AUTOR
José Díaz Herrera

    GÉNERO
Investigación

    TÍTULO
Los mitos del nacionalismo vasco

    OTROS DATOS
Prólogo de César Vidal. Barcelona, 2005. 887 páginas. 27,50 €

    EDITORIAL
Planeta



José Díaz Herrera

José Díaz Herrera


Reseñas de libros/No ficción
La oscura historia del PNV: traición a la II República, delación de la izquierda latinoamericana y otras cosillas
Por Rogelio López Blanco, sábado, 3 de diciembre de 2005
Resulta complicado valorar este libro. Tiene muchos aspectos positivos, sobre todo un extraordinario trabajo de documentación. Pero también se pueden apreciar otros negativos, como una redacción apresurada, con la consiguiente presencia de numerosos gazapos y equivocaciones, una estructuración deficiente y un acusado partidismo. No obstante, lo bueno se impone porque la obra, a partir de fuentes nunca antes consultadas por ningún investigador, aporta novedades relevantes sobre la historia del Partido Nacionalista Vasco.
La primera mitad del libro, la dedicada a describir la actuación de la cúpula dirigente de la organización fundada por Arana durante la Guerra Civil y la posguerra, aparece repleta de novedades reveladoras, estupefacientes muchas de ellas, que desmontan por completo los mitos sobre los que ha construido su prestigio el PNV. Aunque algunos de ellos ya habían sido revisados críticamente por historiadores y estudiosos, la contribución del periodista José Díaz Herrera es demoledora. Para ello echa mano de documentos desclasificados a petición suya de archivos públicos y privados de Estados Unidos, Francia e Italia, además del de la policía nacional. Junto a este valioso material, también cuenta con el del propio PNV, aquel que los alemanes incautaron cuando fue tomada la capital parisina, donde el partido tenía su sede en el exilio en 1940.

Queda así desenmascarado el muy desleal comportamiento del líder nacionalista Aguirre y los suyos hacia las autoridades de la Segunda República en plena guerra. Desde la negativa a cualquier tipo de coordinación en las operaciones y la autosuficiencia arrogante, llegando al límite del suicidio con la que encararon la situación bélica, hasta la traición directa con la entrega de Bilbao y su industria armamentística intacta al enemigo o el ignominioso acuerdo de Santoña, que no sólo supuso la rendición unilateral, desamparando de tropas y dando la espalda a quienes combatían en la defensa de Santander, sino que también conllevó la destrucción militar de la defensa republicana al facilitar la entrada de espías italianos, cuya misión era ultimar los detalles de la rendición, que pudieron informarse a fondo de la disposición de las fuerzas del Frente Popular. Por último, destaca el hecho de que muchos batallones de gudaris se pasaron al bando enemigo, en número que el autor cifra en 10.000.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Aguirre se involucra en un plan para convencer a las autoridades nazis de que, una vez ocupen España, promuevan la creación de un protectorado vasco a uno y otro lado del Pirineo

Aguirre, que estuvo tanteando sumarse al alzamiento, obsesionado por alcanzar el Estatuto, forzó la cesión en el inicio de la conflagración aprovechando el apuro de las autoridades republicanas. Una vez obtuvo el título de lehendakari, encaminó sus esfuerzos a instalar una administración independiente, tanto civil como militar, buscando reservar a sus efectivos hasta la lucha final contra los provisionales aliados. Esta concepción explica su renuencia a aceptar las órdenes del gobierno, de tal modo que debilitó la capacidad militar y defensiva del frente norte hasta el extremo que puede ser considerado uno de los causantes principales de la derrota.

