AUTOR
Antonio Elorza

    GÉNERO
Ensayo

    TÍTULO
Tras las huellas de Sabino Arana. Los orígenes totalitarios del nacionalismo vasco

    OTROS DATOS
Madrid, 2005. 362 páginas. 17 €

    EDITORIAL
Temas de hoy



Antonio Elorza

Antonio Elorza


Reseñas de libros/No ficción
En el nombre del padre
Por Rogelio López Blanco, lunes, 3 de octubre de 2005
Entre otros asuntos de gran interés, como el integrismo islámico o el fenómeno terrorista, el profesor Antonio Elorza es un antiguo y consumado especialista en el tema vasco, sobre el que ha escrito varios libros y numerosos artículos, siempre reveladores y perspicaces. En el trabajo de investigación que ahora presenta, un libro de lectura imprescindible para quienes pretendan conocer con rigor los antecedentes que todavía gravitan sobre la actualidad, estudia los orígenes de los elementos constituyentes de la doctrina de Sabino Arana, el núcleo de su ideología y cómo se mantiene su herencia en el movimiento nacionalista, en sus distintos partidos, organizaciones y hasta escisiones, y en la forma que adoptan los proyectos, hasta el mismísimo plan Ibarreche.
El trabajo es fruto de una larga labor de investigación que se edita en forma de ensayo. Sin embargo, aunque se puede leer sin que se escape nada sustancial, y los lectores no especializados seguramente lo agradecerán, el hecho es que se han omitido elementos importantes como el aparato bibliográfico, notas a pie de página, documentación y fuentes primarias consultadas y demás, ingredientes necesarios para un debate académico exhaustivo acerca de un texto tan relevante. Tampoco ayuda prescindir del índice onomástico. Esperemos que el éxito de ventas que merece la obra anime a la editorial a publicar el trabajo con la totalidad de su aparato y apéndices.

Pero, ya se ha mencionado, lo importante es la sustancia y ésta permanece intacta. El somero armazón del corpus doctrinal elaborado por el padre del nacionalismo vasco no es simple producto de la imaginación ni puro invento, Arana Goiri cosecha un conjunto de elementos que proceden, primero, del Antiguo Régimen, el fuerismo (limpieza de sangre, nobleza universal, racismo institucionalizado como soporte sociológico del régimen foral, es decir, de las instituciones de autogobierno hasta el siglo XIX, independencia originaria, belicosidad de los vascos, plano mítico-religioso --Túbal, sobrino de Noe— y mítico-cultural –la lengua--,) y el protonacionalismo del XVIII, reflejo reactivo ante la presión borbónica (pueblo escogido, amenaza de escisión ante violación de los fueros como expresión de libertad, complejo de superioridad) y la reacción contra la Revolución francesa y el laicismo (refugio en los valores cristianos ante la irreligiosidad que acompaña a la modernidad, idealización del mundo agrario). Segundo, las guerras carlistas (que popularizan la discriminación de origen biológico al calificar a los liberales de “negros”, que son interpretadas como expresión de la voluntad indómita de los vascos, también vistas como guerra de la independencia frente a España por Chaho –década 1830—quien articula la primera expresión del anticastellanismo racial, ensalzamiento de los vascos como pueblo libre y católico contra la España atea y liberal). Tercero, el trauma del mundo tradicional y los tradicionales grupos dominantes por la industrialización acelerada de Vizcaya desde 1876 (xenofobia y transferencia del racismo latente hacia los inmigrantes). Al análisis de los mismos dedica Elorza el primer capítulo.
Sabino Arana crea una religión política de la violencia por la patria vasca. Tal evangelio conlleva tres consecuencias. La primera es que la violencia (el odio) contra el enemigo es indisociable del mensaje de Arana. La segunda procede del hecho de que su administración es inconveniente según qué circunstancias, por tanto, Arana establece la pauta marcada por Ignacio de Loyola para la Compañía de Jesús, absolutismo en los principios, manteniendo el control de la organización mediante una severa disciplina y pragmatismo en la actuación a tenor de las circunstancias. La tercera es el totalitarismo capilar, la tendencia a penetrar y modelar a la sociedad vasca

