José Luis Rodríguez: Paseos y escapadas irrepetibles por los Pirineos (Alhena Media, 2007)

José Luis Rodríguez: Paseos y escapadas irrepetibles por los Pirineos (Alhena Media, 2007)

    AUTOR
José Luis Rodríguez

    LUGAR DE NACIMIENTO
Ávila

    CURRICULUM
Posee más de 20 años de experiencia como escritor, periodista y fotógrafo. Su trayectoria como divulgador de las bellezas y singularidades de los espacios naturales ibéricos se traduce en asiduas colaboraciones en la mayor parte de las revistas y suplementos dominicales del mercado español, y en más de 40 libros publicados por las principales editoriales



José Luis Rodríguez

José Luis Rodríguez

Valle del río Ijuez (Huesca) (foto de José Luis Rodríguez)

Valle del río Ijuez (Huesca) (foto de José Luis Rodríguez)

Valle del Roncal (Navarra) (foto de José Luis Rodríguez)

Valle del Roncal (Navarra) (foto de José Luis Rodríguez)

Parque Nacional de Ordesa (Huesca) (foto de José Luis Rodríguez)

Parque Nacional de Ordesa (Huesca) (foto de José Luis Rodríguez)

Parc Natural de Cadí-Moixeró (foto de José Luis Rodríguez)

Parc Natural de Cadí-Moixeró (foto de José Luis Rodríguez)


Magazine/Nuestro Mundo
Paseos y escapadas irrepetibles por los Pirineos
Por José Luis Rodríguez, lunes, 5 de mayo de 2008
PRÓLOGO

Desde que José Luis Rodríguez irrumpió en el panorama de la divulgación naturalística en nuestro país, muchas han sido sus obras en los diferentes campos de la información impresa y audiovisual. «Con él llegó el escándalo» podríamos decir sin miedo a errar o parecer excesivamente efusivos. Un escándalo de luces, contraluces, colores, formas, naturalezas extrañas e imposibles y, sobre todo, fotogénicas. Sin duda, el autor de esta nueva obra, mi buen amigo José Luis, es uno de los mejores profesionales de la fotografía. Una vez más, el lector que acaricie las páginas de este libro creerá volar con las instantáneas que acompañan a un texto personal a la par que correcto. De nuevo, sus fotografías —como hace un siglo las de Ansel Adans en los bosques de coníferas de Norteamérica— retratan la cordillera del norte peninsular con ojo crítico y cariñoso, mirando para que miles de personas vean.
Belleza y praxis es lo que encontramos en cada una de las páginas de este libro. Todo el Pirineo en la mano, desde Navarra a Cataluña, por Aragón hacia Francia. En las alturas y en los bajíos del paisaje donde los grandes ríos de la Iberia menos alterada se hacen adultos.

La fauna, desolada en otros puntos de España por los zarpazos de la ingratitud humana, es en Pirineos ejemplo de libertad legendaria, y José Luis la ha retratado para todos.

La flora con sus endemismos, frágiles como el cristal de Bohemia, dejará huella en la retina de quien ojee este libro. El colorido de lirios y gencianas puede que no sea del todo ajeno a la industria fotográfica universal, pero conseguir que la textura de estas plantas se palpe con los dedos a través del papel de esta edición forma parte de la leyenda profesional de su autor.

Los que llevamos tantos años como José Luis —veinticinco ya, si no me equivoco— en esta apasionante dedicación de acercar la ecología al gran público, reconocemos a la primera un trabajo hecho con rigor y esmero, algo que sólo se puede conseguir con años de esfuerzo.

Estoy convencido de que tu elección ha sido sabia y duradera. Has escogido para tu biblioteca naturalista una joya, Paseos y escapadas irrepetibles por los Pirineos que, como el buen vino, adquirirá valor con el paso del tiempo, pues paisaje, paisanaje, espacio y tiempo son reunidos con maestría por José Luis.

Ahora bien, no dejes que este libro repose en el estante mucho tiempo, pues le va muy bien airearse por ventisqueros y morrenas. Hazlo viajar, como él a ti, por los andurriales pirenaicos que el autor ya transitó mucho antes para, como siempre en su caso, mirar a través de su ojo mágico con el único fin de que el resto de los mortales nos deleitemos viendo.

