Andrés Soria Olmedo es catedrático de Literatura Española de la Universidad de Granada y colegial del Real Colegio de España en Bolonia. Ha sido investigador visitante en la Universidad de Harvard y profesor visitante en UCLA

Andrés Soria Olmedo es catedrático de Literatura Española de la Universidad de Granada y colegial del Real Colegio de España en Bolonia. Ha sido investigador visitante en la Universidad de Harvard y profesor visitante en UCLA



"Humanism and Democratic Criticism" (Nueva York, Columbia University Press, 2004)

"Humanism and Democratic Criticism" (Nueva York, Columbia University Press, 2004)

Edward W. Said

Edward W. Said


Tribuna/Tribuna internacional
El humanista Said (*)
Por Andrés Soria Olmedo, lunes, 6 de febrero de 2006
El último libro (**) que completó Edward Said (1935-2003) es un conjunto de lecciones dictadas en su Universidad, la Universidad de Columbia (2000) y después del 11 de septiembre de 2001, en la de Cambridge. Se agrupan bajo el título de Humanismo y crítica democrática. Tratan sobre historia y crítica de la literatura, con perspectiva de comparatista, es decir, sobre lo que ha sido su oficio, desempeñado egregiamente durante cuarenta años. Hay otros Said, quizá más conocidos, el defensor de los derechos humanos y civiles del pueblo palestino, el pianista y gran crítico de la música clásica occidental. No son separables (de ahí la herencia viva y prometedora de la Fundación Barenboim-Said, radicada en Andalucía), pero tampoco forman una amalgama. Said mantuvo cada una de esas posiciones en su coherencia propia, introduciendo una diferencia específica que convertía su actuación en decisiva en cada caso.
En esta ocasión, sus reflexiones adquieren un valor moral, que afecta por lo pronto a elevar la moral de la tropa de los docentes de la literatura, que no es poco numerosa ni está poco maltratada, aunque sólo sea confirmando a muchos en la fe en el valor capital de la lectura y en que el viejo entrenamiento filológico que recibieron con más o menos provecho no iba tan descaminado como siguen creyendo los legisladores (para la enseñanza media) y algunos alegres teóricos (para la Universidad) . Pero conviene refrenar la hispánica tendencia al arbitrismo. El libro de Said interpela a todos los que fungen de “escritores públicos”, intelectuales en el grado que sea y en el sentido que acaba de elucidar Santos Juliá en su Historias de las dos Españas (2004). De hecho, el quinto y último capítulo del libro aborda “el papel público de escritores e intelectuales”, como conclusión derivada de las cuestiones que analiza en los cuatro anteriores, más ceñidos al ámbito de los estudios literarios.

Es importante el lugar desde el que argumenta: el de un distinguido profesor norteamericano que habla desde el centro de la tradición del humanismo norteamericano y al mismo tiempo es palestino, gran conocedor de otra cultura, la árabe-islamica, y justamente famoso por haber desvelado los mecanismos ideológicos del acercamiento occidental a Oriente (1978) . Es importante también el tiempo en que habla: después del 11-S, a sabiendas de ser una de las pocas voces audibles en ese contexto, y cerca del término de una larga enfermedad (véase su autobiografía, Out of Place (2001).

Dado que una de las insistencias del crítico es estar alerta a la mundanidad- su ensayo sobre El mundo, el texto y el crítico es de 1983 (aunque se haya traducido en español veinte años más tarde) el lugar y el momento son elocuentes. Sin exagerar el patetismo, diríamos que es un tozudo testamento y un aviso a los que venimos después.
La clave es la crítica. Sin dejar de creer en la productividad de sentido de las grandes obras literarias de Occidente, analiza los cambios surgidos en la tradición del Humanismo americano desde la II Guerra Mundial

Said se abre de capa con el concepto más trillado y devaluado desde su acuñación en el siglo XIX, el concepto de humanismo; (como se sabe, todos los partidos de derechas en occidente remiten su ideario, caso de ser interrogados, al “humanismo cristiano”). Una de sus ramas es el Humanismo Americano, que arranca de Emerson y cristaliza en las grandes universidades norteamericanas como patrón de los estudios. Como todos los educandos de aquel país, Said (de Harvard) se afilia a ese patrón y rinde un sutil homenaje a sus maestros en Columbia (Lionel Trilling, Paul Oskar Kristeller entre muchos); homenaje sutil porque consiste en denunciar las deficiencias de esa tradición y proponer las vías de continuidad.

