Imagen del boicot al discurso institucional del presidente Fox

Imagen del boicot al discurso institucional del presidente Fox



Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

Carlos Malamud es profesor Titular de Historia de América Latina de la UNED e investigador principal del Real Instituto Elcano

Andrés Manuel López Obrador

Andrés Manuel López Obrador

Felipe Calderón Hinojosa

Felipe Calderón Hinojosa

Vicente Fox

Vicente Fox


Análisis/Política y sociedad latinoamericana
¿Tiene razón López Obrador?
Por Carlos Malamud, martes, 5 de septiembre de 2006
Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el derrotado candidato de la coalición Por el Bien de Todos, dirigida por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), volvió a subir su apuesta contra el sistema político mexicano al ordenar a sus huestes parlamentarias boicotear el discurso institucional del presidente Fox ante el Congreso nacional. Frente a este hecho encontramos análisis contradictorios: por un lado, se vaticina el principio del fin del movimiento de protesta, por el otro, se nos presenta un escenario marcado por la confrontación política y por la ingobernabilidad.
Una vez más se ha puesto de manifiesto el carácter mesiánico del líder de la Coalición por el Bien de Todos. Después de mandar “al diablo a las instituciones”, López Obrador reconoció la labor de sus legisladores en el boicoteo presidencial y aseguró: "Todos sabíamos que iban a estar a la altura de las circunstancias, que iban a actuar con dignidad y con decoro". Por eso, ante tanta convicción en las palabras del líder, ante tanta certeza ante la dirección de sus actos, deberíamos detenernos por un instante y preguntarnos ¿y si López Obrador tiene razón?, ¿y si hubo ese fraude masivo que señalan las denuncias perredistas?

Asumamos momentáneamente que sí, que López Obrador tiene razón y que hubo fraude y que él debería ser el legítimo presidente electo de México. Pero el análisis no debería quedarse ahí y, ya comenzado, debería seguir inquiriendo cuál es la legitimidad que tiene para autoproclamarse máximo dirigente de una revolución pacífica y popular que haga retornar a México a la pureza de las verdaderas instituciones republicanas. Al igual que en el siglo XIX, las revoluciones de ahora, como las de entonces, miran en dirección a un pasado que nunca existió pero que sirve una y otra vez para alimentar unos sueños que impulsen la transformación política. El mismo nombre de la coalición electoral que armó para presentarse a las elecciones, Por el Bien de Todos, muestra el espíritu mesiánico y populista de su impulsor, que de este modo pretende identificarse con México. Todos sus actos son por el bien de todos los mexicanos y los actos de sus rivales no sólo son en su contra sino contrarios al bien de la patria.
Ocurre con el fraude electoral, que es tan antiguo como los propios comicios, que todos lo practican pero sólo los perdedores lo denuncian

López Obrador y los más radicales de sus seguidores dicen que hubo fraude. En realidad, en la historia electoral fraude y elecciones son dos componentes del mismo binomio. Lo que ocurre con el fraude electoral, que es tan antiguo como los propios comicios, es que todos lo practican pero sólo los perdedores lo denuncian. Con todo, el principal problema del fraude es definirlo: ¿qué es el fraude?, y a partir de allí también hay otras preguntas relevantes, como, ¿en qué momento del proceso electoral se realiza el fraude?, ¿quiénes lo practican?, y, ¿la existencia del fraude es clave para ganar una elección o sólo sirve para estimular la participación de los leales?

El fraude puede desarrollarse antes de la campaña electoral, en el momento de inscribir a los votantes en el padrón. Así, quienes controlaban el proceso podían potenciar la presencia de votantes propios y la exclusión de los contrarios. Sin embargo, la existencia del IFE (Instituto Federal Electoral) y sus célebres “candados” ha permitido que esta parte del proceso fuera clara y transparente. De este modo, se ha evitado, dentro de límites razonables (siempre hay margen de maniobra para la picaresca) que los muertos votaran o que aquellos más entusiastas de la democracia acudieran a votar en distintas (o la misma) casillas (mesas) durante la jornada electoral. Aquí tenemos otro momento clave del fraude, la jornada electoral, y para poder ejercerlo es capital el control de las mesas electorales y la ausencia de representantes de los partidos rivales durante el desarrollo de la votación. En México, el sistema es fiable, son los ciudadanos quienes dirigen el proceso electoral y hay suficientes representantes partidarios, en función, eso sí, del tamaño de los partidos, de su implantación territorial y de su capacidad de movilización.
En el caso de existir, el fraude hubiera sido el resultado de una conspiración muy bien montada, probablemente la “madre de todas las conspiraciones”

