El modelo y el pretexto: Pemex es muy costoso para la nación –dicen quienes 
quieren privatizarlo– y su única salvación es venderlo a las compañías 
petroleras internacionales, que cuentan con el capital y la tecnología 
necesarios para explotar los inmensos yacimientos del Golfo de México y 
convertir a una empresa arruinada en un negocio próspero. 
La demolición 
del organismo avanza a pasos agigantados. Se ha anunciado que Pemex tendrá que 
importar petróleo crudo ligero porque el yacimiento de Cantarell se está 
agotando con gran rapidez y las refinerías existentes no pueden procesar 
petróleo pesado porque se han retrasado las adecuaciones técnicas que requieren. 
Así de simple: hubo un retraso –como en las fiestas del Bicentenario– y no queda 
más que importar petróleo, sin que nadie tenga que darle cuentas a nadie más, 
pues vivimos en el mundo de la impunidad. 
Además, la privatización de 
Pemex acabaría con el sindicato que es corrupto, sus líderes tienen grandes 
fortunas y los trabajadores mismos ganan más que el promedio de los trabajadores 
mexicanos, por lo que deberían ganar menos. 
Sabemos que el gobierno calderonista 
se distingue por su ineptitud, pero la destrucción de Pemex no se debe sólo ni 
principalmente a la incompetencia, sino a los prejuicios ideológicos y los odios 
históricos
Es cierto que los líderes del 
sindicato petrolero son corruptos o parecen serlo a juzgar por sus signos 
externos –mansiones, automóviles de lujo, relojes, joyas y todo cuanto pueda 
comprarse con dinero– pero el costo del factor trabajo, incluyendo al sindicato, 
es sólo una parte mínima de los costos totales de Pemex y, si se trata de sanear 
al sindicato, son los petroleros los únicos con derecho para hacerlo, y de 
ninguna manera el presidente de la República ni el secretario del Trabajo. 
La ruina de Pemex, como antes la de Luz y Fuerza del Centro, no fue 
causada por el sindicato, sino por un proceso deliberado de demolición que 
funciona en pinza: por una parte, se le cobran derechos por la explotación del 
petróleo que superan con mucho sus utilidades anuales y, por la otra, se le 
impide invertir, ya no sólo en la refinería de Hidalgo, que no tiene para cuándo 
empezar, sino en mantenimiento de ductos, pozos, almacenes, refinerías, etc. Por 
eso, porque Hacienda no permite que Pemex invierta sus propios recursos, no se 
han adecuado las refinerías y tendremos que importar 100 mil barriles de 
petróleo diario. 
El socavamiento de Pemex ha sido integral. No sólo se 
le deja sin los recursos financieros que el propio organismo produce, sino que 
los ingenieros petroleros que México preparó con tanto tiempo y esfuerzo, han 
sido despedidos o jubilados anticipadamente y se ha dejado casi morir de 
inanición al Instituto Mexicano del Petróleo, cuya excelencia como centro de 
investigación en escala mundial es ampliamente reconocida. 
El gobierno 
debería responder ante alguien por estar financiando el gasto público con los 
recursos de Pemex, ante su incapacidad para administrar eficiente y honradamente 
el gasto público, que es el único argumento válido para proponer y negociar con 
el Congreso una reforma hacendaria que incluya ingresos tributarios, deuda 
pública y gastos. 
Sabemos que el gobierno calderonista se distingue por 
su ineptitud, pero la destrucción de Pemex no se debe sólo ni principalmente a 
la incompetencia, sino a los prejuicios ideológicos y los odios históricos 
convertidos en acciones y políticas públicas, no siempre explícitas, como la de 
terminar la desintegración del Estado heredero de la revolución. 
Felipe Calderón parece movido por 
dos objetivos: impedir que el PRI recupere a la Presidencia de la República y 
destruir las instituciones del Estado heredero de la 
Revolución
Están decididos a privatizar Pemex 
porque su sola existencia es una afrenta para los diez mandamientos neoliberales 
que fueron rechazados en el mundo entero a raíz de la crisis financiera de 
2008-2009, pero que en México siguen siendo mandatos invariables del gobierno. 
Como no hay información, y la que circula suele estar falseada, los 
ciudadanos no podemos explicarnos la obsesión por privatizar Pemex más que por 
medio de los hechos evidentes y las conjeturas. Un hecho es que la privatización 
del organismo favorece intereses muy poderosos de las compañías internacionales 
de petróleo, como la reprivatización de los bancos favoreció a importantes 
consorcios financieros internacionales. Una conjetura –y lo digo porque no puedo 
exhibir pruebas– es que esos intereses influyen en las decisiones 
gubernamentales relativas a la política energética y en especial la petrolera, 
sin descartar –una suposición más– que haya complicidad de servidores públicos 
en este atraco brutal a la nación. 
Lo que están haciendo con Pemex es 
comerse la gallina de los huevos de oro, con la ventaja de que esa gallina no es 
suya, sino de la nación. 
Pero el grupo gobernante actúa como si todo lo 
hecho en este país a partir de 1961 –cuando Juárez regresa como presidente a la 
capital de la República y sella así el triunfo de los liberales sobre los 
conservadores– es obra del Diablo y debe ser quemado en leña verde. Y todo lo 
hecho por los gobiernos de origen priista debe ser igualmente derrumbado. 
Fox y su esposa se contentaron con disfrutar del sueño Blanca Nieves: 
salieron del rancho en una calabaza y llegaron al palacio del rey de España y se 
tutearon con sus majestades, ya que no pudieron tener, como pareja presidencial, 
el honor de arrodillarse frente al papa. Pero Felipe Calderón, más sistemático y 
tenaz, parece movido por dos objetivos: impedir que el PRI recupere a la 
Presidencia de la República y destruir las instituciones del Estado heredero de 
la Revolución. 
Va a concluir su obra con éxito a menos que la clase 
política se lo impida, como parece perfilarse a hacerlo el PRI. Habrá que ver, 
pero lo que está en juego no son sólo unas elecciones federales, sino la 
nación.