Carlos Robredo Hernández-Coronado: "Cuentos que nadie me contó" (2003)

Carlos Robredo Hernández-Coronado: "Cuentos que nadie me contó" (2003)

    NOMBRE
Carlos Robredo Hernández-Coronado

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Madrid, 1949

    CURRICULUM
Profesor Mercantil y Asesor de Empresas. Tras 50 años de residencia en Barcelona, se trasladó a El Burgo de Osma. Libros: De los vivos y las muertes (1999) y Cuentos que nadie me contó (2003). A juicio del poeta Daniel Ríu: “Se da en la obra de Carlos Robredo, una fantasía de lo posible que no nos aleja de lo real, tan sólo lo embellece, sin ocultarlo". Para la escritora Isabel Soler los cuento de Carlos Robredo son "historias cortas e intensas, tintadas de locura creativa".



Carlos Robredo Hernández-Coronado: "De los vivos y las muertes" (1999)

Carlos Robredo Hernández-Coronado: "De los vivos y las muertes" (1999)

Carlos Robredo Hernández-Coronado (crobredohc@islabahia.com)

Carlos Robredo Hernández-Coronado (crobredohc@islabahia.com)


Creación/Creación
Simetrías y equidistancias
Por Carlos Robredo Hernández-Coronado, martes, 1 de mayo de 2007
Hoy estoy contento. Sé que ya he superado y, por tanto, curado mi manía por las simetrías.
Antes, hasta no hace mucho, me obsesionaba por mantener las cosas centradas, me veía obligado a situarlas a la misma distancia de algo, tanto a su derecha como a su izquierda; Si miraba a un árbol, éste debía estar exactamente en el centro de la distancia que hubiese entre, por ejemplo, dos edificios. Si lo que observaba era un edificio, al mirar su tejado, debía estar justo a la misma distancia de dos nubes que me preocupaba por buscar en el ancho cielo. Botellas, cubiertos, personas, la portería de una casa, cualquier cosa era susceptible de ser centrada. A veces, me bastaba con guiñar un ojo. Todos tenemos un ojo dominante, lo descubrí ejercitándome. Prueben a mirar a un objeto, sitúenlo frente a otro y proyecten sus ojos al que está detrás, mírenlo con los dos ojos abiertos y, luego, cierren uno y otro alternativamente, verán que el objeto situado delante se desplaza al guiñar uno de los dos y que al guiñar el otro no lo hace. De esta forma, con este simple ejercicio de guiños, conseguía las equidistancias de una forma sencilla y fácil. Centrar un coche al pasar era muy atractivo, aunque algo más difícil. Los objetos, personas o cosas en movimiento, me planteaban muchos problemas, pero debo decir que, a pesar de ello, siempre lo conseguía, bastaba con que el movimiento de mi cabeza fuese acompasado con la velocidad del objeto que, aún moviéndose, tenía que fijar en el centro de algo. (Aceptarán que es una aplicación muy práctica de las teorías de Einstein). Era un instante, escasas fracciones de milésimas de segundo, pero en ese momento, cuando conseguía situar el objeto en el centro de las referencias escogidas, cerraba los ojos rápido, como haría usted mismo ante un fogonazo o destello inesperado y con ello, con ese cerrar de los ojos, rompía la escena y no volvía a abrirlos sin antes hacer un leve movimiento de mi cabeza que llevaba a desviar la dirección de los ojos a otro lugar, lejos del objeto ya centrado, para evitar verlo de nuevo descentrado. Me pasaba el día buscando iguales, dos árboles que centraban a una persona, dos semáforos que centraban una plaza, dos pájaros equidistantes de una miga de pan, o dos migas de pan simétricas a los lados de un pájaro. Imaginen lo que quieran, yo lo centraba.

Una vez, una mujer no se dejó centrar. Andaba a una velocidad tal, que me resultaba imposible situarla entre dos de algo. La seguí, seguí buscando parejas de plantas, de gentes, de edificios, de coches, de guardias municipales, de contenedores de basura. Nada. Era imposible situarla entre todas aquellas cosas que previamente conseguía emparejar. La seguí todo el día, la esperé a la puerta del supermercado, volví a esperarla a la salida del colegio, supongo que de sus hijos pues al rato apareció con dos niños de corta edad a los que llevaba cogidos de la mano. La seguí hasta su casa, esperé y salió sola. Se hacía de noche y seguía siguiéndola. Oscureció del todo y mi afán por equidistarla con algo, sin conseguirlo, me ponía muy nervioso. Una hora después, en una calle oscura, la maté.

