J. M. Coetzee: <i>Verano</i> (Mondadori, 2010)

J. M. Coetzee: Verano (Mondadori, 2010)

    TÍTULO
Verano

    AUTOR
J. M. Coetzee

    EDITORIAL
Mondadori

    TRADUCCCION
Jordi Fibla

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 255 páginas. 18,90 €



John Maxwell Coetzee (foto de Mariusz Kubik, wikipedia)

John Maxwell Coetzee (foto de Mariusz Kubik, wikipedia)


Reseñas de libros/No ficción
J. M. Coetzee: Verano (Mondadori, 2010)
Por Alejandro Lillo, jueves, 1 de julio de 2010
Verano, la autobiografía novelada de J. M. Coetzee, es algo más que un acercamiento original y reflexivo al género memorialístico. Con una prosa sencilla y clara, Coetzee construye un artificio literario complejo, un juego en varios niveles que pone de manifiesto la dificultad de dar cuenta, siquiera aproximadamente, de la vida de un hombre y de los riesgos que entraña su juicio. La realidad es que Verano, tercer volumen de las memorias de Coetzee, es una invitación al lector para que se pregunte por la veracidad de todo lo que está leyendo y, a través de ese ejercicio de inseguridad y duda, ponga en cuestión el mundo en el que vive.
Un libro de memorias, aunque sea novelado, puede abordarse de muchas formas. Coetzee opta por una bastante curiosa, centrada en torno a la figura de Vincent, un personaje interpuesto. Este hombre es un investigador, un académico que pretende escribir la biografía del fallecido J. M. Coetzee, un escritor famoso e internacionalmente reconocido. Vincent quiere componer un libro que recoja y explique un período en la vida del autor sudafricano que considera fundamental para comprender su producción artística y la evolución de su obra: “me concentro en los años transcurridos desde el regreso de Coetzee a Sudáfrica, en 1971-1972, hasta su primer reconocimiento público en 1977. Me parece que es un período importante de su vida, importante pero que se ha pasado por alto, un período en el que aún se estaba habituando a su condición de escritor”. Para recopilar la información que necesita, Vincent se dedica, entre septiembre de 2007 y junio de 2008, a entrevistar por todo el mundo a una serie de personajes que conocieron o tuvieron algún tipo de relación con el Premio Nobel. Cinco son las entrevistas que realiza, a cuatro mujeres y a un hombre. En eso consiste precisamente Verano, en la trascripción de esas conversaciones acompañadas, a modo de prólogo y epílogo, de sendas notas de un diario que el fallecido Coetzee escribió entre 1972 y 1975".

Nada más empezar a leer la primera entrevista, la que Vincent realiza a Julia, una mujer por entonces casada y con la que, según parece, Coetzee mantuvo una relación sentimental, advertimos algo extraño. El biógrafo Vincent se presenta como un investigador académico que intenta conocer mejor una etapa de la vida del autor sudafricano, pero lo cierto es que los métodos que emplea son bastante discutibles, bastante dudosos incluso. Pronto descubrimos que ha renunciado a entrevistarse con Coetzee, aunque podría haberlo hecho antes de su muerte. Su justificación no deja de ser chocante: “Nunca traté de ponerme en contacto con él. Ni siquiera intercambiamos correspondencia. Pensé que lo mejor sería no sentirme en deuda con él. Así tendría libertad para escribir lo que deseara…”.