Luis Miguel Domínguez (naturalista y director de documentales)

 

País de los Pirineos

Hay que recorrer este bastión montañoso para comprender lo que esta expresión, antaño utilizada como reclamo publicitario, encierra y comporta. Los Pirineos constituyen, en efecto, un mundo aparte en el contexto de la naturaleza ibérica, influenciada por dos claras corrientes climáticas: la atlántica, que actúa desde el oeste con la fuerza de sus vientos húmedos; y la mediterránea, que entra por el este y el sur, más cálida y también más preocupante porque, en opinión de los ecólogos, nos va acercando el desierto.

Esta cadena montañosa disimétrica, con sus casi 450 kilómetros de longitud y sus más de 55.000 kilómetros cuadrados de superficie, encierra y atesora unos valores biológicos que, al tiempo que contrastan con todo lo que queda más al sur y ejercen de barrera natural entre la Península y el resto de Europa, sobresalen por su singular organización espacial, por su agrupamiento en unidades ambientales que bien merecen el calificativo de únicas en el mundo. Ordesa, la Selva de Irati o Aigüestortes son algunos ejemplos de lugares de los que se pueden extraer floras y faunas particularizadas que elevan a la enésima potencia el valor de los propios paisajes que las alojan.

Formados durante las eras Paleozoica y Mesozoica, pero catapultados hacia el cielo por la denominada orogenia Alpina del Terciario, por el choque de las placas tectónicas Ibérica y Europea, las montañas surgidas sufrieron más tarde el azote del Cuaternario, cuyos intensos fríos —traducidos en cubiertas de hielo a medida para todas las cimas y valles— modelaron el relieve definitivamente, para dejar las agudas cresterías, los profundos valles, los circos, los depósitos morrénicos y las lagunas glaciares que han llegado hasta nuestros días.

Aunque los geólogos dividen los Pirineos en dos partes en función de su composición litológica —la este, formada por granitos y gneis, y la oeste, en la que predomina la caliza—, para los geógrafos esta cadena montañosa se debe seccionar en tres macizos: oriental, central y occidental. El macizo oriental se extiende desde la costa mediterránea hasta el Col de la Perche, con una cota máxima de 2.745 metros; el central abarca desde el citado Col de la Perche hasta el puerto de Somport e incluye las mayores cotas de la cordillera, con el pico Aneto (3.404 metros) a la cabeza; y el macizo occidental, que comprende desde Somport hasta el golfo de Vizcaya, en cuyas proximidades los Pirineos se funden con las estribaciones orientales de la cordillera Cantábrica.

El clima de los Pirineos se caracteriza tanto por su carácter continental (con inviernos muy fríos y veranos suaves) como por su contraste entre las vertientes norteña y sureña, de manera que la vertiente septentrional resulta mucho más húmeda que la meridional. Las propias alturas del macizo montañoso hacen de barrera frente a las borrascas que vienen de Europa central.

Flora y fauna del Pirineo

La referida singularidad climática determina una vegetación adaptada particularmente a las precipitaciones pero también a la altura, de manera que se establecen distintos pisos o niveles botánicos —lo que los científicos denominan pisos de vegetación —. A grandes rasgos puede decirse que en los pisos más bajos se sitúan primero las encinas y los quejigos y, después, especies arbóreas caducifolias como las hayas. Por encima, en lo que se denomina piso montano, prosperan los robles, los abetos y los pinos silvestres. Más arriba, en el piso subalpino, crecen los brezos y los pinos negros, éstos últimos en contacto ya con los pisos superiores (alpino y nival), en los que sólo aparecen los resistentes pastizales y los musgos y líquenes aferrados a las rocas que dejan al descubierto las nieves. Precisamente en estas inhóspitas alturas es donde se localizan casi todas las plantas endémicas del Pirineo.

Entre las especies florales más vistosas destacan el lirio pirenaico, de bellas flores azules; el edelwais, sin duda la flor más emblemática del Pirineo; la oreja de oso, cada día más rara; el calderón, amante de las praderas húmedas; la azucena de montaña o flor de lis, que se oculta en el bosque; el narciso de los poetas, de estilizados tallos floridos; la corona de rey, una saxífraga de grandes flores colgantes también conocida como cola de zorra; la orquídea, denominada zapatito de dama, de belleza sin par y en peligro de extinción; y la espinosa carlina, con dos variedades muy difíciles de distinguir a simple vista.

