Bernabé Sarabia es Catedrático de Sociología de la Universidad Pública de Navarra

Bernabé Sarabia es Catedrático de Sociología de la Universidad Pública de Navarra


Tribuna/Tribuna libre
Estampas de incultura
Por Bernabé Sarabia, jueves, 6 de julio de 2006
Para muchos españoles la cultura sobra. El sábado pasado me fui a la hora del aperitivo a la piscina de mayores del Club de Campo de Madrid. Es un lugar único para quienes pasamos el verano en la capital. Tiene dos piscinas rodeadas de espesa hierba, árboles centenarios y un bar que desde que lo lleva Arturo ha mejorado mucho. La paella de los domingos es más que buena y la cerveza Mahou de grifo es densa y siempre está fría.
Al salir del vestuario, iba distraído con mis periódicos, veo a un abogado al que conozco desde años –aunque no le trato- con su ABC debajo del brazo. No es un abogado cualquiera. Jubilado, setenta y dos años, monárquico de don Juan primero y después juancarlista de toda la vida, jugador de golf, millonario porque sus padres nacieron antes que él, divorciado de una alta ejecutiva vasca de las editoriales Alianza y Taurus y padre de dos hijos, entre otras muchas cosas que ahora no vienen al caso.

Pues bien, sale este españolito de los vestuarios, dobla a la derecha para acomodarse en una de las mesas del bar de la piscina grande y al pasar junto a una papelera, se detiene, sujeta el ABC con al izquierda y con la derecha saca el cuadernillo de “El Cultural” de los sábados y lo tira a la papelera. ¡Sin mirarlo! Un tipo con idiomas, viajado, asesor en su día del Urquijo, uno de los bancos españoles de elite. El banco que bajo el mando de Juan Lladó protegió a Zubiri y a otros muchos prohombres de la cultura española.
Basta observar la realidad cotidiana con un poco de mimo para percibir la despreocupación española por la cultura

Tira el suplemento cultural y mientras le mira el culo a las señoras pide un vermut y abre el periódico con la seguridad que en el Club de Campo de Madrid tienen los viejos socios, los que habían pagado una substantiva entrada y ya eran miembros antes de que siendo alcalde Tierno Galván decidiera municipalizarlo, suprimir la cuota de entrada y abrir un sitio maravilloso a las clases medias, las que en definitiva sostenemos y sufrimos España.

Se me podrá decir que es un ejemplo aislado, cierto, pero basta observar la realidad cotidiana con un poco de mimo para percibir la despreocupación española por la cultura. Sería una despreocupación generalizada si no fuera por los nacionalismos catalán y vasco. Son los únicos –los gallegos van en la misma dirección pero con un retraso considerable- que han percibido la importancia política de la cultura. El gobierno de Aznar mezcló educación, cultura y deporte en un solo ministerio que, por cierto, estaba volcado sobre todo en la reforma educativa ¿Recuerdan lo que se hizo en Cultura entre 2000 y 2004, aparte de darle el premio Cervantes a un Francisco Umbral decrépito?

El franquismo fue una catástrofe para la cultura, eso es algo evidente y está bien documentado, pero el problema es complejo y viene de antes. La moda intelectual de ahora es volver la vista a la República para encontrar en su reconstrucción la panacea a los males de la España actual. Como muestra vale un botón. Léase a José-Carlos Mainer, que acaba de publicar Años de vísperas. La vida de la cultura en España (1931-1932) (Espasa, 2006). Pese a que el autor se empeña con militancia ideológica en mostrar el lado brillante de la vida cultural en la República, lo cierto es que no lo consigue. La cultura en la República fue más ruido que nueces, demasiada pirotecnia levantina. Los Picasso, Ortega y Gasset, Dalí, Juan Ramón y un largo etcétera no son producto ni de la atmósfera cultural de la República ni de lo que algunos denominan “cultura de Estado”.
En un momento de cambio tan gigantesco como el que atraviesa España, en un momento en el que la modernidad se acaba, en un momento en el que la gente ya no se cree las promesas de las viejas ideologías, la importancia de la cultura es determinante

Quien sí cree en la importancia de la cultura es Zygmunt Bauman (véase la recensión en este mismo número de Ojos de Papel). Su trabajo está articulado en torno a tres ejes: cultura, capacidad de elección del ser humano y pensamiento sociológico. Bauman entiende la cultura como un proceso a través del cual las personas crean orden y sentido en un proceso activo de construcción del mundo. Sus textos sobre la cultura arrancan en 1973 cuando publica Culture as Praxis. En esta obra afirma que no es posible la sociedad sin cultura. Nótese la importancia de esta afirmación, sobre todo cuando en España se ha tenido que sufrir a una inmensa patulea de profesores-predicadores del marxismo/estructuralismo que han estado predicando durante décadas en las aulas universitarias justamente lo contrario: la cultura depende de la sociedad. Conviene recordar que muchos siguen ahí disfrazados de feministas, verdes o de cualquier otra cosa.

Bien es verdad que el Bauman de 1973 concibe la cultura impregnada todavía de un considerable mecanicismo, pues para él la cultura tiene el papel principal en la transformación –progreso- del mundo. Casi veinte años después, en 1992, sale a la calle su Mortality, Inmortality and Other Life Strategies. En ese texto la cultura ya no sólo es algo destinado a facilitar la vida de las personas. La cultura es también la posibilidad de escapar de la muerte. La posibilidad de trascender las limitaciones biológicas.

Transformación del mundo y capacidad para trascender los límites de la vida individual y social, ese es nada más y nada menos el papel que Bauman asigna a la cultura. A partir de ahí irá construyendo un significado cada vez más amplio y complejo del término cultura. De este modo, el proceso cultural es el encargado de estructurar la vida social. La cultura define los límites que cada comunidad traza para diferenciarse de las demás, para establecer su propia identidad y, por tanto, para determinar quiénes son los otros, los que no son ellos.

En un momento de cambio tan gigantesco como el que atraviesa España, en un momento en el que la modernidad se acaba, en un momento en el que la gente ya no se cree las promesas de las viejas ideologías, la importancia de la cultura es determinante. ¿Podrán entenderlo los que tiran los suplementos culturales de los periódicos?