Homenaje tanto más arriesgado porque Said fue uno de los pioneros en el empleo del antihumanismo teórico, a la zaga de Foucault, para desvelar las falacias ideológicas de la mirada occidental sobre Oriente y sus implicaciones con los mecanismos del poder y la opresión. James Clifford se dio cuenta de ese pacto con el “esencialismo” y de la desconfianza ante los sistemas que determinan fatalmente la acción del sujeto, y Said lo reconoce. Pero observa también que nunca admitió la identificación entre humanismo y esencialismo, basándose con tenacidad en el primer principio del humanismo (se entiende mejor si uno se retrotrae a los orígenes, cuando se llamaba “studia humanitatis” y lo ejercían Lorenzo Valla o Erasmo, es decir, cuando el humanismo fue crítica, crítica de la teología y la escolástica, crítica del mundo viejo, medieval, a través, paradójicamente, del recurso a los textos antiguos, clásicos -léase con gusto y provecho El sueño del humanismo, de Francisco Rico, 1993) que Said encuentra en Giambattista Vico, heredero directo del sueño del humanismo. Vico rompe con toda concepción providencialista de la la historia y afirma que el mundo histórico lo hacen los hombres y las mujeres, y no Dios, y que podemos conocer las cosas por el modo en que han sido hechas. Ahora bien, ese principio secular (es decir humano, no determinado por lo divino) es también un principio trágico: Vico se da cuenta de que la naturaleza humana es “indefinida”, y en consecuencia Said deduce que el humanismo es siempre radicalmente incompleto, insuficiente, provisional y necesitado de la negociación incesante.
El instrumento de ese humanismo para resistir a esas lecturas generalizadoras es la filología. Es una apuesta notable. Naturalmente recurre al modelo del Nietzsche filólogo, que en su primera consideración intempestiva señaló la obligación de que la historia se pusiera al servicio de la vida y luego concibió la historia como un ejército móvil de metonimias y metáforas, es decir como un conjunto que debe ser descodificado incesantemente en sucesivos actos de lectura e interpretación encargados de hacer aflorar lo escondido y engañoso en lo escrito

Con esos aparejos, Said se enfrenta a las ideologías dominantes en el humanismo norteamericano, como el antimodernismo elitista de Allan Bloom (América ha caído en la frivolidad, sólo una élite educadísima puede salvarla) influido, quién lo diría, por la alergia de Ortega a la insolencia de las masas, o el canon restrictivo del otro Bloom, Harold, contraponiéndole el origen multicultural y multiétnico de los Estados Unidos, su tradición democrática y republicana de acogida y enriquecimiento por lo de fuera.

Sacándola de su cultura musical, Said elige la etimología de canon como forma de contrapunto en que unas voces imitan a otras expresando movimiento e invención, para rechazar cualquier idea de la historia que no sea autodefinición y disenso.

La clave es la crítica. Sin dejar de creer en la productividad de sentido de las grandes obras literarias de Occidente, analiza los cambios surgidos en la tradición del Humanismo americano desde la II Guerra Mundial. Uno de ellos deriva de la ayuda interesada que proporcionó la CIA a la retórica de la “libertad” como opuesta al “totalitarismo” (se remite a Frances Saunders), con sus secuelas de apoliticismo estético y especialización implícitamente eurocéntrica, masculina y regida por los géneros entendidos como arquetipos, cuyo poderoso monumento es Anatomía de la crítica de Northrop Frye (1957).