Pero las rarezas de Vincent no terminan ahí. Por un lado parece más interesado en la vida personal, en las relaciones sentimentales que durante esos años estableció el escritor sudafricano, que en su faceta literaria. De hecho, de las cinco personas a las que entrevista, cuatro son mujeres con las que Coetzee mantuvo algún tipo de relación afectiva. Por otro lado, la transcripción de las entrevistas también deja mucho que desear. Cuando habla con Margot, una prima del afamado escritor, el biógrafo se toma la libertad de dramatizar una larga charla anterior, embelleciéndola y añadiendo detalles en las lagunas de la narración. Tras escucharle, Margot le replica: “cuando hablamos tuve la impresión de que se limitaría a transcribir la entrevista y a dejarla tal como estaba. No tenía idea de que iba usted a reescribirla por completo (…) Todo lo que puedo decirle es que su versión no me parece que se ajuste a lo que conté (…) ¿Le conté todo eso? No lo recuerdo. De igual modo y repetidamente, los distintos entrevistados le piden el texto para repasar sus propias declaraciones. Vincent les contesta que sí, que se lo dejará para que revisen lo que consideren oportuno: “He de irme. Ah, una última cosa: si se propone citarme, ¿tendrá la amabilidad de enviarme primero el texto para que lo examine? [Contesta Vincent] Por supuesto”. Pero al final la versión que llega al lector es la que no ha sido corregida.

Coetzee reconoce de alguna forma la imposibilidad de reflejar, siquiera aproximadamente, la vida de un hombre. La solución que ante ese obstáculo insalvable encuentra el autor sudafricano es el recurso de la ficción. Por eso concibe un libro de memorias en el que al lector se le invita a dudar y cuestionarse la autenticidad de todo lo que está leyendo

Esta mala praxis del biógrafo, a la que se suma la elección de unos testimonios excesivamente sesgados, componen una imagen final demasiado parcial y deformada, justo la que Vincent parece querer dar. Así, el perfil de Coetzee que queda plasmado en Verano se asemeja al de una sombra, pues sólo conocemos lo que de él dicen otros, la impresión que de él han sacado y nos transmiten otras personas, con los errores o los juicios particulares, los malentendidos y las interpretaciones, la crueldad y las injusticias que todo eso conlleva. Vincent no realiza ningún tipo de verificación empírica, por lo que los testimonios que recopila tienen poco valor si lo que pretende es realizar una investigación rigurosa y seria. No dejan de ser opiniones e impresiones que el lector no puede corroborar, que no puede saber si son verdaderas o falsas. En la primera entrevista Julia asevera hablando de sí misma: “¿Cómo puede esta señora pretender que recuerda en su totalidad conversaciones triviales que tuvieron lugar hace tres o cuatro décadas? (…) Así pues, permítame que le sea franca: por lo que respecta al diálogo, lo estoy inventando sobre la marcha (…) Tal vez lo que le cuento no sea cierto al pie de la letra, pero es fiel al espíritu de la letra, no le quepa duda de ello”.

Vemos, pues, cómo en estas memorias noveladas Coetzee propone varios niveles de análisis y reflexión. En un primer plano, al optar por un personaje como Vincent, plantea las limitaciones y los prejuicios con los que se puede abordar una biografía. En un segundo nivel, el Premio Nobel pone de manifiesto y juega con las dificultades inherentes a todo libro de memorias. Recientemente, en un artículo para la revista Mercurio, el profesor Justo Serna ha explicado estas limitaciones con maestría:

“La autobiografía es sobre todo eso: grafía, registro, escritura, narración. En cambio, la vida, no (…) Lo documentado es siempre escaso o sesgado. Por ello, los lectores sabemos que dicha operación es titánica e insuficiente, limitada, un bello o pálido reflejo de lo que aquella vida fue (…) Es probable que puedan documentarse muchos hechos de la propia vida, pero de lo que no se cumplió quizá no haya vestigio, como tampoco de lo que pensó y no verbalizó. Una parte de nuestras vidas se consume conjeturando, soñando, fantaseando, imaginando y de eso no siempre hay documento o reminiscencia. Por ello, el memorialista siempre escribirá una parte mínima: la que se materializó, la que dejó expresión o testimonio”.

Vincent, desde luego, cumple este plan sólo parcialmente: “He examinado los diarios y las cartas (…) No es posible confiar en lo que Coetzee escribe en ellos, no como un registro exacto de los hechos (…) En las cartas crea una ficción de sí mismo para sus corresponsales; en los diarios hace algo muy similar para sí mismo, o tal vez para la posteridad (…) Si quiere saber la verdad tendrá que buscarla detrás de las ficciones (…) y oírla de quienes le conocieron personalmente. [Contesta Sophie, otra de las entrevistadas] Pero, ¿y si todos somos creadores de ficciones, como llama usted a Coetzee? ¿Y si todos nos inventamos continuamente la historia de nuestra vida? ¿Por qué lo que yo le cuente de Coetzee ha de ser más digno de crédito que lo que él mismo le cuente?”

