Cristina Fernández de Kirchner

Cristina Fernández de Kirchner



Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

Néstor Kirchner

Néstor Kirchner

Elisa Carrió

Elisa Carrió

Roberto Lavagna

Roberto Lavagna

Eva Perón

Eva Perón

Isabel Martínez de Perón

Isabel Martínez de Perón

Eduardo Duhalde

Eduardo Duhalde

Daniel Scioli

Daniel Scioli


Análisis/Política y sociedad latinoamericana
La Argentina que espera a la señora Cristina Fernández de Kirchner
Por Carlos Malamud, viernes, 2 de noviembre de 2007
El oficialismo kirchnerista obtuvo una rotunda victoria en la elección presidencial argentina, lo que le ha permitido a Cristina Fernández de Kirchner evitar la segunda vuelta. Pese a su contundencia, el resultado delimita distintas realidades que preanuncian futuras dificultades para la nueva gestión, como el caudal de votos recibidos, la participación y la orientación del voto urbano. Estos hechos pueden influir en la paciencia que los argentinos tendrán con su próximo gobierno y si los famosos 100 días de cortesía serán tales. Si las dificultades que planean en el horizonte ya son considerables de por sí, a esto hay que agregar la encarnizada lucha que con toda probabilidad se librará por el control del peronismo y que será más brutal si la presidenta electa no logra encauzar rápidamente su gestión.
Después de la gran euforia oficialista por el triunfo electoral del 28 de octubre, que permitió al matrimonio Kirchner contar simultáneamente con un presidente en funciones y una presidenta electa, es el momento de ponderar los datos de una forma más equilibrada, aunque el análisis que se haga no debe restar un ápice la legitimidad del resultado. La euforia de la elección, que supone el paso de Kirchner I a Kirchner II, fue transmitida de forma casi automática a buena parte de la prensa nacional e internacional, que calificó la victoria de Cristina Fernández de Kirchner de rotunda o contundente. Ahora bien, es importante introducir algunas matizaciones. En primer lugar, la candidata electa no logró superar la barrera del 45%, aunque se quedó a las puertas. La importancia de esa barrera es que se trata del primer límite fijado por la legislación para evitar la segunda vuelta, por lo que se debió apelar al segundo supuesto, que con una votación entre el 40 y el 45% la distancia con el segundo fuera superior al 10%. Y si bien Cristina Kirchner le sacó a Elisa Carrió más del 20% de los votos, no debe olvidarse que la suma de los sufragios recogidos por Carrió y Roberto Lavagna bordea el 40%. Esto indica que en caso de que la oposición hubiera sido capaz de presentar una candidatura unida la lucha hubiera sido mucho más reñida.

Pero hay más. Por un lado, el caudal de votos obtenido, cercano al 45%, si bien dobló al conquistado por su marido hace cuatro años atrás, no pudo superar al de los tres primeros presidentes desde el inicio de la transición: Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Por el otro, el alto grado de abstención registrado en un país donde el voto es obligatorio. El domingo 28 sólo votó el 71,74% del censo, la menor participación en las seis elecciones celebradas desde el retorno de la democracia en 1983 y muy por debajo del 80% de media registrada desde entonces. La baja participación muestra que no fue sólo la falta de propuestas atractivas de la oposición la que desanimó a los electores, sino también la propia candidatura oficialista. A esto hay que agregar la distribución del voto, ya que en los principales centros urbanos (la ciudad de Buenos Aires, Rosario, Córdoba o Mar del Plata), con la principal excepción de Mendoza, la fórmula kirchnerista fue derrotada.
Se insiste una y otra vez en que mientras la Sra. de Kirchner será presidenta con el voto popular, el caso de la Sra. de Perón fue diferente

Se da el caso que allí habitan las clases medias ilustradas sin las cuales resulta muy difícil alcanzar amplios y sólidos consensos sociales para implantar políticas de transformación. Esta situación provocó la airada reacción del Jefe de Gabinete del presidente Kirchner, Alberto Fernández, quién acusó a los porteños de ser “soberbios” y de votar y pensar como si vivieran en una isla. La razón del nerviosismo del entorno presidencial se debía a que la Sra. Kirchner había quedado tercera en la Capital Federal, lo que deslucía bastante el resultado electoral. La falta de apoyo de los sectores medios, unida a las malas relaciones con la prensa que mantiene el matriminio Kirchner, también repercute negativamente en la visión del país existente en el exterior.

Como en todas las imágenes, la existente de Argentina fuera del país está construida sobre una serie de tópicos y estereotipos. Lo mismo se pude decir de la imagen de la futura presidenta. Es frecuente que esa imagen se recuesta sobre dos comparaciones positivas, con Eva Perón, el mayor referente del peronismo revolucionario de los años 70, y con Hillary Clinton. Pero también se suele aplicar otra comparación, en este caso negativa, con Isabel Martínez de Perón, con la intención de conjurar los viejos fantasmas del peronismo de derecha y tomar una saludable distancia respecto a él. De este modo se insiste una y otra vez en que mientras la Sra. de Kirchner será presidenta con el voto popular, el caso de la Sra. de Perón fue diferente. Mientras una fue elegida, la otra fue designada a dedo. En realidad ambas fueron elegidas por el voto popular, una como presidenta y otra como vicepresidenta, y ambas también figuraron en las candidaturas por haber sido seleccionadas por sus maridos. Y si Isabelita fue presidenta de los argentinos, pese a todos los errores cometidos en su mandato, fue porque así lo establecen los mecanismos constitucionales para la sucesión presidencial y no por la voluntad de los militares, como se suele decir.
Si bien Néstor Kirchner quiso sacudirse los estigmas que trae aparejada la reelección, la presentación de su esposa como candidata no eliminó totalmente la maldición y el síndrome reelectoral