El poder de la estructura ideológica surgida con la retórica de la Guerra Fría, sin embargo, puede ser y ha sido sometida al escrutinio crítico, al entenderla no como una determinación fatal, sino como una dialéctica de opuestos, de antagonismo entre los condicionamientos socioeconómicos y la capacidad del humanismo para resistir a los clichés, a las ideas recibidas, una capacidad que reside en la originalidad de los escritores y la alerta de los críticos. Esa alerta ha modificado definitivamente la supremacía del eurocentrismo- que no es más que una ampliación del nacionalismo, una categoría alterada en todas partes por las migraciones- y ha inquietado para siempre toda idea de crítica que no implique mundanidad, el ya citado término que para Said quiere decir que todas las representaciones están ligadas al poder, la posición de clase y el interés, puesto que el ser determina la conciencia.
...la filología de Said se detiene en los cruciales movimientos de recepción y resistencia. Recepción es sumisión al texto y desde ahí, desde su lectura atenta, percepción de las situaciones históricas en que está inmerso y del modo en que ciertas estructuras de sentimiento y retórica enlazan con determinadas corrientes históricas y formulaciones sociales de sus contextos. Sólo así se accede a la red de relaciones que lo sustenta. Hay que ponerse- dice- en el punto de vista del autor, a sabiendas de que no puede ser soberano absoluto de lo que dice

En esa perspectiva, ligada al marxismo clásico, el humanismo se convierte en una forma de resistencia secular, que se opone al “multiculturalismo” como liberalismo cultural y a las grandes lecturas reductoras y vulgarizadoras del presente (“nosotros contra ellos”), explícitas en tres modelos especialmente mortíferos: el nacionalismo, el entusiasmo religioso de cualquier especie y la identidad ( aunque la postmodernidad haya comenzado a disolver esa identidad con mayúscula en las identidades de mujeres, homosexuales, Otros, cabe la posibilidad de que el modelo identitario se reproduzca dentro de los nuevos límites).

El instrumento de ese humanismo para resistir a esas lecturas generalizadoras es la filología. Es una apuesta notable. Naturalmente recurre al modelo del Nietzsche filólogo, que en su primera consideración intempestiva señaló la obligación de que la historia se pusiera al servicio de la vida y luego concibió la historia como un ejército móvil de metonimias y metáforas, es decir como un conjunto que debe ser descodificado incesantemente en sucesivos actos de lectura e interpretación encargados de hacer aflorar lo escondido y engañoso en lo escrito. Y al de Emerson, en la tradición norteamericana, para quien leer es oponerse a las convenciones del lenguaje. Por supuesto, la literatura proporciona el ejemplo más alto de las palabras en acción y es ahí donde debemos leer con la máxima atención y gratitud.

Nietzsche decía que filología es lectura lenta y Said nos advierte contra la premura en moverse desde la superficie del texto hacia “afirmaciones generales o incluso concretas sobre vastas estructuras de poder o sobre estructuras vagamente terapéuticas de redención salvadora”. Frente a esa tentación, la filología de Said se detiene en los cruciales movimientos de recepción y resistencia. Recepción es sumisión al texto y desde ahí, desde su lectura atenta, percepción de las situaciones históricas en que está inmerso y del modo en que ciertas estructuras de sentimiento y retórica enlazan con determinadas corrientes históricas y formulaciones sociales de sus contextos. Sólo así se accede a la red de relaciones que lo sustenta. Hay que ponerse- dice- en el punto de vista del autor, a sabiendas de que no puede ser soberano absoluto de lo que dice.
En todo caso, esta filología humanística entendida como resistencia, amparada en el ejemplo de la literatura y su riqueza de matices, es un arma para enfrentarse con fórmulas como “eje del mal” (¿cómo se articula esa oposición del “bien” y el “mal” abstractos? ¿no se está jugando con la palabra “eje” que a las personas de cierta edad les recuerda automáticamente el nombre que recibió la alianza de Alemania, Italia y Japón durante la Segunda Guerra Mundial?, etc. etc.), a través de cuyo análisis el intérprete puede situarse simultáneamente dentro de su mundo, el de la historia de la literatura, y fuera de él, en el mundo ancho del presente donde circulan ideas y valores

