Albert Mallofré (foto de Jesús Martínez)

Albert Mallofré (foto de Jesús Martínez)

    AUTOR
Albert Mallofré

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Vilanova i la Geltrú (Barcelona, España), 1926

    BREVE CURRICULUM
Es miembro del Col legi de Periodistes de Catalunya y de la Asociación de Veteranos de RTVE. En los años cuarenta se inició en el semanario de Villafranca del Penedès. Más tarde colaboró en Vida Deportiva, Destino y La Vanguardia. Ha trabajado en radio como guionista, presentador y entrevistador. Entre sus libro destacan L'any passat a Valldordis, DeVilanova i la Geltrú: la memòria captiva en imatges i alliberada en fantasies y Con la música a ésta parte




Opinión/Entrevista
Entrevista a Albert Mallofré, autor de Simplemente vivíamos (Carena, 2009)
Por Jesús Martínez, martes, 1 de diciembre de 2009
En El País Que No Existe, que es aquella desnucada España de Franco, el tuerto es Albert Mallofré (Vilanova i la Geltrú, 1926), un periodista “en la reserva” que se ha enganchado con las bielas del oficio de tanto que ha hurgado en su mecánica: antes que el qué, el quién, el cómo, el cuándo, para descubrir inmune el porqué. Mallofré le ha dado la vuelta a la tortilla. De El País Que No Existe ha extraído lo inmarcesible, la vida cotidiana, la oferta del pan y la risa en el teatro de variedades. “Aquella época está siendo condenada sistemáticamente, de manera que se da por entendido, y además se ha dicho explícitamente, que quienes sobrevivieron en el franquismo fueron los traidores que colaboraron con el Régimen o aquellos que se agacharon haciendo callar su conciencia. Pero en aquella época uno vivía, trabajaba, se divertía, se enamoraba, formaba una familia, se compraba un 600, progresaba, en fin, al margen de quien gobernara”, recuerda Albert Mallofré. Publica Simplemente vivíamos (Carena, 2009), su cuarto libro, el cuadro de una España sórdida y anquilosada de la que se sólo salvaban las pinceladas de color de sus gentes. El País Que No Existe.
La crónica la protagonizó su padre en 1926, puesto que ayudó en lo que pudo a que una buena mujer, su esposa, diera a luz un bebé que berreaba como Pastora Imperio recitaba.

Albert Mallofré recuerda la proclamación de la Primera República, el 14 de abril de 1931: “Mi padre me llevó a coletas al centro de Barcelona. Sólo me acuerdo de la alegría en las calles”. Y recuerda Mallofré que aquella era una hespaña en minúsculas, federal, con la hache de las hespérides, donde se morían los hombres al igual que nacían los recelos: “Cuando murió Francesc Macià, l’Avi Macià, mi padre, que era de Esquerra Republicana de Catalunya, me llevó con él a firmar en el libro de pésame que se había colocado en la capilla ardiente, instalada en el Palau de la Generalitat. La calle de Ferran era una riada humana hacia la plaza”.

De esa niñería en El País Que No Existe, en la España que se fue, quedan las rivalidades de Federico García Lorca con los pasos del pentagrama de Manuel de Falla, y la investigación de Severo Ochoa sobre las células unicelulares que a Gregorio Marañón ni le interesaban. Mallofré recuerda que pasó la guerra sin apenas inmutarse, recluido en la casa materna por unas travesuras que las bombas le impedían hacer; demasiado pequeño para la orfandad. “Mi padre tuvo que exiliarse. Cuando volvió, le obligaron a identificarse como miembro forzoso del servicio militarizado de ferrocarriles, pero aquello resultó un parche inocuo, del que mi padre se deshizo tranquilamente”, recuerda Mallofré.

En El País Que No Existe se crecía por onzas, atareados con sacarle rendimiento al estraperlo, en todos sus escalafones: “Estaba afianzado el estraperlo doméstico, el estraperlo organizado, el estraperlo institucional, etcétera”. Trampa consolidada, mendacidad, falsía… Mallofré recuerda.

Las plazas se ocupaban a dedo; los cargos públicos, de relieve, se nombraban en función de si eras adicto al sistema o simplemente de si eras amigo de quien convenía, y las recomendaciones aumentaban si los títulos nobiliarios florecían a tu alrededor como escamas. “El franquismo se fosilizó, una estructura apelmazada y fastidiosa que tocaba las narices estúpidamente, pero la gente procuraba pasar de eso y vivía como podía. Lo mismo que pasa ahora, en cierta medida. Además, el Régimen no tenía ninguna ideología, era una simple dictadura militar internamente desorganizada, y ni siquiera sabía hacer cumplir sus propias leyes", recuerda Mallofré.

