James Cameron: <i>Avatar</i> (2009)

James Cameron: Avatar (2009)

    GÉNERO
Cine

    TEMA
Crítica de la película Avatar, de James Cameron (por Juan Antonio González Fuentes)

    OTROS DATOS
País: EEUU. Año: 2009. Duración: 162 min. Género: Acción, ciencia-ficción, fantástico. Reparto: Sam Worthington, Zoë Saldana, Sigourney Weaver, Michelle Rodriguez, Giovanni Ribisi, Joel David Moore, C.C.H. Pounder, Wes Studi, Laz Alonso, Stephen Lang, Matt Gerald. Producción: James Cameron, Jon Landau y Rae Sanchini. Música: James Horner. Fotografía: Mauro Fiore. Montaje: James Cameron, John Refoua y Stephen Rivkin. Diseño de producción: Rick Carter y Robert Stromberg. Vestuario: Mayes C. Rubeo




























Magazine/Cine y otras artes
Avatar, película de James Cameron
Por Juan Antonio González Fuentes, martes, 5 de enero de 2010
Les voy a contar un argumento de película, esperando que les suene de algo la historia. Imaginen un lugar remoto, alejado por completo de lo que llamamos civilización. Un lugar de naturaleza indómita, habitado por animales salvajes y distintas tribus rudimentarias que viven de recoger frutos y de cazar con sus arcos y flechas sólo lo imprescindible para alimentarse. Esas tribus mantienen una relación estrechísima con la naturaleza que les rodea,: con los ríos, los árboles, los animales..., una relación marcada por el respeto y la armonía. Los miembros de las tribus andan por el bosque casi desnudos, cabalgan cuadrúpedos, tienen el pelo muy largo recogido en trenzas y llevan cuchillo, arco y flechas. Las tribus viven en paz en y con su entorno, y tienen un territorio sagrado que consideran inviolable y con el que relacionan todas sus vivencias espirituales.


A ese territorio llegan los hombres blancos con toda su tecnología y armamento sofisticado. Llegan científicos y un grupo numeroso de mercenarios que hace las veces de ejército. Todos trabajan para una gran empresa que quiere explotar los recursos naturales del territorio ocupado por las tribus, y sobre todo los preciados recursos que se encuentran precisamente junto al territorio sagrado.

Para conocer mejor a las tribus, cómo viven, qué piensan, cómo luchan..., los ejecutivos de la empresa deciden enviar al territorio inexplorado a un antiguo soldado para que confraternice con los salvajes y obtenga de paso valiosa información de todo tipo que pueda ser útil en la próxima conquista y explotación del territorio. El soldado, algo cínico y deseoso de obtener beneficios de su trabajo, en un principio lleva a cabo perfectamente la misión encomendada: entra en contacto con una tribu, se gana su confianza y va pasando valiosa información a las malvadas cabezas visibles de la gran empresa. Pero con el paso del tiempo y el contacto cada vez más íntimo con los miembros de la tribu, el soldado empieza a ver modificado su visión del asunto y experimenta una especie de “revolución” espiritual en su interior, que se acelera cuando encima se enamora de la hija del jefe de la tribu, quien le ha ido enseñando poco a poco no sólo los usos y costumbres de la tribu, sino también su espiritualidad. El enamoramiento, mutuo, lleva a un matrimonio y a unos días de convivencia en perfecta armonía y felicidad.

Pero el conflicto está servido. Y se desata cuando la empresa decide conquistar el territorio sagrado de la tribu gracias a la información del soldado, y desoyendo las súplicas del soldado-informante para que abandonen el territorio y busquen riquezas en otro lado. El ejército de mercenarios se dirige al territorio sagrado, y los miembros de la tribu intentan impedirlo presentando una desigual batalla. Las armas automáticas se enfrentan a los arcos y las flechas. Además, justo antes de dar comienzo el combate, se descubre la identidad del soldado, y su mujer, la hija del jefe, lo abandona desecha por el engaño. Los mercenarios exterminan a casi toda la tribu y destruyen y conquistan el territorio sagrado. Los restos de la tribu se refugian en un lugar secreto y casi inaccesible, y se entregan a la desolación.