Además se debe leer en busca de la estética, que Said reivindica en la estela de Adorno como categoría diferente y en oposición irreconciliable con la depredación de la vida cotidiana, de la que el arte paradójicamente deriva, en una oposición dialéctica que depende de la historia pero no es reductible a ella. Y además recurre al inigualado modelo de Spitzer y su búsqueda del “étimo espiritual”, a su viaje hermenéutico desde la superficie del texto a su “forma interior”, y desde ahí de vuelta a la superficie, al Zirkel im Verstehen (“leer es haber leído, comprender, haber comprendido”), sin más garantía que la responsabilidad propia, que el compromiso del lector. Aunque toda afirmación sea provisional, la comprensión crítica es posible, entre otras cosas porque se comparte con una comunidad de lectores, tal como ocurre en el sistema de lecturas interdependientes del Corán, llamado isnad; para lograrlo es necesario un compromiso personal, que en árabe se llama ijtihad (de la misma raíz que jihad, guerra santa y esfuerzo espiritual). Ese esfuerzo interpretativo, aunque reprimido por la ortodoxia salafista (que impone la pertinencia única de los antepasados piadosos --as-salaf al-salih--) ha estado siempre ahí, en diverso grado, arguye Said.

En todas estas tradiciones se lee en busca del significado, lo cual es un ejercicio de resistencia. A juicio de Said, en la lectura de cerca, en la lectura filológica puede anclarse la noción de resistencia. ¿Resistencia a qué? Al neoliberalismo, a la codicia del mercado libre, al imperialismo, que se presentan y se representan siempre en forma de mensajes prefabricados y deificados, es decir al lenguaje generalizador y falsificador del poder, pero también a las jergas especializadas de pretensión teórica, que sustituyen una prefabricación por otra y que en cierta medida se han institucionalizado al convertirse en pequeñas técnicas pedagógicas tan desecantes como la explicación de textos a las que la teoría se opuso en los años sesenta del siglo XX, con un ingenio notable y puesto al servicio de la subversión y la oposición a lo establecido (ver Antoine Compagnon, Le Démon de la théorie, París, Seuil 1998). Una parte de la teoría ha seguido una trayectoria análoga a las vanguardias que hoy llamamos, en flagrante paradoja, históricas. También Eagleton, por cierto, coincide (After Theory, 2003) en que la fundamental teoría de hace cuarenta años se ha concentrado en lo privado a expensas de lo público, en un manierismo superespecializado que nos lleva a olvidar su capacidad para fundamentar intentos de emancipación. Incluso cuando en el nivel de la enunciación preconizan la crítica, en el del enunciado son presentadas como palabra sacralizada, de la que no se puede disentir sin caer en el abismo, llámese “formalismo”, “ideología pequeñoburguesa” o como se quiera (y es obvio que la situación comunicativa de una clase es todo menos simétrica; generar competencia crítica en los alumnos o aterrorizarlos con un dogma normativo es algo que está casi exclusivamente en manos del profesor).

Sin prolongar esa digresión, debe confiarse en que la Universidad – también, desde luego, las americanas- es aún un lugar donde ejercer esa resistencia (aunque el espacio vaya siendo cada vez más escuálido, como se demuestra ahora en España con el seguidismo servil de los llamados criterios de convergencia con Europa).
Así pues, el humanismo que persigue Said es una “técnica del conflicto”. De nuevo, el tiempo y el lugar desde los que habla son específicos: la superpotencia y su política; pero al mismo tiempo son los nuestros: cuando una voz en la CNN, por ejemplo, dice “nosotros” y “ellos”, ¿con quien nos identificamos? La alerta filológica es la que nos indica nuestra posición: no hables por mí, no hables en mi nombre. El humanismo, además, nos lleva a lo olvidado, a los silencios, al mundo de la memoria, a las palabras otras que viven debajo de los discursos oficiales esperando que alguien las escuche

