Clint Eastwood: "Cartas desde Iwo Jima" (2006)

Clint Eastwood: "Cartas desde Iwo Jima" (2006)

    GÉNERO
CINE

    TEMA
Crítica de la película "Cartas desde Iwo Jima", de Clint Eastwood (por Juan Antonio González Fuentes)

    OTROS DATOS
País: USA.
Año: 2006.
Duración: 140 min.
Reparto: Ken Watanabe (general Tadamichi Kuribayashi), Kazunari Ninomiya (Saigo), Tsuyoshi Ihara (barón Nishi), Ryo Kase (Shimizu), Shidou Nakamura (teniente Ito), Nae (Hanako), Hiroshi Watanabe (teniente Fujita).
Guión: Iris Yamashita y Paul Haggis.
Fotografía: Tom Stern.
Montaje: Joel Cox y Gary D. Roach.
Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens.
Vestuario: Deborah Hopper.

















Magazine/Cine y otras artes
Crítica de la película "Cartas desde Iwo Jima", de Clint Eastwood
Por Juan Antonio González Fuentes, miércoles, 28 de febrero de 2007
Supongo a los lectores al tanto de que Cartas desde Iwo Jima, la última película del maestro Clint Eastwood, forma pareja casi indisociable con la anterior, Banderas de nuestros padres, y que juntas conforman la compleja visión reflexiva que el veterano director norteamericano ha lanzado sobre la célebre batalla de Iwo Jima, tomando ésta como símbolo o encarnadura de todas las guerras de nuestra contemporaneidad histórica.
Narrada con un pulso mucho más clásico y tradicional que la anterior, Cartas desde Iwo Jima presenta la visión japonesa de la batalla que tuvo lugar en aquella isla del Pacífico ya muy avanzada la II Guerra Mundial, y que permitió a los norteamericanos controlar el acceso directo a las ciudades más importantes de Japón.

Si la primera película, Banderas de nuestros padres, ofrecía la visión del lado norteamericano de la batalla como uno más de los tres o cuatro asuntos principales tratados en la cinta (y que ya fueron analizados en una anterior entrega crítica -- ver link--), Cartas desde Iwo Jima se centra exclusivamente en los acontecimientos sucedidos durante la batalla, a excepción de unos pocos flash backs que le sirven a Eastwood para mostrarnos el efecto que la guerra estaba produciendo en la vida ordinaria y familiar japonesa de aquel periodo.

Ya hemos dicho que el trazo cinematográfico de Eastwood vuelve en esta película a ser de un cuidadoso clasicismo. Rodada en japonés y en un blanco y negro del que se escapan los colores, o en unos colores tapizados por el blanco y el negro, la historia da comienzo con un eficaz y muy inteligente flash back: unos arqueólogos japoneses buscan en la actualidad restos de la batalla en los túneles excavados por los soldados del ejército nipón en las montañas de la isla. Y enterradas en la tierra descubren guardadas en una especie de zurrón un montón de cartas escritas por los soldados a sus familias, muchas de ellas cartas de despedida, pues los soldados sabían cuando las escribieron que no iban a salir con vida de la defensa de la isla.
¿Qué lleva a un grupo de hombres a dejarse matar en una lucha que saben ya inútil y absurda? ¿Qué empuja al suicidio colectivo a hombres inteligentes, cultos y bien formados y adiestrados? Estas son las preguntas clave que se plantea Clint Eastwood a lo largo del metraje, y son, también, la que tienen dos solas respuestas: las convicciones y el amor

Viajamos entonces en el tiempo hasta el tiempo de la batalla poco antes de su inicio, es decir, justo cuando llega a la isla para dirigir la defensa japonesa el general Tadamichi Kuribayashi, interpretado de manera magistral por el actor Ken Watanabe. Kuribayashi fue un militar que amplió su formación profesional en escuelas norteamericanas, y en consecuencia sabía muy bien de las destrezas, potencialidades y capacidades militares de sus enemigos, y siempre supo que la defensa de la isla, una vez que el alto mando japonés le aseguró que no contaría jamás con ningún refuerzo, era una cuestión imposible de llevar a cabo más allá de un tiempo razonable.