Según señala el profesor, lo específico del nacionalismo vasco, frente a otros movimientos, es que su prehistoria llegue al Antiguo Régimen. A esto se suma el contexto histórico de supervivencia dilatada de una ideología tradicional y de agonía de los fueros, en el marco de una sociedad agraria en crisis por la pujante industrialización, cuando interviene Arana, representando a los grupos de poder autóctonos afectados por los grandes cambios, que transforma esa tradición defensiva y arcaizante y procede, este es su aporte fundamental, a su “articulación agresiva” con objetivo final de alcanzar la hegemonía. Elorza dedica tres capítulos al estudio del pensamiento del fundador del nacionalismo a través del análisis de unas obras --canciones patrióticas, ensayos históricos, artículos y tragedias-- en las que aquella se encuentra compendiada y articulada. Cuatro son los elementos heredados que emplea. La raza ocupa una posición central en la construcción doctrinal: el racismo biológico, análogo al alemán, no fue algo episódico, pues quedaría sin explicación la carga de violencia en la historia del nacionalismo vasco. La sacralización legitima y ennoblece el racismo biológico de fondo y habilita la transformación del nacionalismo en una fe religiosa orientada a la redención de la patria mediante la independencia. La invocación foral evidencia la opresión de España y fija un objetivo político claro, acorde con la lógica de la exclusión racial. La lengua amenazada, seña de identidad del pueblo originario, actúa como complemento del vector racial.

Sabino Arana, por tanto, crea una religión política de la violencia por la patria vasca. Tal evangelio conlleva tres consecuencias. La primera es que la violencia (el odio) contra el enemigo (procedente del carlismo, el fuerismo y la agresividad integrista) es indisociable del mensaje de Arana. La segunda procede del hecho de que su administración es inconveniente según qué circunstancias, por tanto, Arana establece la pauta marcada por Ignacio de Loyola para la Compañía de Jesús, absolutismo en los principios, manteniendo el control de la organización mediante una severa disciplina y pragmatismo en la actuación a tenor de las circunstancias. De ahí que Elorza, a partir de su indagación, prefiera hablar de la doble vía, radical y moderada, para alcanzar el mismo fin, la independencia, que de las dos almas del PNV. La tercera es el totalitarismo capilar, la tendencia a penetrar y modelar a la sociedad vasca, lo que han practicado con fruición tanto el PNV a lo largo de su historia como el conglomerado de organizaciones lideradas por ETA desde la Transición.

Partiendo de estos fundamentos, hasta el final del libro, Elorza rastrea el legado sabiniano en el movimiento nacionalista, en el PNV y sus escisiones, incluyendo a ETA. Lo más interesante del conjunto de cuestiones que va desvelando es que descubre la entidad de la proyección sabiniana y la vitalidad de su doctrina hasta el día de hoy. Una suerte de cordón umbilical que es expresión de la continuidad de su legado a lo largo de la historia del PNV y que se manifiesta en toda su plenitud, después del ejercicio de posibilismo autonomista, especialmente con la radicalización soberanista desde 1995 y sobre todo con el plan Ibarreche. Y lo mismo, y esto es más admirable debido a los contenidos y modos revolucionarios, vale para la banda terrorista ETA. Es evidente que el lenguaje de ambas organizaciones se ha modernizado y el vocabulario ha sido renovado, depurando los elementos más arcaicos o poco presentables, como el de la raza, colado de matute con el componente étnico del idioma, pero los elementos de fondo permanecen: la exclusión del enemigo a través de la violencia explícita o institucional (hasta la muerte en el caso de ETA, la negación de la nacionalidad vasca en el plan Ibarreche), la soberanía originaria de un ente suprahistórico (un mito hecho realidad) y el consiguiente derecho a la autodeterminación y a la autoconstitución como ente soberano expresada en la ponencia “Ser para decidir” (enero 2000) y canalizada constitucionalmente en el proyecto Ibarreche, la territorialidad (el mito de la Euskal Herría unida de Arana)...

Caben pocas dudas de que por su extraordinaria calidad, el acertado esfuerzo de la indagación y su utilidad como instrumento de conocimiento de la realidad, estamos ante uno de los grandes libros del año, y algo más. Animo a los lectores, pues, a que emprendan la lectura de este estudio capital, con toda seguridad comprobarán al final que el esfuerzo habrá valido la pena.