En todo caso, esta filología humanística entendida como resistencia, amparada en el ejemplo de la literatura y su riqueza de matices, es un arma para enfrentarse con fórmulas como “eje del mal” (¿cómo se articula esa oposición del “bien” y el “mal” abstractos? ¿no se está jugando con la palabra “eje” que a las personas de cierta edad les recuerda automáticamente el nombre que recibió la alianza de Alemania, Italia y Japón durante la Segunda Guerra Mundial?, etc. etc.), a través de cuyo análisis el intérprete puede situarse simultáneamente dentro de su mundo, el de la historia de la literatura, y fuera de él, en el mundo ancho del presente donde circulan ideas y valores. Así pues, el humanismo que persigue Said es una “técnica del conflicto”. De nuevo, el tiempo y el lugar desde los que habla son específicos: la superpotencia y su política; pero al mismo tiempo son los nuestros: cuando una voz en la CNN, por ejemplo, dice “nosotros” y “ellos”, ¿con quien nos identificamos? La alerta filológica es la que nos indica nuestra posición: no hables por mí, no hables en mi nombre. El humanismo, además, nos lleva a lo olvidado, a los silencios, al mundo de la memoria, a las palabras otras que viven debajo de los discursos oficiales esperando que alguien las escuche.

En su cuarta lección, Said se concentra en un modelo concreto de filología histórica que desde siempre guió su obra crítica, y que en absoluto es desconocido en el ámbito hispánico: se trata de Mimesis de Erich Auerbach, publicado por primera vez en 1942 y traducido en español en 1950 por I. Villanueva y Eugenio Ímaz para el Fondo de Cultura Económica de México, tres años antes de su aparición en inglés. (Solamente con esos datos cualquiera puede conocer la presencia y la ausencia de ese libro en la Península: se tradujo pronto, digamos a su tiempo; se tradujo en el ámbito del exilio, es decir a destiempo para que ejerciera en España un efecto análogo al producido en los ámbitos germánico y anglosajón).

Esta obra maestra del humanismo tiene también su leyenda y su moraleja específica del siglo XX: se escribió en Estambul, puerto de salida de muchos profesores judíos alemanes hacia la emigración (Spitzer, que también pasó por allí, dijo que el Departamento de Filología Románica de Estambul fue en esos años el mejor del mundo). Alemania tuvo –y sigue teniendo- una relación privilegiada con Turquía desde antes de la Primera Guerra Mundial. Y hasta el exterminio nazi Turquía la tuvo con el mundo hispánico, por cierto, puesto que su colonia de judíos sefarditas, que seguían hablando ladino, es decir español, fue una de las más pujantes del mundo. En ese medio, hoy desaparecido, se escribió Mimesis: la representación de la realidad en la literatura occidental. Y ese medio hizo posible la escritura del libro; como confiesa el propio autor, si hubiera estado en Alemania, el peso de la bibliografía y el positivismo en el cual se formó hubieran imposibilitado el extraordinario y ambicioso esfuerzo sintético del libro, que va desde Homero y la Biblia hasta Virginia Woolf y Marcel Proust. Como es sabido, el libro se monta sobre una serie de textos comentados desde el punto de vista retórico, sin apenas referencias bibliográficas. En la pura paradoja de un prusiano judío exiliado en tierra islámica y dedicado a escribir un libro sobre Europa en cuyo centro simbólico se sitúa el poeta cristiano Dante Alighieri hay un autor nacido en 1892, educado en el Französisches Gymnasium, Doctor en Derecho (Heidelberg) en 1913, soldado en la Primera Guerra Mundial, Doctor en Lenguas Románicas en la Universidad de Greifswald, Bibliotecario de la Biblioteca del Estado Prusiano (1923-1929), traductor de Vico y autor de un importante trabajo sobre Dante. Es decir, un romanista, de la estirpe modélica y extinta que produjo a Vossler, Curtius, Spitzer, Krauss, maestros en las lenguas y literaturas derivadas del latín, vivas y muertas, del portugués al rumano, pasando por el antiguo provenzal y los dialectos italianos, con todas sus implicaciones lingüísticas, históricas, culturales, filosóficas y literarias.

