Günter Grass: Pelando la cebolla (Alfaguara, 2007)

Günter Grass: Pelando la cebolla (Alfaguara, 2007)

    AUTOR
Günter Grass

    GÉNERO
Memorias

    TÍTULO
Pelando la cebolla

    OTROS DATOS
Traducción de Miguel Sáenz (con la colaboración de Grita Loebsack). Madrid, 2007. 445 áginas. 21,50 €

    EDITORIAL
Alfaguara



Günter Grass

Günter Grass


Reseñas de libros/No ficción
Günter Grass: Pelando la cebolla (Alfaguara, 2007)
Por Rogelio López Blanco, lunes, 3 de septiembre de 2007
Las memorias del afamado Nobel alemán han levantado una gran polémica al confesar en ellas que a los 17 años, en los estertores del III Reich, formó parte de las Waffen-SS, las tropas de élite que constituían la espina dorsal nacionalsocialista de las fuerzas armadas alemanas, que formaban las unidades de mayor capacidad de combate, decisivas para sostener la moral defensiva. Esta peripecia juvenil carecería de importancia de no ser por su ocultamiento durante tantos años, hasta la misma publicación del libro el pasado año en Alemania (2006), y centralmente porque Grass se ha venido erigiendo desde hace décadas como una de las principales referencias morales de la izquierda alemana y europea, encarnándose, entre otras manifestaciones de su ideología, en látigo fustigador que desveló las complicidades con el nazismo de los oligarcas y políticos de la derecha alemana.
En esa misma perspectiva de volver la mirada atrás, la publicación del libro de Grass ha coincidido felizmente en España con la traducción del volumen de recuerdos de un alemán ejemplar, Joachim Fest, titulado Yo no. El rechazo del nazismo como actitud moral (Taurus, 2007), obra ya comentada en esta revista digital. El contraste no puede ser mayor entre la adolescencia de uno, Grass, y otro, Fest, en cuanto a la forma en que, tan jóvenes, encararon la realidad que suponía el régimen nazi y su despliegue invasor por toda Eurropa. Es cierto que en el caso del segundo la familia y la educación católica levantaron una barrera formidable que impidió penetrar las miasmas nacionalsocialistas. Pero cuando ya estuvo sólo, ante la realidad de la guerra por la recluta obligatoria, contrariamente a Grass, que se presentó como voluntario en 1944 para la guerra submarina (sus héroes eran las tripulaciones), Fest se mantuvo en su empeño de negarse a aceptar el régimen y las implicaciones que conllevaba. Es más, pese a los testimonios y noticias, mientras Joachim pronto tuvo la certeza de las matanzas de judíos, Grass, según confiesa, prefirió obviar el asunto.

Así se refleja en el episodio que Grass relata sobre aquel joven “chico rubio y de ojos azules, de perfil de pura raza”, el modelo de ario perfecto que ayudaba a todos en el campamento, que era el primero en colaborar y en prestar el mejor servicio, pero que no aceptaba llevar armas porque, decía cuantas veces se vio obligado, “Nosotros no hacemos eso”, con el agravante de que “nunca había invocado la Biblia, ni a Jehová o algún otro poder omnipotente” (pp. 94-96). Ante la desaparición final del joven del “Nosotrosnohacemoseso”, Grass confiesa el recuerdo de que “me veo, sino alegre, al menos aliviado desde que el chico había desaparecido” (p. 97). Tampoco quiso preguntarse el porqué de la desaparición durante unos meses en un campo de concentración de su profesor de latín, Stachnik (p. 45), o el caso de su compañero de estudios, Wolfgang Heinrich, que había “Desparecido sin dejar rastro”, sin que Grass hubiera “pronunciado las palabras `por qué´” (p. 23). Como supo décadas más tarde el Nobel, el padre de Heinrich había sido detenido por su disidencia, consecuencia de lo cual la madre se suicidó y él y su hermana tuvieron que refugiarse en el campo con unos familiares. Reconoce Grass: “me conformé con no saber nada o con saber cosas falsas” (p. 25), justo lo contrario que Joachim Fest.

