José Luis Rodríguez Zapatero

José Luis Rodríguez Zapatero



Rogelio López Blanco

Rogelio López Blanco


Tribuna/Tribuna libre
Zapatero, el redentor tuneado
Por Rogelio López Blanco, lunes, 1 de octubre de 2007
No son pocos los analistas que advirtieron casi desde el inicio de la administración de Zapatero sobre la deriva crítica que adquiriría la política española, que ahora sólo parece susceptible de empeorar. El abandono del consenso antiterrorista, cuando la banda ETA estaba acorralada, y la inconcebible política de estatutos a la carta, constituían las pruebas de cargo. No hay, por tanto, mucho mérito en esas censuras, quizá sólo el de no estar ciegos o pecar de indiferencia.
¿A qué se debe tal cúmulo de disparates que se han sucediendo a lo largo de lo que va de legislatura? Unos cuantos lo atribuyen a la personalidad política de Zapatero, a las influencias de quienes le rodean y sus carencias, sobre todo a éstas, pero la crítica no encaja con el número de seguidores, su audiencia y los nutridos equipos de opinadores y profesores que le acompañan en esa senda. Más bien, el surgimiento de una figura como la de ZP (ya el mismo calado del uso de las iniciales como marca publicitaria señala una pauta) parece responder tanto a un corte generacional como a un nuevo tipo de sensibilidad.

La diferencia entre grupos de edades es algo tan común como lógico a lo largo de la historia. Sin ir más lejos, la generación de la Transición, muy joven cuando tuvo su oportunidad, sobre todo desde que el partido socialista estuvo en el poder, licenció sin miramientos a muchos políticos e intelectuales valiosos porque no encajaban en su forma de contemplar y abordar las reformas para desmantelar el entramado franquista y consolidar las nuevas instituciones democráticas (probablemente tuvo que ver mucho en ello la desembocadura en la aguas de la corrupción y del terrorismo de Estado).

La clave parece estar en la nueva sensibilidad, lo que se ha denominado primero talante y luego “buenismo”. Parte de la concepción de que la misión del gobernante es la de un redentor determinado a hacer el bien, a buscar la paz, aquí (ETA) y allá (Oriente Medio y la Alianza de Civilizaciones), a auxiliar a los humildes, a los desamparados y a los explotados, léanse jóvenes, homosexuales, inmigrantes... El fundamento del punto de partida es un maniqueo, la noción de que la izquierda representa al “bien” y la derecha el “mal”. De ahí que siempre se la presente asimilada al franquismo o asociada a Franco, que se invierta todo el talante dialogante en convencer a la izquierda y a los ultranacionalistas, aunque sean terroristas sin la menor intención de abandonar la violencia, y que la derecha nunca esté invitada, como no sea de forma retórica o en condiciones imposibles, a participar de esta nueva cultura de la comprensión mutua y el derecho a una armonía universal que sólo los “malos” impiden que se consagre.
La sofisticada combinación de técnicas de mercadotecnia (ZP), del sentimiento de superioridad moral tradicional de la izquierda y la explotación a fondo del imaginario basado en la sentimentalidad benefactora que con tanto arraigo ha calado en amplias capas de la juventud y que se ha extendido por toda la sociedad, han configurado los rasgos de la nueva estética política que conforma el zapaterismo

Este esquema tan elemental, que es sumamente eficaz a tenor de los resultados que ha obtenido hasta el momento, lleva aparejada la exacerbación del sectarismo hasta extremos grotescos. Para compensar la hipérbole y la vaciedad de estos principios tan rudimentarios como deletéreos, se ha construido un discurso y una acción política presidida por la estética del altruismo, equiparando los principios de la gestión de gobierno a los de una ONG (eso sí, dotada de inmensos recursos). La sofisticada combinación de técnicas de mercadotecnia (ZP), del sentimiento de superioridad moral tradicional de la izquierda y la explotación a fondo del imaginario basado en la sentimentalidad benefactora que con tanto arraigo ha calado en amplias capas de la juventud y que se ha extendido por toda la sociedad, han configurado los rasgos de la nueva estética política que conforma el zapaterismo.

Zapatero y su equipo han sabido conectar y recoger todos aquellos nuevos elementos, que pueden resultar atractivos para embellecer su política, incorporando de forma desordenada los ingredientes que refuercen la apariencia y el atractivo de sus políticas, las más de las veces meramente aparenciales o retóricas, sin efecto práctico alguno salvo agrandar su efecto a través de la reacción de una derecha acorralada y torpona. Así, como se ha dicho, tiene lugar una mezcla de cultura de ONG, de multiculturalismo (Diálogo de Civilizaciones) y de altermundialismo, una excrecencia sesentayochista, que aporta la política de costumbres y el antiimperialismo.