Con una mano ligera para la caligrafía, Albert se coronó, poco a poco, como un soberano de la pluma. Ya en la escuela primaria se encargaba del diario-mural que se colgaba en las paredes, lo que le llevaría, años después, a cerrar una columna de opinión en un semanario local de Vilafranca del Penedès, que le reportaría después el título de director eficiente del periódico del regimiento de artillería número 44, en el cuartel de Sant Andreu de Barcelona, donde hizo la mili.

En 1952, recuerda Mallofré, simpatizó con una revista dedicada al mundo del motor, y escribía sobre rallys y carreras y curvas peligrosas, y sobre el nacimiento de la cosmogonía de las motos, con Montesa como hijo predilecto. La revista Vida Deportiva, le fichó en 1954 como especialista en el fuel de los cilindros, y dado que el magazine se editaba en la misma redacción de Destino, acabó trabajando para sus páginas. (Destino era el sancta sanctorum de los medios de entonces, y tenía como maestro de los prodigios del espectáculo a Sebastián Gasch, tertuliano del café El Oro del Rhin.)

La redacción de Vida Deportiva y Destino se ubicaba en el piso de encima de La Vanguardia, en la calle de Pelai. Un día de 1964 le llamó el subdirector del diario, Horacio Sáenz Guerrero (el director era, a la sazón, Manuel Aznar, abuelo del expresidente del Gobierno José María Aznar), de quien aprendió el efecto llamada de los titulares. Así se enroló en el rotativo de los condes de Godó, y sentó cátedra con un plaza fija en la sección de Cultura y Espectáculos. Recuerda Mallofré que los resortes de la profesión periodística se los enseñó primero Sempronio, y más tarde el ilustre Manuel Ibáñez Escofet.

Por aquellos tiempos, de El País Que No Existe viajaba con frecuencia a Londres, ciudad en la que la palabra underground empezaba a tomar cuerpo. Mallofré recuerda que allí conoció a The Beatles, grupo que apadrinó en sus crónicas desenfadadas por la música popular en ebullición. En ocasiones, escondido en destacados de anacolutos, había dejado escrita esta advertencia: “Poca broma con los Beatles, que este grupo es algo muy serio”. Y recuerda Mallofré: "Es curioso que algunas mentes honorables que al principio les denigraron sonoramente por los defectos que no tenían, después se pasaron al elogio desmedido, y les atribuían virtudes de las que los Beatles carecían también".

A John Lennon le conoció de manera fugaz con motivo del concierto que ofreció la banda en la plaza de toros Monumental, el 3 de julio de 1965. Lennon, “un señor muy culto y muy formal”, rechazó las extravagancias con las que el conjunto se solía adornar. “No haga caso de lo que van diciendo por ahí de nosotros, es todo propaganda”, le susurró.

Mallofré recuerda que fue una de sus mejores entrevistas y una de las más desaprovechadas. Cuando llegó a la redacción, con escribanías de cerezo y anaqueles con la edad de los brontosaurios, el jefe de su sección le echó un jarro de agua fría: “La Vanguardia no publica estas cosas; somos un diario serio”. Pero unos días después, ante el revuelo popular que se había formado con la presencia de los melenudos en El País Que No Existe, el mismo jefecillo le reclamó: "¿No tenía usted algo de esos Beatles de los mil demonios?".

De esa supuesta seriedad, no queda nada en La Vanguardia: “Me entristece. Es una pena. Han prejubilado a los mejores, los más preparados, los puntales de cada sección. Ahora, como pasa con los demás diarios de Barcelona, La Vanguardia es un ejemplo de prensa sometida. Es un periodismo manso, dócil y ‘creyente’, como de ‘hoja parroquial’. El periodismo de ahora, en Barcelona, dista mucho del clima inquieto y tenso que se vivía durante el franquismo, cuando se trabajaba en tensión creativa, en una actitud permanente de trabajar la noticia. Si molestaba al Régimen, tanto mejor. Ahora, aquella inquietud por buscar la verdad frente a la muralla de la censura y las posibles represalias, no se nota en las redacciones de Barcelona, que se repliegan ante el nacionalismo del Tripartito”, sostiene Mallofré, que recuerda más de lo que olvidar puede. “Aquí, en la actualidad, si un periodista publica algo enojoso para algún jerarca establecido, se verá de inmediato estigmatizado como 'botifler' y 'catalanófobo', lo que puede entrañar serias dificultades para su porvenir profesional. Plantar cara en busca de la verdad y la razón puede conducir fatalmente al ostracismo profesional. Quizá este solapado clima represivo explique la mansedumbre de los medios de comunicación catalanes, que optan generalmente por la comodidad y el abaniqueo. La prensa, hoy en día, ha perdido influencia y poder. Y pierde difusión. Y perdiendo difusión, se pierde también publicidad... Estamos abocados a la ruina, moral y material."

Mallofré recuerda.