En este libro Günter Grass descarga su conciencia ante sí mismo, ante su público y ante la sociedad entera, incluidos sus detractores y todos aquellos ofendidos por él, con o sin razón, ventajista o hipócritamente. Difícilmente, pues, esta rendición de cuentas puede ser interpretada como un acto de oportunismo para vender más ejemplares

Grass asistió como “espectador curioso” en Danzig, su tierra natal, a la quema de las sinagogas en 1937 y luego se incorporó a la Jungvolk, “una organización que preparaba para las Juventudes Hitlerianas” (p. 27). Hay un capítulo fundamental, a mi juicio valiente en cuanto al reconocimiento de culpa, “Lo que se encapsuló” (pp. 36-70), aunque el título sea tan explícito de la evasión como sincero en la exposición y asunción de la responsabilidad personal. De una forma muy original, Grass disculpa las veleidades nazis del joven que fue, lo que inicialmente parecería una forma sutil de evadir la responsabilidad. No obstante, no se perdona a sí mismo, sin duda porque prefirió ocultar lo protagonizado casi inconscientemente por aquel niño.

En este sentido, cabe detenerse a considerar que tanto como de cobarde tuvo la actitud de esconder durante tantísimo tiempo ese pasado por una genuina vergüenza (olvidándose de la que corresponde por denunciar de otros lo que ocultaba de sí mismo), lo tiene de valeroso, por mucho que la edad y la posición ayuden, ahora sí, el reconocimiento paladino de la culpa, con todo el abrumador peso de la carga que da una sinceridad a prueba de disculpas y pretextos, con una cruda severidad ante la que no hay apelación posible. Un descreído muy cristiano, o con mucha conciencia. Aquí es cuando uno no deja de pensar en lo más obvio, que somos humanos.

En definitiva, en este libro Günter Grass descarga su conciencia ante sí mismo, ante su público y ante la sociedad entera, incluidos sus detractores y todos aquellos ofendidos por él, con o sin razón, ventajista o hipócritamente. Difícilmente, pues, esta rendición de cuentas puede ser interpretada como un acto de oportunismo para vender más ejemplares.

Las memorias de Grass también permiten vislumbrar las enormes penurias que supuso la posguerra, el paisaje de fondo repleto de ruinas y cenizas, la gran herida dejada por la venganza sobre la población civil alemana al final de la guerra, en especial dirigida hacia las mujeres, los efectos del cambio de fronteras acompañados de los consiguientes desplazamientos de población...

En este volumen, que recorre los años que van de su infancia a 1959, cuando se publica El tambor de hojalata que le consagró como un escritor de nombradía, hay muchísimo más y excelentemente bien contado por un exquisito escritor que es un experto en destripar la existencia y moldear la prosa rebuscando en las formas para dar vida a las personas y sus trayectorias, como hizo en sus prácticas como escultor y dibujante, cuando, al poco de acabar la guerra, revelándose contra un futuro menesteroso de trabajador en las minas, quiso encauzar su vocación como artista por el camino de la primera disciplina, lo que le llevó primero a la práctica de la cantería y más tarde a las escuelas de bellas artes, para poco a poco irse decantando, promediados los cincuenta, por la escritura, primero ya precozmente desde la poesía y más tarde a través de la prosa.

Antes de ese colofón que le catapultó, cuyo inicio tuvo lugar en París hacia 1956-57, acumuló mucha experiencia vital, viajes, relaciones personales, amorosas, matrimonio, hijos gemelos, aficiones, amigos, exposiciones como escultor y dibujante, primeras tentativas literarias revalidadas ante el Grupo 47... Todo un bagaje que tenía que verter junto a aquel otro constituido por la pesada y angustiosa sombra de “la masa de sedimentos del pasado alemán” (p. 435) que constituye la argamasa de su novela cenital y quizá la veta principal del conjunto de su obra.

Las memorias de Grass también permiten vislumbrar las enormes penurias que supuso la posguerra, el paisaje de fondo repleto de ruinas y cenizas, la gran herida dejada por la venganza sobre la población civil alemana al final de la guerra, en especial dirigida hacia las mujeres, los efectos del cambio de fronteras acompañados de los consiguientes desplazamientos de población, los balbuceos de la recuperación económica, el inmediato rebrote de la vida cultural y el rápido olvido general de la conflagración bélica y las matanzas (nadie hablará de Auschwitz y su significado hasta mucho después). En resumen, una gran obra, de deslumbrante escritura, viva, palpitante, polémica, dolorosa, pesimista (es Grass; es un alemán de su época) y descorazonadora, como la vida misma. Por eso resulta tan soberanamente estúpido emplear la memoria histórica, un concepto de por sí carente de fundamento, como arma arrojadiza.