En ese cuestionamiento sobre la veracidad o no de lo escrito reside la clave de esta obra. Coetzee incita al lector de sus memorias a que, más allá de lo que unos y otros dicen, piense e intente comprender realmente lo que se le está contando

El auténtico Coetzee sabe que los recuerdos son engañosos, que se inventan o se olvidan, y no necesariamente de forma consciente, que unas memorias sólo pueden dar cuenta de aspectos parciales de una vida. Al adoptar en Verano el enfoque que hemos analizado, juega con todo eso y reconoce de alguna forma la imposibilidad de reflejar, siquiera aproximadamente, la vida de un hombre. La solución que ante ese obstáculo insalvable encuentra el autor sudafricano es el recurso de la ficción. Por eso concibe un libro de memorias en el que al lector se le invita a dudar y cuestionarse la autenticidad de todo lo que está leyendo. Es una forma de rendir homenaje a las obras de ficción, una forma de convertir sus recuerdos en un canto a la novela.

En ese cuestionamiento sobre la veracidad o no de lo escrito reside la clave de esta obra. Coetzee incita al lector de sus memorias a que, más allá de lo que unos y otros dicen, piense e intente comprender realmente lo que se le está contando. Esta pretensión queda clara desde el principio cuando, en la primera parte de Verano (unas pocas hojas pertenecientes a un cuaderno de notas que Coetzee escribió entre 1972 y 1975), el autor anota su encuentro con un antiguo compañero de colegio, David Truscott, un chico que suspendió sexto curso porque no entendía el álgebra ni el latín. Veinte años después vuelven a verse:

“David Truscott, que no entendía la x y la y, es un floreciente experto en marketing, mientras que él, que no tuvo la menor dificultad para entender la x y la y, junto con otras muchas cosas más, es un desempleado intelectual. ¿Qué indica esto sobre el funcionamiento del mundo? Lo más evidente que parece indicar es que el camino que conduce a través del latín y el álgebra no es el camino hacia el éxito material. Pero puede indicar mucho más: que comprender las cosas es una pérdida de tiempo, que si quieres tener éxito en el mundo, una familia feliz, una bonita casa y un BMW no deberías tratar de comprender las cosas, sino tan solo sumar las cifras o pulsar los botones o hacer cualquier otra cosa que haga la gente de marketing y por la que son tan espléndidamente recompensados”.

No es otro el objetivo último del escritor: espolear al lector para que dude e intente comprender, precisamente lo que el propio Coetzee ha tratado de hacer toda su vida. Eso es justo lo que no hace su biógrafo Vincent (“… como biógrafo, lo primero que debería hacer ante todo es precaverse para no meter a la gente en pulcras cajitas etiquetadas”), pero es lo que nos exige el Premio Nobel a la hora de afrontar sus memorias: voluntad de comprensión. No hacia él ni hacia su existencia, sino hacia el mundo. De lo que se trata, como él mismo afirma, es de poner fin “a nuestra inveterada costumbre de dejar que otros hagan el trabajo mientras nos sentamos a la sombra y nos miramos”. Al rebelarnos contra la opinión que Vincent quiere transmitir de Coetzee, o simplemente dudando de ella, no hacemos más que desconfiar sobre lo que se nos dice e interpretar por nosotros mismos la vida de un extraño. Es ese empeño el que, más allá de sus memorias, pretende fomentar Coetzee en el lector. Quiere que, tomando como punto de partida su propia vida, cuestionemos lo heredado tratando de entender mejor el mundo en el que vivimos. Al fin y al cabo la comprensión no es más que un primer paso para actuar y cambiar las cosas.