Por lo que a la fauna respecta, los Pirineos se convierten en zona de interrelación entre las especies mediterráneas y las eurosiberianas, de manera que aquí conviven muchos de los animales comunes en el resto de la península Ibérica con otros exclusivos del propio bastión montañoso, a su vez ampliamente distribuidos por el resto del continente Europeo. Entre estas especies típicamente pirenaicas se encuentran la marmota, el topillo nival, el mochuelo boreal, el quebrantahuesos, el urogallo, la perdiz nival, el tritón pirenaico, la víbora áspid, la lagartija pirenaica y también el lince boreal cuya presencia, aunque escasa, parece estar perfectamente contrastada en estas latitudes.

Todas estas especies representativas de la riqueza biológica de los Pirineos cuentan con fichas individuales y aparecen repartidas, de forma destacada, a lo largo de esta guía, cada una junto a la ruta que ofrece mayores probabilidades para su observación.

Consejos para observar la flora y la fauna

La observación de la fauna resulta siempre gratificante y es, sin lugar a dudas, uno de los alicientes principales para elegir una determinada ruta, sobre todo si se viaja con niños. En un país de tradición cazadora como es España, los animales han aprendido a escapar de la amenaza de las armas mediante la huida, de manera que no resulta fácil aproximarse a las criaturas salvajes. Pero esta actitud por parte de la fauna ha cambiado, no obstante, en aquellos lugares donde la práctica de la caza está prohibida desde hace décadas. Así ocurre en los parques nacionales, en los que muchas especies se muestran tan confiadas ante los excursionistas como en las propias sabanas africanas. De todos modos, no debemos pensar que por el hecho de no mostrar temor, los animales vayan a comer en la palma de nuestra mano, pues ellos saben que no somos de su especie y siempre guardan las distancias. La observación de animales como ciervos, gamos, rebecos, jabalíes, zorros, conejos, ardillas, buitres, arrendajos, mirlos, palomas, córvidos e, incluso, grandes lagartos no requiere más que un poco de prudencia. En el caso de encontrarse con alguno de ellos hay que evitar salir corriendo a su encuentro vociferando de alegría o con un trozo de pan en la mano. Lo prudente es pararse en silencio, en el propio camino, y sentarse a observar. Los prismáticos son de gran ayuda, especialmente en el caso de las aves. Los amantes de la fotografía deben evitar las aproximaciones directas y rápidas, pues es mejor recurrir al teleobjetivo. Para solucionar los problemas de escasez de luz, por ejemplo en el interior de un bosque, conviene llevar película de alta sensibilidad (200 o 400 ISO), aunque eso no será inconveniente para quienes se hayan dotado de la moderna tecnología digital en fotografía, ya que las propias cámaras pueden subir esa sensibilidad hasta 800 ISO de manera automática.

La flora —por aquello de que las plantas están sujetas al terreno— parece ofrecer menos problemas a la hora de la observación, pero las cosas cambian cuando a uno le interesa localizar una determinada especie. Entonces hay que convertirse en un concienzudo buscador y recorrer con calma los parajes más apropiados para encontrarla, previa documentación en libros y guías sobre la época de floración y fructificación, por supuesto.

Preparación y equipo

La mayor parte de las rutas que proponemos son aptas para todos los públicos, es decir, que pueden llevarlas a cabo tanto niños de siete u ocho años como adultos de sesenta y cinco o setenta, entendiendo que se trata de personas sanas, sin ningún problema de salud que les impida hacer un esfuerzo moderado caminando durante varias horas; estas rutas están catalogadas como de dificultad baja. Las rutas de dificultad media necesitan una cierta preparación, un entrenamiento, bien para caminar por terrenos abruptos o para superar cuestas prolongadas; esta catalogación equivaldría a la tipología de iniciados. Finalmente, las de dificultad alta —que se cuentan con los dedos de una mano en esta guía— están reservadas a auténticos montañeros, en cuerpo o espíritu, a los que no les importa sufrir la dureza de la montaña; se trata, como bien puede suponerse, de itinerarios largos y de trazado ascendente, ya sea total o parcialmente.