El soldado, abandonado por su amor, consciente de su traición, pero sobre todo entregado ya en cuerpo y alma a la causa de los inocentes “salvajes” y enfrentado a la codicia capitalista y brutal de la empresa “civilizada”, encuentra a la diezmada tribu, convence a sus miembros de su transformación espiritual y de que hay que combatir a los explotadores, se pone al frente de los guerreros de la tribu, convoca al resto de tribus del territorio, y juntos se lanzan al combate final. Gracias a los conocimientos militares del soldado logran los salvajes una lucha un poco más equilibrada, pero finalmente la superioridad tecnológica de los mercenarios va imponiéndose poco a poco. Sin embargo ocurre el milagro, y los animales salvajes del bosque, “conscientes” también de que su mundo está en peligro, se alían con las tribus y todos juntos acaban logrando la victoria en el campo de batalla.

Pero queda aún el duelo final. El jefe de los mercenarios, un malvado sin fisuras, prosigue él solo la lucha recurriendo a las más sucias triquiñuelas hasta que se topa con el soldado. Ambos, antiguos aliados y ahora enemigos mortales, se enfrentan en singular combate cuerpo a cuerpo. La lucha dura un buen rato y presenta alternativas distintas, pero el malvado parece que va a acabar imponiéndose y matando al soldado. Cuando éste ya está vencido en el suelo, y el mercenario ya por fin a rematarlo, aparece la princesa de la tribu, al mujer del soldado, quien acaba con el canalla clavándole un par de flechas. La pareja se funde en un abrazo con la naturaleza preservada como telón de fondo. The end.

¿Les suena de algo este argumento? ¿No han visto esta película una y mil veces en las sesiones televisivas e infantiles de los sábados por la tarde? ¿No es éste el argumento de decenas de western más o menos logrados, sobre todo rodados en los años 1950? ¿No es la empresa de la que hablamos el ferrocarril del Este al Oeste, o una empresa minera que ha descubierto oro en una zona determinada? ¿No es el territorio sagrado la zona de las sagradas Montañas Negras (Black Hills) de los Sioux americanos? ¿No son las tribus aludidas un remedo de los Comanches, Apaches, Sioux, Cheyenne...? ¿No es semejante el ataque final de las tribus al rodado muchas veces por el cine de Hollywood para recordar la batalla de Little Big Horn de los indios contra el general Custer? ¿No presenta este argumento múltiples puntos de contacto con clásicos del western como Flecha Rota, la película de Delmer Daves rodada en 1950 y protagonizada por James Stewart o Bailando con lobos de Kevin Costner?

Pues bien, el argumento que he dejado aquí escrito es, ni más ni menos, el de Avatar (2009, 3D), la última y exitosa película del director, guionista y productor canadiense James Cameron (Ontario, 1954), junto a Spielberg y George Lucas, probablemente el otro Rey Midas del cine norteamericano. Cameron es el prototipo del cineasta exitoso de finales del siglo XX. En su haber, si no estoy del todo equivocado, tan sólo 7 películas dirigidas, 7 éxitos de taquilla incontestables: Terminator, Aliens, The Abyss, Terminator II, Mentiras arriesgadas, Titanic y Avatar. Todas películas concebidas fundamentalmente como un complejo y sofisticado espectáculo visual, todas trufadas de efectos especiales, casi todas pertenecientes al género de ciencia ficción, casi todas situadas en un futuro tecnológico y muy peligroso... Todas hábilmente construidas para captar y conservar el interés del espectador, todas artificiosas y en cierto modo amaneradas y esencialmente cursis, es decir, con pretensiones de querer ser elegantes y refinadas sin serlo y resultando muchas veces ridículas en el intento. Todas construidas desde el prodigioso instinto para conocer qué quiere ver en las salas de cine un público poco exigente, analfabeto con respecto a la propia historia del cine, paradójicamente impresionable..., un público, en resumidas cuentas, con espíritu folletinesco y formado intelectualmente en el universo del cómic, las novelas baratas, el pop..., la cultura de masas. Ninguna película de Cameron es memorable, aunque alguna aspire a serlo. Ninguna es arriesgada ni en el concepto, ni en la forma, ni en el argumento. Aunque parezca lo contrario, el cine de Cameron, habilidoso en el manejo artesanal de los elementos que hay que sumar para construir una cinta de éxito, es completamente plano en sus propuestas y es previsible hasta el sonrojo.