En buena parte de los análisis sobre el futuro de Argentina y sobre el futuro del mandato presidencial de la Sra. Kirchner se repite una pregunta presente hace más de cuatro años atrás, cuando Néstor Kirchner fue elegido presidente: ¿quién mandará en el país, él o ella? Y si bien el citado Alberto Fernández también insistió en que la gestión del futuro gobierno no será “de doble comando”, no sería improbable que las decisiones más importantes no se tomaran en el seno del gabinete, una institución prácticamente inexistente en los últimos cuatro años, sino en la intimidad de la Quinta Presidencial de Olivos, la residencia del presidente argentino, en el futuro de la presidenta, y de su cónyuge, o en la cabaña que ambos comparten en el austral y bucólico enclave de Calafate. La respuesta a este interrogante permitirá ver si el próximo gobierno es visto como algo nuevo, donde predomina el cambio sobre la continuidad o, por el contrario, es visto como lo mismo que antes, como pura continuidad. En este último caso, si bien Néstor Kirchner quiso sacudirse los estigmas que trae aparejada la reelección, la presentación de su esposa como candidata no eliminó totalmente la maldición y el síndrome reelectoral.

Por otra parte, la relación que establezca la presidenta con sus ministros será capital para evaluar la capacidad del futuro gobierno. Esto cobra más importancia si tenemos en cuenta que algunos de los ministros, especialmente los más connotados, como el de Economía, Miguel Peirano, el de Planificación, Julio de Vido, el de Exteriores, Jorge Taina, o la de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, continuarán en sus cargos en la nueva etapa. ¿Habrá reuniones, y decisiones, colegiadas, pese al extremo presidencialismo existente en el sistema político argentino, o todo dependerá de la capacidad de mando de la número uno?
El frente político tampoco está calmado y sobre el futuro del Partido Justicialista (PJ) se ciernen negros nubarrones

A la nueva presidenta no le esperan tiempos fáciles. La situación económica se hace cada vez más complicada, con una inflación que no cede, pese a la "perfección" de las mediciones del Indec (el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo, encargado de la elaboración de los índices inflacionarios), que se sitúa casi en la mitad de lo que señalan otras cifras elaboradas por instituciones privadas. A esto se agrega la potencialidad de una crisis energética siempre latente, la perspectiva, cada vez menos teórica, de que el superávit fiscal se haya volatilizado en un gasto público totalmente disparado en los meses previos a las elecciones o las preocupaciones por revitalizar una inversión extranjera directa que sigue vacilando a lo hora de llegar a Argentina, dada la falta de acuerdo con el Club de Paris y la ausencia de seguridad jurídica ante la no renovación de ciertas tarifas y el incumplimiento reiterado de los contratos firmados. Fuera del ámbito económico, las preocupaciones de los ciudadanos se centran en cuestiones como la seguridad ciudadana o la corrupción. La pervivencia del delito en las ciudades, pese a la recuperación económica, hoy preocupa más que aquellas cuestiones, como la falta de trabajo, la pobreza y desprotección social vitales al comienzo del período Kirchner I.

Y por si todo esto fuera poco, el frente político tampoco está calmado y sobre el futuro del Partido Justicialista (PJ) se ciernen negros nubarrones. Actualmente el PJ atraviesa una situación de interinidad, ya que carece de autoridades legítimas y es gestionado por un representante de la autoridad judicial. De ahí que unos y otros quieran hacerse con su poder para legitimar sus posturas y comenzar a posicionarse de cara a las vitales elecciones parlamentarias de 2009 y, sobre todo, a las presidenciales de 2011. Néstor Kirchner, que durante los años en que ejerció la presidencia de Argentina arremetió permanentemente contra las estructuras corruptas del PJ, ahora quiere hacerse con la presidencia del partido, de forma de tener una plataforma para operar políticamente durante el mandato de su mujer. Pero no es sólo Kirchner quien quiere controlar al partido peronista. El ex presidente Eduardo Duhalde también manifestó su voluntad de retornar a la política activa después del 10 de diciembre, la fecha del cambio de gobierno.

Es verdad que el oficialismo controla la vital provincia de Buenos Aires, gracias al triunfo del vicepresidente Daniel Scioli. Se trata de una jurisdicción clave para dominar el PJ, pero si la coyuntura se degrada la conflictividad podrá agravarse y las deserciones se acelerarán. A esto hay que sumar los numerosos cadáveres, demasiados, que el presidente Kirchner ha ido dejando en la cuneta y que esperan agazapados la dulce hora de la venganza. Por eso, la continuidad de la política actual en el gobierno Kirchner II sería fatal no sólo para su propio futuro sino también para el futuro argentino.