En todos los casos, es decir, tanto en las rutas de dificultad baja como en las medias o altas, el equipo es fundamental y debe incluir, como primer elemento, un buen calzado, a ser posible botas de media caña con forro interior transpirable e impermeable (hoy muy de moda, con marcas registradas bien conocidas como isotex, goretex o sofitex, entre otras). Dependiendo de la climatología hay que llevar ropa ligera o de abrigo. En este último supuesto, lo ideal es ponernos ropa interior térmica, muy cómoda y transpirable, que evita que el sudor se quede frío al pararnos. Los forros polares también son muy recomendables, sobre todo si llevan membrana antiviento. Gorra, gafas de sol o de ventisca, guantes e incluso bastón o piolet, son complementos útiles al anterior equipamiento. La comida y la bebida son imprescindibles si la ruta precisa más de tres o cuatro horas para la ida y la vuelta. En este caso, evitaremos las pesadas latas de conservas y recurriremos a las livianas y modernas tabletas de proteínas y carbohidratos, diseñadas para deportistas, así como a las bebidas isotónicas, que reponen las sales minerales y los iones perdidos durante el ejercicio de manera mucho más rápida que el agua o los refrescos.

Resulta imprescindible llevar a cabo una cierta preparación antes de ponerse a caminar, incluso antes de desplazarse hasta el espacio natural donde se ubica la ruta. Esta preparación consiste en documentarse previamente sobre el lugar o la comarca, en reservar plaza en el hotel o la casa rural más cercana y también, por supuesto, en conocer lo mejor posible las especies de flora y fauna que se pueden encontrar, los detalles del itinerario y hasta la previsión meteorológica para el día concreto. Con excepción de esto último, todo lo demás se puede encontrar en esta guía que, ante todo, pretende ser útil antes y durante la realización de los diferentes itinerarios.

Fotografiar la naturaleza

A modo de texto destacado encontrará el lector, asimismo, una serie de consejos para sacarle partido a la cámara fotográfica. Y no sólo se trata de aspectos técnicos, sino también creativos, de manera que esta guía aumenta así su utilidad y se distingue en una nueva faceta —otra más— del resto de las guías de rutas al uso. En esta guía irrepetible la fotografía se ha cuidado al máximo, no sólo con la más exigente selección de las instantáneas que ilustran cada ruta, sino también después, en el momento de imprimir. El lector puede tomar dichas fotografías como modelos a la hora de buscar motivos que captar y llevarse a casa. Esta tarea, lejos de resultar laboriosa, puede convertirse en un entretenido e interesante juego: descubrir los rincones y paisajes que coinciden con las fotos impresas. Y no resultará difícil, ya que la mayor parte de las imágenes se captaron durante la realización de las rutas para esta guía, desde la pista, camino o sendero por el que transcurre el itinerario descrito.

Respecto a los consejos concretos para hacer las fotografías ya hemos comentado algo anteriormente, en el apartado de la observación de la fauna, pero conviene añadir varias cosas más. Primero, sobre el equipo, que no tiene que ser complejo ni pesado. Basta con una cámara dotada con un zoom modesto, por ejemplo un 28-80 milímetros, perfecto para el paisaje y los detalles. El trípode, también liviano, es imprescindible si el día está nublado o hay poca luz (por ejemplo, dentro de un bosque) para evitar las fotos movidas. Como mencionamos al hablar de la fauna, los aficionados a fotografiar animales no deben olvidar un teleobjetivo —del orden de un 300 o un 400 milímetros— que hay que elegir en función del peso, sacrificando si es necesario la luminosidad —que se puede compensar con una película de mayor sensibilidad—. Traducido a datos concretos este consejo viene a decir algo así como «más vale un 400 milímetros con una luminosidad de f:4 y apenas un kilo de peso, que uno de f:2,8 y más de tres kilos de peso». Ese punto del diafragma se puede contrarrestar con una película de 100 ISO en lugar de 50, o de 200 ISO en lugar de 100. Las fotografías obtenidas, pese a presentar más grano, serán óptimas y perfectamente válidas para el aficionado más exigente.

