AUTOR
Julio Llamazares

    GÉNERO
Novela

    TÍTULO
El cielo de Madrid

    OTROS DATOS
Madrid, 2005. 256 páginas. 18,95 €

    EDITORIAL
Alfaguara



Julio Llamazares

Julio Llamazares


Reseñas de libros/Ficción
Cuando Madrid volvió a ser capital
Por Rogelio López Blanco y Rosalía de Frutos, domingo, 29 de mayo de 2005
Julio Llamazares presenta una etapa de la historia madrileña marcada por el dinamismo y la efervescencia de los acontecimientos políticos, sociales y culturales. Carlos, el protagonista, relata desde un presente más óptimo su llegada a la capital, así como sus recuerdos agridulces de aquel mundo evanescente, cargado de ilusiones y de sueños, pero a la vez tan frágil y delicado que cualquier contratiempo podía romper. Hay una invitación a reflexionar sobre el fluir del tiempo, la fugacidad de la vida y la soledad. Quizá lo más interesante sea el explícito homenaje a la ciudad de Madrid, que se observa claramente en el título y en la portada del libro, marco urbano de referencia, del autor y de una generación, de la que el protagonista, y quizá el autor, aparecen como deudores insatisfechos.
La estructura se organiza en torno a los cuatro círculos de la Divina Comedia, limbo, infierno, purgatorio y cielo. Una estructura que adopta una forma semicircular, que lleva al personaje de una vida en la que carece prácticamente de conciencia de sí mismo a la final percepción de su yo, a través de un viaje interior durante el que se busca sin llegar a encontrarse hasta la brusca y forzada salida final.

En la narración se aprecian al menos dos grandes temas, el sujeto y el paso del tiempo, que se entreveran, transbordándose los elementos que los componen de uno a otro en un continuo fluir, con un telón de fondo, la ciudad, que actúa como marco de referencia imprescindible para que esos dos asuntos puedan ser comprendidos en su dimensión espacial y temporal.

EL SUJETO

Carlos, al igual que muchos otros jóvenes, llega a Madrid, a mediados de los setenta, cargado de ilusiones con la esperanza de ver hechos realidad sus sueños. Pronto se acostumbra al ambiente madrileño y comienza a frecuentar los centros de moda, los bares, el “Limbo” era uno de ellos. Allí tenían su cuartel general nocturno pintores, poetas, gente sin profesión conocida, filósofos, músicos, actores y, sobre todo, bebedores. Gente que no tenía que madrugar y en cambio vivía la noche.

El protagonista es el arquetipo de la generación representativa de una etapa sociológica y cultural muy caracterizada de la vida española, el período de la “movida” madrileña. ¿Por qué española cuando se ubica en exclusiva en Madrid, aunque posteriormente irradie a toda España? Porque quienes la componen proceden de todas partes, capitales de provincia, ciudades y pueblos (esto queda muy bien reflejado en el texto, Carlos es de Gijón, Suso, su mejor amigo, de La Coruña, y así otros). Es gente inquieta, disconforme con el horizonte vital, profesional e intelectual que les ofrece su lugar de origen y que, sedienta además de un cierta peripecia aventurera, busca ampliarlo trasladándose a la capital.

Madrid es la meca donde se espera que cobren realidad esas expectativas de futuro. De este modo, la ciudad se convierte en un territorio de exploración y vivencias en el que, además, la confianza se deposita en un futuro que realmente queda muy lejos de estar asegurado. Al acotar el espacio vital, se confunde el terreno con la realidad total, de tal modo que se advierte la convicción de que esas expectativas fertilizarán automáticamente por el mero hecho de encontrarse allí.

Aquí viene el batacazo con la realidad. Madrid es un rico campo de oportunidades, un lugar de enorme potencial para socializarse, pero también, por su condición de capital populosa que capta energías que proceden de todo el país, es un espacio terriblemente competitivo y exigente, por tanto, hostil, donde la disputa por el éxito, por el solar donde construirse profesionalmente, es dura y hasta feroz en ocasiones. La interacción entre los sujetos es, a menudo, como muestra la obra, interesada o instrumental, no apta para quienes quieren ejercitarse en la pureza de los principios.

El tipo de relaciones personales que se establecen en una ciudad tan abierta como Madrid, que inicialmente es óptima para la inserción de quienes vienen de provincias, crea la falsa impresión de facilidad en el acceso a todo, de tener la generalidad de las cosas importantes al alcance de la mano (posición, éxito, consagración, medio de vida destacado, etc.). No es así, como se ve cuando los pocos personajes que aparecen esbozados en la novela van desapareciendo, con la sensación de frustración (como Suso, un ejemplo de encarnizamiento en la disyuntiva, que prefiere la vida a la escritura) o enfermos de fracaso.