Dicen que es normal que los asesinos busquemos en la prensa las noticias que comentan lo que hicimos. Queremos saber si nos califican de dementes, paranoicos o degenerados. Yo no soy nada de eso pero me interesaba saber lo que decían de mí. Encontré la noticia y creí volverme loco. Según afirmaba el cronista, el asesinato estaba injustificado, sin móvil. Aquella mujer era una insulsa, de vida vulgar y que jamás había sobresalido por nada. Otra cosa muy diferente era su hermana gemela con la que, al parecer, la había confundido el asesino, o sea, yo. Su hermana, la gemela, era una activista sindical de sobras conocida en ambientes revolucionarios y fichada por la policía. Suponían, en la redacción del periódico, que un error al identificar a la víctima, había llevado al asesino a acabar con la vida de tan insignificante mujer. Tiré el diario y comencé a correr. En mi imparable carrera me topaba con la gente, abordaba los pasos de peatones saltándome los semáforos en rojo, ignoraba el estruendo de las bocinas que me pitaban y, sin saber por que calles pasé, llegué a mi casa. Me dejé caer en el sofá con la botella de güisqui en las manos y, tal era mi obsesión por las simetrías que, antes de vaciarla, me propuse enmendar el error.

Durante días abandoné mis ocupaciones y mis ejercicios de simetrías, sólo tenía un objetivo: Localizar a la gemela. Debía encontrarla y subsanar el error.
Acudí a las hemerotecas, visité los archivos de los periódicos y, a través de un buen amigo, contacté con la policía, lo que me permitió tener acceso a sus ficheros. Fotocopié noticias, expedientes y fotografías, sobre todo las fotografías en las que la activista aparecía encabezando manifestaciones, portando pancartas con lemas subversivos y, en alguna ocasión, detenida y esposada. Con todo ello localicé su domicilio. Eso sí que me costó. Este tipo de gente cambia constantemente de escondite y suelen dejar pocas pistas que les delaten, pero yo fui afortunado, diría que más afortunado que los cuerpos de seguridad pues, en apenas dos semanas, la había encontrado. A partir de ese momento empezó lo peor. Fueron jornadas frenéticas. Tuve que seguirla noche y día, acosarla en todos sus desplazamientos: igual acudía a la universidad, como se reunía con melenudos extraños en locales camuflados. Igual vestía elegantemente, como se ponía, simulando mala pinta, unos chales o ponchos viejos y caducos. Lo que nunca abandonaba, fuera cual fuese su atavío, era la mochila, y jamás supe qué guardaba en ella con tanto celo. Si entraba en un bar la dejaba sobre sus rodillas, en el metro, o andando por la calle, la colgaba de su cuello, por delante, y mantenía una de sus manos asida a la correa como en un apretado abrazo.

Días después, en la cárcel, también leí todas las crónicas y reseñas, y me vino muy bien pues apenas recordaba lo que hice de tan obsesionado como estaba por equidistarlas.

Dicho sea de paso, la culpa no fue mía, fue la revolucionaria la que me llevó, aún sin saberlo, a matar primero a su hermana y luego a ella. Si se hubiese comportado como una hermana normal, si alguna vez hubiesen salido juntas, si, en pareja hubieran ido de compras, o a recoger a los niños al colegio, si hubiera hecho las cosas que se hacen con una hermana gemela, yo las hubiese equidistado sin problemas, pero no, tenía que ser distinta, independiente y escurridiza, así que, yo no tuve la culpa.

Como decía, leí todos los periódicos que llegaban a la cárcel y por ellos supe que la ataqué de frente, a cara descubierta, a la salida de una reunión clandestina en la que preparaba un acto que tendría enorme repercusión política y eso, al menos, puso a la justicia de mi parte, pero los periódicos exageraron, no me creo capaz de haberle asestado treinta y dos puñaladas en el pecho como dijeron, no soy tan bestia, seguro que no fueron más de diez o doce. Hoy, ese detalle no tiene importancia, lo verdaderamente importante es que las maté por una cuestión de simetrías pero, de eso, ya estoy curado.

Ahora me entretengo con otras cosas.