Por último, el escrutinio es otro momento en el cual el fraude sería posible. Éste es uno de los ejes de la denuncia del PRD y de ahí su intento de recontar “casilla a casilla” y “voto a voto”. Más allá de la congruencia existente entre las cifras del IFE y de los conteos a pie de urna durante la jornada electoral con el escrutinio definitivo, el recuento ordenado por el Tribunal Federal Electoral de casi un 10% de las casillas, representativas de la tendencia general, muestra lo errado de la acusación. Las coincidencias son demasiadas y se expresan en momentos y lugares muy distintos y, en el caso de existir, el fraude hubiera sido el resultado de una conspiración muy bien montada, probablemente la “madre de todas las conspiraciones”. En Chiapas, el candidato del PRD acaba de ganar la gobernación por un margen todavía más escaso que en la elección presidencial. ¿También aquí hubo fraude, aunque beneficiando a los contrarios, o, por el contrario, en este caso las instituciones funcionaron eficazmente?

Las protestas de López Obrador hablan de una “elección de Estado”, una elección teledirigida desde el poder con el fin de evitar la alternancia. De ahí que insista en las presiones del gobierno federal, en el manejo discrecional de fondos asistenciales, en la publicidad desmedida, etc. Sin embargo, AMLO olvida que el PRD también es Estado, que él era el regente del Distrito Federal, que hay varios estados con gobernadores de su partido. Esto recuerda lo que decía más arriba: todos practican el fraude pero sólo quienes pierden lo denuncian y explica que todavía en mayo, cuando López Obrador todavía encabezaba las encuestas, repitiera una vez más que la campaña electoral se estaba celebrando según las normas y que él reconocería el resultado de la elección. No fue así. Perdió y se lanzó a un cuestionamiento frontal de su resultado y de las instituciones.
Para hacer la revolución o, incluso, para refundar la República, hacen falta amplias mayorías sociales y un importante consenso popular y eso es, precisamente, lo que le falta a López Obrador

Intentando parangonar la revolución naranja en Ucrania, o inclusive a la revolución de terciopelo en la extinta Checoslovaquia, López Obrador sacó a sus huestes a la calle casi de inmediato. La acampada en el Zócalo de Ciudad de México debería servir para reforzar su posición. Sin embargo esto no ha sido así, ya que como muestran las encuestas e inclusive el respaldo popular a las movilizaciones de protesta, su movimiento ha ido perdiendo fuelle con el correr de los días. Si hoy se repitieran las elecciones Calderón le ganaría por más de 10 puntos de diferencia. En la campaña electoral López Obrador cometió dos errores garrafales: no asistir al primer debate en televisión, mostrando una excesiva soberbia, e insultar al presidente, a la institución presidencial, en un país tan presidencialista como México. Con su protesta parlamentaria ha vuelto a tropezar en la misma piedra y habrá que ver ahora cómo el pueblo mexicano le pasa factura.

En la asamblea informativa celebrada con sus seguidores después del plantón al presidente, López Obrador subrayó que sus adversarios "están acostumbrados a la cooptación, a la compra de conciencias, a la compra de lealtades", pero ha quedado de manifiesto "que si no transamos, si no entramos en el juego de ellos, y ponemos por encima de los intereses personales, de los intereses de grupo, de los intereses de partido inclusive, el interés general, vamos a triunfar". Reiteró que el movimiento continuará, y que "es natural que vamos hacia delante, que no nos vamos a detener ni vamos a cambiar el rumbo. Vamos a la transformación de nuestro país, vamos a refundar la República". Para hacer la revolución o, incluso, para refundar la República, hacen falta amplias mayorías sociales e incluso un importante consenso popular y eso es, precisamente lo que le falta a López Obrador. AMLO se olvida que sólo obtuvo el respaldo de la tercera parte de los mexicanos y que, incluso, en el caso de haber ganado lo hubiera hecho por un estrecho margen y sólo con el voto de la tercera parte de los mexicanos. Carece, por tanto, del respaldo de al menos las dos terceras partes restantes y sin ellas la refundación republicano sólo seguirá siendo el sueño de un espíritu voluble, caprichoso y populista.