Las características personales del protagonista también pueden ser extrapoladas, otra vez como arquetipo, a toda la generación. Carlos, el pintor, centro de todo el relato y protagonista casi absoluto de su propia narración es un tipo inmaduro, indeciso y simplificador. Carece de conciencia de sí mismo. Se plantea las cuestiones en torno a disyuntivas, sin matices, es incapaz de graduar la entidad de los problemas que tiene que afrontar, por tanto, los magnifica o deja que se pudran. Tampoco tiene aptitudes desarrolladas para aceptar las consecuencias de sus decisiones, ni siquiera se plantea prever que esas opciones tienen resultados que pueden ser indeseables. Por tanto, anda a remolque, y se refugia en la disculpa de que ese es su destino. Tiene que venir alguien de fuera, ajeno a la ensoñación autocomplaciente (la camarera y futura mujer, su hijo...) para que despierte y tome conciencia, aunque sea momentánea (el caso de la joven argentina Rosalía), de su estado.

Incurre en las disonancias cognitivas características de su grupo. Por un lado, a la hora de hablar es un rabioso defensor de los principios, de la búsqueda del arte por el arte, hasta encontrar la belleza, mostrando su desprecio a los que mercadean con su pintura, a los que no tienen afán de entenderla (galeristas, gente del mundillo de arte, marchantes, aficionados,...), pero, al mismo tiempo, en la manifestación de su vida cotidiana, no tiene ningún empacho en reconocer que, por sus necesidades económicas, debe prestarse a seguir el juego, hasta repetirse de una forma de pintar que le hastía por reiterativa. En un momento dado, utiliza como pretexto para autojustificarse la relación de semiesclavitud que mantiene con su galerista Corine a causa de una deuda que arrastra desde los primeros tiempos en que apenas vendía.

EL PASO DEL TIEMPO

Este factor es un elemento esencial en la construcción de la novela. Revela la forma en la que el protagonista se relaciona con la vida. Sólo es intermitentemente consciente de su paso, como cuando percibe el agotamiento de esa fase de la juventud que culmina en su última noche en el pub Limbo. Sin embargo, en otros momentos simplemente deja que transcurra, con esa inconsciencia ilusa de que el tiempo le espera, de que el tiempo es como el espacio, siempre está ahí, al igual que esa última noche eterna en el Limbo. Hasta que se tropieza de bruces con la realidad, del vértigo que queda tras su paso.

La mencionada última noche en el Limbo es una tramo muy esclarecedor de la forma de concebir la vida a través de la noche, una disposición de permanente expectativa, de casi infinitud, aguardando a que algo ocurra. Es el espacio del Madrid nocturno, en el que no existen las reglas y obligaciones que tramitan la jornada laboral diurna y en el que, por si eso fuera poco, el tiempo parece congelado, a la espera de que surja la ocasión para la aventura o la experimentación. Se configura así un coto vital de rasgos excepcionales que, resulta, en el recuerdo del protagonista, un puro artificio.

En la evocación todo aparece impregnado de una amargura en general latente, explícita en ocasiones. No hay apenas recuerdos alegres, parece la crónica de una derrota, de una renuncia, cuando resulta que, en casi todos los capítulos vitales importantes, el protagonista tiene éxito. El texto está plagado de una sentimentalidad tristona, sin incurrir jamás en la sensiblería, Sin embargo, se trata de una emoción que no es fruto de la nostalgia. No hay nada que haga pensar en que añore ese mundo del pasado, al contrario lo ve profundamente banal, vacío y apariencial. Quizá ese poso negativo tenga que ver con la conciencia final de que su forma de instalarse en la vida, de concebirla, siempre fue profundamente equivocada.

La soledad que padece el protagonista no es fruto involuntario de su recorrido vital, sino una derivada de la dejadez, una constante de su carácter, que acaba en ensimismamiento. El resultado es la incomunicación y la separación del entorno. De nuevo, percatándose de su soledad y de las secuelas que acarrea, proyecta las culpas sobre los demás, cuando atribuye a los amigos el aislamiento en el que ha devenido su vida.

En consonancia con ese poso de desazón, el pasado es presentado por medio de amplios fragmentos de la memoria, con un aspecto fantasmal, como los amigos y personajes secundarios con las que se relaciona. Con la excepción de la joven argentina Rosalía, dotado de una personalidad decidida, rompedora, atrevida, vital y fresca, alguien de carne y hueso, ninguno aparece cuajado de vida, son fantasmas del pasado, retratos desvaídos, caracterizados con unas cuantas pinceladas de trazo grueso que describe más unas etiquetas de apariencia humana que seres vivos. Ni siquiera Suso, el más penetrante y brillante del grupo, al que dice apreciar como a un íntimo, parece influirle en absoluto. Simplemente, forma parte de la tramoya, en este caso, del decorado humano.

La novela es reveladora, como ya se ha mencionado más arriba, de una época, de una generación y de unos ambientes. Sólo por eso, vale la pena leerla. Pero tampoco se pida más.