Como se trata de un estilo, al supuesto servicio de las mejores intenciones (propias de personas con entrañas), poco importa que las acciones de gobierno puestas en práctica sean incoherentes, improvisadas sobre la marcha, incompatibles con la legalidad vigente o simplemente contraproducentes... las buenas intenciones, el ansia infinita de hacer el bien, lo justifican todo. Las consecuencias, acarreen los problemas que acarreen, desde la incertidumbre económica hasta la erosión de la estabilidad política e institucional que tanto ha costado construir, carecen de importancia, todo está justificado en el fondo por las beatíficas intenciones de alguien que está dispuesto a jugarse el todo por el todo, su prestigio, la memoria de su acción de gobierno, por el bien ajeno, sin pedir nada a cambio. Una concepción, que no práctica, sacrificial, supuestamente abnegada al servicio del bien. Es el producto de una mentalidad adolescente, con la carga de inocencia, presunción y filantropía autogratificante que ésta supone.
José Luis Rodríguez Zapatero no es un tarambana oportunista salido de la nada ni un producto de la casualidad, el actual presidente del gobierno español es el epítome de una nueva época, de una nueva forma de ver y enfrentarse al pasado y al futuro que nada tiene que ver con el de la generación de la Transición

La política basada en la estética se constata con bastante claridad en el plano internacional y toma cuerpo en un antiamericanismo primario. Los Estados Unidos son la representación del mal a escala planetaria, ocupan ilegalmente países, como Iraq (¿y Afganistán?), matan a la población civil con el siniestro objetivo de explotar y lucrarse de sus recursos (nada significa que los costes bélicos sean infinitamente mayores que la producción de petróleo). Dicha estética exige colocarse enfrente, justo donde están Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, poco importan ahora los derechos, aquí el modelo es Quilapayún (de nuevo la estética de los 60 y 70). Y menos importan aún los derechos cuando se comparte mesa-camilla con la teocracia iraní, otro caracterizado ejemplo de “respeto” a la libertad en un régimen que ha “curado” a los homosexuales, pues, al parecer, allí no existen, según su jefe de gobierno el negacionsita Mahmud Ahmadineyad, quien pretende acometer un segundo Holocausto en cuanto le sea posible.

Sin embargo, cuando la estética en el plano internacional chirría porque obliga a mirar hacia otro lado en cuestiones de libertades o derechos de los homosexuales, se pierden las esencias y enseguida se echa mano del argumento gradualista, como en el caso de los Castro. Hay que apoyar la liberalización del régimen: oponerse frontalmente sólo puede ser contraproducente, pero ¿por qué no tener la misma actitud con la democracia estadounidense liderada por un mal presidente, pero democracia al fin y al cabo? No es estético.

En el ámbito de la política española, el estilo zapaterista está presidida por un republicanismo retrospectivo. Aquí la estética tiene que ver con la reivindicación de un régimen históricamente fracasado, la Segunda República, por partir de una concepción progresivamente sectaria que promovía mantener fuera del juego político a la mitad de la población, sin dejar opción a incorporarse al sistema. Entra aquí en liza la manifestación de Zapatero de declararse “rojo”, una reivindicación estética de uno de los bandos de la Guerra Civil, en paralelo con la exhibición y apropiación hasta grados sonrojantes de la figura de su abuelo materno, el capitán Lozano, que murió fusilado por los golpistas al mantenerse fiel a la legalidad, justo la misma razón, de la que no presume el presidente, por la que reprimió militarmente la revolución de los mineros asturianos en octubre de 1934, un movimiento alentado por el PSOE, el partido que dirige José Luis Rodríguez Zapatero (la estética sobrevuela las contradicciones sin inmutarse, es la ventaja que tiene).

El objetivo del presidente del gobierno, ya que no puede enseñar credenciales antifranquistas, es mostrarse como una víctima directa del franquismo (pura apariencia) y erigirse en la personificación del bando de los “buenos·, el legítimo, el democrático, el impoluto, sin que los asesinatos en masa, como el de Paracuellos, deteriore esa imagen autocomplaciente y profundamente falsa de la realidad de aquel fracaso colectivo. De paso, al erigirse como verdadera víctima de Franco y sus turiferarios, reduce y desluce el papel de la generación que luchó contra el franquismo porque acabó llegando a acuerdos con los representantes de este régimen para culminar la Transición, un trámite enojosamente obligado pero insatisfactorio en el camino de la recuperación intacta de aquellos valores de pureza democrática (de nuevo la estética) encarnados por la Segunda República.

Ha sido el inteligente empleo de esta estética política, estrechamente trabada con las nuevas sensibilidades generacionales y las modas altruistas, la que ha permitido enmascarar el profundo talante sectario y excluyente de la acción política zapaterista. José Luis Rodríguez Zapatero no es un tarambana oportunista salido de la nada ni un producto de la casualidad, el actual presidente del gobierno español es el epítome de una nueva época, de una nueva forma de ver y enfrentarse al pasado y al futuro que nada tiene que ver con el de la generación de la Transición que acertó a detectar y resolver los problemas que lastraban la convivencia y acometió la construcción de un orden democrático que, con todos sus defectos susceptibles de ser reformados, ha permitido décadas de libertad en paz y de progreso y avance en todos los órdenes.