En resumidas cuentas, la fórmula de Cameron es la que sigue: construir sofisticados pastiches con argumentos básicos y viejos (insisto, de folletín decimonónico) y presentarlos envueltos en el más brillante celofán de la más sofisticada tecnología disponible. James Cameron escribe sus guiones con los elementos propios y manidos del melodrama clásico y las historias de aventuras. Ahí encuentra su inspiración. A esos argumentos les añade un matiz futurista y de carácter pseudocientífico y tecnológico (robots, naves espaciales, estaciones submarinas, monstruos extraterrestres, planetas ignotos...), lo que logra que las historias no parezcan en su superficie antiguas, si no nuevas y relucientes. Y una vez que tiene construido el guión, lo lleva a imágenes con eficacia apoyándose en tres patas distintas: una indudable habilidad en la construcción artesanal de las historias (ya sabe, que esté muy claro eso de presentación, nudo y desenlace), el trabajo sólido de un adecuado grupo de actores, y el uso inteligente y trabajado de la más perfecta tecnológica disponible, léase, los mejores efectos especiales.

¿El resultado? Un producto entretenido, bien construido y presentado, visualmente impactante..., un producto perfectamente diseñado para el consumo masivo de jóvenes sin bagaje ni de lecturas ni de cine, jóvenes adictos a los videojuegos y predispuestos a “alucinar” con la brillantez y colorido de imágenes que se suceden una tras otras a velocidad de vértigo. Jóvenes paradójicamente impresionables y a los que se les puede contar como si fuera nueva y original la historia de Romeo y Julieta, o de Moby Dick, o de Mister Hyde, o de Drácula, o de Frankenstein, o una de indios..., porque no saben nada y todo les resulta nuevo. El cine de Cameron es un cine para mentes en blanco, para mentes vírgenes, para mentes que no han sido cultivadas ni presentan ningún sustrato previo de construcción cultural anterior... El cine de Cameron es para verlo en pantalla grande, gigante, con coca cola y palomitas, con hamburguesa en una mano y en la otra patatas fritas. El cine de Cameron es para asustarse, para gritar, para identificarse con el héroe... El cine de Cameron es como el que en los años 40 y 50 del siglo pasado se llamaba de serie B, pero pasado esta vez por la batidora de los más brillantes efectos especiales. El cine de Cameron está concebido para disfrutarlo como se disfrutaban los tartazos en el rostro de Charlot, las acrobacias de Harold Lloyd, las trastadas del Gordo y el Flaco, las cabalgadas por la pradera desierta de El Llanero Solitario. El cine de Cameron exige la ingenuidad adolescente de quien va al cine por vez primera.

Avatar viene a resultar el epítome o compendio de toda la escasa y exitosísima obra de Cameron. Hay que ser muy joven y muy ingenuo para poder disfrutar de ella. Me hubiera gustado tener 15 años para ver Avatar deslumbrado, pero tengo 45, cientos de clásicos a mis espaldas, y el pastiche (dejando a un lado lo asombroso de la tecnología) me resultó previsible, tontorrón, aburrido, infantil... Prefiero Flecha Rota!!!!



Tráiler en español de la película Avatar, de James Cameron (vídeo colgado en YouTube por housemadrid)