El autor subraya que las tropas del PNV huyeron en su mayor parte a Francia o se cambiaron de bando. De los nacionalistas encarcelados, políticos y combatientes, la mayoría salió pronto de las prisiones y campos, si se compara con lo que sufrieron los milicianos de las formaciones del Frente Popular. En definitiva, para Díaz Herrera el legendario arrojo de los gudaris carece de fundamento tanto como la versión de que hubo una particular represión contra las provincias vascas. No es que los soldados del gobierno vasco carecieran de virtudes guerreras, la explicación de su falta de combatividad está en la reserva con la que Aguirre encaró el conflicto, tratando de sacar un imposible partido de una situación cuyos términos no quería comprender ni aceptar. Sobre las acciones de venganza y atrocidades, las ocurridas en las cárceles y barcos-prisiones bajo la autoridad de la administración vasca, alcanzaron unos límites estremecedores. Basta contrastar el hecho de los catorce curas fusilados por los denominados nacionales, según el autor por espionaje y colaboración militar, con los más de cien de la represión del otro bando. Por último, tampoco hay nada de verdad en que fuera una lucha entre Euskadi y España, puesto que la mayor parte de los soldados que tenían enfrente eran alavases y navarros.
El caso es que el servicio vascos de información no sólo sirvió para informar y desmontar las tramas del Eje, sino también para proporcionar valiosos datos del exilio español y de las organizaciones y líderes latinoamericanos nacionalistas o de izquierdas, sobre todo una vez desatada la Guerra Fría

Durante la Segunda Guerra Mundial, Aguirre se involucra en un plan para convencer a las autoridades nazis de que, una vez ocupen España, promuevan la creación de un protectorado vasco a uno y otro lado del Pirineo. A este proyecto dedicó cuatro meses en Berlín durante el año 1941, además de instar a sus subordinados en París a que mantuvieran óptimas relaciones con los alemanes. Para el lehendakari, la cuestión racial era la clave que podía despertar la simpatía de los nuevos dueños de Europa.

Fracasado el plan, la siguiente apuesta fue poner a disposición de los norteamericanos toda la red del partido en Latinoamérica, militantes y simpatizantes, explotando las relaciones de paisanaje con las colonias vascas y, sobre todo, la presencia de numerosos clérigos vascos. Estados Unidos estaba obsesionado con la influencia de Alemania en su “patio trasero”, en particular a través de la España de Franco. El caso es que el servicio vascos de información no sólo sirvió para informar y desmontar las tramas del Eje, sino también para proporcionar valiosos datos del exilio español y de las organizaciones y líderes latinoamericanos nacionalistas o de izquierdas, sobre todo una vez desatada la Guerra Fría. El ejemplo paradigmático de esta implicación es el caso de Galíndez, cuya imagen sale muy malparada de las páginas de este libro.

La otra mitad del libro aporta menos novedades. Destaca la descripción de la continuidad y hondura de las relaciones subterráneas del PNV con ETA, en el franquismo y durante la democracia, hasta hoy mismo. En particular, el autor señala la utilidad que ha tenido el terrorismo como instrumento de los nacionalistas moderados para negociar las constantes cesiones del Estado. También sobresale la relación de los nacionalistas con el clero vasco, un capítulo dedicado a rastrear los privilegios económicos de las provincias vascas desde principios del siglo XIX hasta la actualidad. Por último, está la nueva situación, desde que, tras la caída del Muro, los nacionalistas han decidido apostar por la secesión.

Aquí ya entramos en un análisis más apasionado, de tintes patrióticos, casi un desahogo que menoscaba lo que los simples datos dejarían patente por sí mismos a la vista del lector que busque datos y reconstrucciones, no alegatos. El mismo periodista lo confiesa, el libro está escrito en el contexto de la etapa en que los socialistas han vuelto al poder. La visión del gobierno y de las intenciones que atribuye a Zapatero supera la calificación de catastrofista, particularmente porque el autor le considera, junto con el gobierno, como el “verdadero instigador, cómplice provocador” de la “ruptura de España”. Una cosa es suponer incompetencia, torpeza o inanidad, pero nadie que desee mantenerse en el poder a toda costa, aliándose para ello con los que quieren destruir el Estado como argumenta en otro lugar, es tan necio como para destruir la estructura territorial del país sobre el que quiere mandar, aunque solo fuera porque perdería las elecciones en cuanto se cumpliera lo denunciado.

Una pena si se tiene en cuenta el estimable aporte de Díaz Herrera cuando simplemente pone en su contexto frases como las de Arzallus durante el debate constitucional (1978), “No hemos venido aquí, ni ésa es nuestra pretensión, a establecer un trampolín ni una plataforma para la secesión (...) No buscamos en la palabra `nacionalidades´ ni en la autonomía un trampolín para la secesión” o cuando sostiene en declaraciones a Deia en 1985, “Si no hubiera sido por lo que implica ETA, no hubiéramos tenido este estatuto, y quizá en el día que las bombas terminen acabarán los contenidos autonómicos”. En fin...