Así todo, Kuribayashi cambió por completo las estrategias militares que sus predecesores había planteado, abandonó la defensa a ultranza de las playas y concentró toda su capacidad de fuego en las montañas, a las que logró convertir en auténticas fortalezas naturales, llenas de túneles y trincheras. El resultado fue excepcional, pues la defensa de la isla se prolongó en el tiempo mucho más allá de lo razonable, tendiendo en cuenta la ausencia de refuerzos y la carencia de recursos (agua, alimentos, munición, combustible, armas). Pero el final fue el previsible: la isla fue conquistada por los marines norteamericanos y los soldados japoneses defensores fueron prácticamente aniquilados en su totalidad. Con Iwo Jima conquistada, las puertas directas a las islas mayores que conforman el Japón quedaban abiertas, y la guerra en el Pacífico quedó prácticamente decidida a favor de los aliados. El lanzamiento de las bombas atómicas sólo aceleraron drásticamente el proceso.

¿Qué lleva a un grupo de hombres a dejarse matar en una lucha que saben ya inútil y absurda? ¿Qué empuja al suicidio colectivo a hombres inteligentes, cultos y bien formados y adiestrados? Estas son las preguntas clave que se plantea Clint Eastwood a lo largo del metraje, y son, también, la que tienen dos solas respuestas: las convicciones y el amor.
El amor a su país es lo que hace que esos soldados japoneses se sacrifiquen hasta el final. Pero, insisto, no a la abstracción que evocan los términos país o nación, si no a aquello que materializa en cada ser humano lo que en primera instancia y de verdad es su país: su mujer, su madre, sus hijos, su familia, sus amigos, es decir, todos aquellos a los que estaban destinadas las cartas escritas en Iwo Jima

El amor es la menos equívoca de las respuestas y es la que les une paradójicamente a sus enemigos (en este caso los norteamericanos), la que les hace a todos iguales como seres humanos, japoneses/americanos, aunque enfrentados en los dos lados distintos de la misma batalla. Esta idea la sabe expresar Eastwood con perfección en la escena maravillosa en la que un oficial japonés lee la carta escrita por la madre de un soldado americano capturado por ellos y muerto en los túneles. Una carta en la que la madre americana cuenta las mismas cosas y preocupaciones que hubiera contado una madre japonesa.

El amor a su país es lo que hace que esos soldados japoneses se sacrifiquen hasta el final. Pero, insisto, no a la abstracción que evocan los términos país o nación, si no a aquello que materializa en cada ser humano lo que en primera instancia y de verdad es su país: su mujer, su madre, sus hijos, su familia, sus amigos, es decir, todos aquellos a los que estaban destinadas las cartas escritas en Iwo Jima, las cartas que encerraban en sus líneas el pulso humano de amor hacia los otros (la patria verdadera), y que fueron enterradas en lo profundo de una cueva para que no cayeran en manos del enemigo. La isla que formaba parte del territorio japonés cayó en poder del enemigo, pero la patria verdadera, la que estaba encerrada en las líneas escritas en un papel metido en un sobre, esa no cayó jamás, y no lo hizo por el sacrificio íntimo de los soldados.

La otra respuesta sí es mucho más equívoca y determinantemente política: las convicciones. En otra secuencia formidable, vemos a Kuribayashi al final de su estancia en los EE.UU. Los que no tardarán en ser sus enemigos le ofrecen una comida de homenaje y despedida, y entre regalos, sonrisas y abrazos, una norteamericana le pregunta a Kuribayashi si estaría dispuesto a matar a su marido en caso de guerra entre Japón y los EE.UU. Kuribayashi no duda, y asegura que de darse el caso haría lo que le dictasen sus convicciones, y sus convicciones siempre serán las del Emperador, las del Imperio Japonés, dado que ni existen ni caben otras.

Esta apelación del general nipón a la existencia de unas convicciones no estrictamente personales, a unas convicciones abstractas surgidas de una entidad imperial y divina por encima de los individuos y que exige además obediencia ciega, es lo que subraya Eastwood de manera sutil a lo largo de toda su película, y es en última instancia una de las razones principales de la debacle final japonesa, lo que les hace en principio más fuertes y sólidos que los norteamericanos, pero a largo plazo más débiles y vulnerables.

Así, en Cartas desde Iwo Jima Eastwood certifica que la guerra es el horror institucionalizado y con cargo a los presupuestos; que los seres humanos, sin distinción de razas y creencias, sólo somos capaces de luchar y entregar la propia vida por amor a los nuestros; y que el abrazo acrítico a unas convicciones sobrevenidas nos puede hacer fuertes a corto plazo, pero invariablemente nos llevará al desastre con el lento y tozudo transcurrir del tiempo.

Hermosa película Cartas desde Iwo Jima, mucho menos confusa y quizá menos interesante desde un punto de vista conceptual que la anterior, pero también más depurada, más enteca, más poética en su concepción global, más sólida en su resolución final. Un gran trabajo que sólo hace que Eastwood suba un peldaño más en la escalera de los grandes directores de cine norteamericanos de las últimas tres décadas.