Desde el punto de vista teórico, esta extraordinaria Filología Románica del primer tercio del siglo XX dependió sobre todo de la obra de Wilhelm Dilthey, con su distinción entre Naturwissenschaften y Geistwissenschaften. La literatura pertenece al domino de esas “ciencias del espíritu”, donde prima la vivencia (“Erlebnis”) capaz de ser apresada por la empatía o simpatía (“Einfühlung”) del crítico. Auerbach tuvo empatía con Vico (y de ahí el Vico predilecto de Said) y desde luego con Goethe y su utopía de una “Weltliteratur”o “Literatura mundial” a la que corresponde un estudioso a quien no le bastan los límites de una nación, pues su “patria filológica es la Tierra”.

Said subraya algunos de los aspectos más personales de este libro poco convencional, cuya tesis es relativamente sencilla: en la literatura clásica, la separación de los estilos es radical; su mezcla viene sólo con el cristianismo. En el célebre primer capítulo contrapone dos modelos iniciales, el estilo paratáctico de Homero, “una descripción bien ordenada, uniformemente ilustrada”, donde todos los elementos están en primer plano y “en un constante presente, temporal y espacial”, y el sacrificio de Isaac en la Biblia, con su “silencioso caminar a través de lo indeterminado y provisional” , donde “todo queda inexpresado”. No cabe más diferencia entre los dos estilos sublimes. La Biblia tiene una pretensión de verdad “tiránica” y requiere por lo tanto ser interpretada; el relato está escandido por las apariciones del Dios único y oculto que dirige la historia universal. La necesidad de interpretar conecta las historias del Antiguo Testamento con las del Nuevo mediante la interpretación figural llevada a cabo en los primeros siglos del cristianismo, según la cual el Antiguo Testamento prefigura el Nuevo, que a su vez puede ser leído como realización figural y carnal del Viejo. Con el cristianismo, los estilos se mezclan y se despliegan las posibilidades de representación de lo real. Para Said, la tensión entre el cuidado exquisito con que Auerbach trata los vericuetos del simbolismo cristiano y sus análisis resueltamente seculares es uno de los puntos más estimulantes del libro. En su comentario del libro de Auerbach selecciona tres momentos: “Fortunata”, donde se parte de sendos pasajes de Petronio y Tácito para contraponerlos al relato de la negación de San Pedro en Evangelio de San Marcos, donde un personaje vulgar aparece como “la imagen del hombre en su sentido más alto, más profundo y más trágico”, el episodio de “Farinata y Cavalcante” en la Divina Comedia, con su dialéctica de lo trascendente y lo concreto donde prevalece la representación de lo radicalmente humano, y “El músico Miller”, sobre Schiller y su “drama burgués”, donde el eclipse de lo divino da paso al historicismo, un modo dinámico, multiperspectivístico e inmanente de representar la realidad. Un modo en el que Alemania no supo desenvolverse, aunque sí Francia e Inglaterra.

En todo caso, concluye Said, hablando en el fondo de sí mismo, de su obra y del legado metodológico que nos deja, “[…] el triunfo de Mimesis, así como su inevitable fallo trágico, es que la mente humana al estudiar representaciones literarias del mundo histórico sólo puede hacerlo como lo hacen sus autores, desde la perspectiva limitada del tiempo propio y de la obra propia”.

Cada día que pasa es menos desdeñable este múltiple legado.

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(*)“Entendemos el humanismo como el intento de restituir al hombre la conciencia de su valor, de trabajar para limpiar la civilización moderna de la barbarie capitalista”, “Ponencia colectiva”, Hora de España, nº VIII, Valencia, agosto de 1937, pág. 92. Firmada por Antonio Sánchez Barbudo, Ángel Gaos, Antonio Aparicio, Arturo Serrano Plaja, Arturo Souto, Emilio Prados, Eduardo Vicente, Juan Gil-Albert, José Herrera Petere, Lorenzo Varela, Miguel Hernández, Miguel Prieto y Ramón Gaya.
(**) Humanism and Democratic Criticism, Nueva York, Columbia University Press, 2004.