El equipo mencionado puede completarse con un pequeño flash —si la cámara no lo lleva incorporado — para solucionar los problemas de falta de luz o de profundidad de campo mientras se toman fotografías de cerca (en el caso de querer retratar flores, por ejemplo). Para quienes no cuenten con una cámara entre sus enseres domésticos, nos permitimos recomendarles que, en el caso de que piensen adquirir una, se inclinen por las ultramodernas digitales, mucho más versátiles que las tradicionales reflex. Estas cámaras no sólo no necesitan carrete —almacenan las fotos en tarjetas reutilizables y sin caducidad—, sino que permiten ver la instantánea obtenida en el momento, de manera que se puede guardar en la citada tarjeta si ha salido bien, o borrarla y repetirla si no estamos conformes con el resultado. A la hora de elegir uno de los infinitos modelos que hoy ofrece el mercado es conveniente decantarse por aquellas que tengan una pantalla grande y clara y por las que permitan ver en el visor exactamente el mismo encuadre que se va a capturar en el momento de apretar el disparador.

Código ético del excursionista por los Pirineos

La conservación de la naturaleza exige un cierto grado de compromiso personal, sobre todo si nos gusta disfrutar de ella, si gastamos o consumimos entorno natural con frecuencia. Debemos ser conscientes de que nuestra presencia en el campo puede suponer una alteración para los procesos biológicos que habitualmente se desarrollan en el enclave en cuestión, porque cualquiera puede estar molestando a la fauna sin saberlo o puede estar deteriorando la flora o el suelo sin ser consciente de la trascendencia. Algo tan simple como comerse una tortilla debajo de un pino puede traducirse en un drama para el ave que cría sus polluelos en lo alto, entre las ramas. Evidentemente, esta bucólica actividad no es criticable, porque no ha existido la intención de molestar y mucho menos de poner en peligro la vida de los retoños, pero el daño puede ser irreparable. Ésto nos lleva a hablar de la tan traída y llevada cultura ecologista, algo cada día más necesario si de lo que se trata es de conservar el entorno que nos acoge desde hace miles de años. Y este bien puede ser el motivo que justifique la promulgación de una serie de normas de comportamiento, de unos preceptos conservacionistas que se pueden resumir en el siguiente decálogo a modo de código ético:

  1. Documentarse bien de los procesos biológicos que puedan estar aconteciendo en el lugar que se pretende visitar. Es la mejor manera de saber qué nos podemos encontrar y cómo tenemos que actuar para no interferir en los mismos.
  2. Evitar el acercamiento a la fauna si las especies están en proceso de cría. Hay que ser conscientes de que éste es el momento más delicado de su vida.
  3. No arrancar plantas, flores, o setas. Muchas especies están protegidas y, además, las setas son imprescindibles para el bosque.
  4. Respetar las medidas conservacionistas que existen en el lugar. Seguro que están pensadas para adaptarse a las necesidades de conservación del paraje.
  5. Evitar salirse de los caminos y senderos durante la realización de las rutas. Es la mejor manera de no perdernos y de conservar el suelo fértil.
  6. No llevar perros sueltos. El popular amigo del hombre es un temido depredador para la mayor parte de los animales salvajes, por lo que se pondrán en fuga en cuanto intuyan su presencia.
  7. No introducir jamás o liberar animales silvestres o domésticos sin conocimiento de las autoridades conservacionistas. Esta práctica, aparentemente cívica, puede ocasionar graves alteraciones en el equilibrio ecológico tanto en el lugar de la suelta como en otros espacios naturales cercanos y lejanos.
  8. No vociferar ni llevar aparatos de música a todo volumen. En la naturaleza tenemos que integrarnos en silencio, para pasar desapercibidos y dejar que la vida fluya a nuestro alrededor.
  9. No arrojar desperdicios de comida ni dejar bolsas de basura en el campo, ni siquiera enterradas. La basura debemos llevárnosla a casa o depositarla en los contenedores adecuados en el pueblo más cercano.
  10. No encender fuego bajo ningún concepto ni arrojar colillas sin apagar, sobre todo durante el periodo de verano. Un simple descuido puede provocar una catástrofe ecológica de proporciones insospechadas.


Nota de la Redacción: agradecemos a Alhena Media la gentileza por permitir la publicación de la del Prólogo de Luis Miguel Domínguez y la Introducción del libro de José Luis Rodríguez, Paseos y escapadas irrepetibles por los Pirineos (Alhena Media, 2007).