser ubicado en el límite y, por tanto, 
destinado en cierto modo a no ser escuchado. Y sin embargo, las palabras que 
pronuncia nacen con la imperiosa necesidad de ser atendidas, de ser 
comprendidas. Aunque su lengua es la nuestra, es tal la verdad que enuncia, que 
al lector le parece oscura cuando en realidad es pura, transparente. No emplea 
palabras distintas a las nuestras, pero despojadas de todo ornamento, su mensaje 
se resiste a ser clarificado, escapa una y otra vez a cualquier explicación 
esquemática. “
¿Dónde la palabra / (..) en el latido del viento”. 
Con su canto el poeta refleja el fulgor de la llama, aunque el precio 
que tiene que pagar por ese conocimiento, por esa iluminación profunda y última, 
es alto. La carga que acarrea es pesada: “
En esa medianoche / cuando el hielo 
/ me enseña a desear, / estoy solo / y la muerte llevo a cuestas”. Su 
destino es el de no ser escuchado, o ser escuchado por unos pocos, pues presenta 
una visión del mundo y de la vida que muchos no desean conocer. Pero su 
presencia es esencial: “
Gran cosa es una llama / para el pensamiento frío, / 
que en la discordia y la guerra / prenden su origen los seres”. 
Incomprendido, solitario y silenciado por una sociedad a la que 
incomoda, el poeta canta a la vida, consciente de su fugacidad: “
Así es la 
vida: / Explosiones seguidas / juegos de luces / vomitar candente, / pasión / 
que se alumbra / y que ilumina”, pero no puede dejar de expresar la desazón 
de su destino, que también es el nuestro: “
Ambigua playa / madre de la luz, 
cabalgo / sobre tu dudosa espalda / y busco / la señal seguro donde anclar / las 
claves de mi lengua. / ¿Cómo hacerlo Aurora, / si cuando miro / tras tu espejo, 
/ sólo el vacío se abre / a mi deseo? / ¿Si al decir sombra late lo más hondo / 
y feliz de mis sentidos? / ¿Si la luz desdobla el ansia fiera / de fijar la 
realidad / para mejor mirarla / y saber acaso dónde, cómo / cuándo terminará el 
viaje / que desde lo claro vive mi ser / hasta la oscuridad de tus orillas? 
(…)”. 
Pero el viaje no termina nunca. No hay alivio ni respuesta. 
Sólo la inmensidad del vacío que ilumina la Llama.