GÉNERO
CINE

    TEMA
Crítica de la película Vera Drake del director Mike Leigh (por Eva Pereiro López)

    OTROS DATOS
Países: Gran Bretaña y Francia.
Año: 2004.
Duración: 124 min.
Género: Drama.
Reparto: Imelda Staunton (Vera), Phil Davis (Stan, marido de Vera), Alex Kelly (Ethel, la hija), Daniel Mays (Sid, el hijo).
Producción: Simon Channing Williams y Alain Sarde.
Música: Andrew Dickson.
Fotografía: Dick Pope.
Montaje: Jim Clark.
Vestuario: Jacqueline Durran.





























Magazine/Cine y otras artes
El aborto en los años 50
Por Eva Pereiro López, lunes, 4 de abril de 2005
Londres, 1950. Vera Drake es, como indica su título, el retrato de su protagonista. Madre de dos hijos -ella obrera y él aprendiz de sastre- en los cuarenta, casada con un mecánico, Vera trabaja limpiando suntuosas mansiones de la burguesía inglesa. Corren tiempos difíciles de posguerra pero la familia Drake parece portarse bien, tratando de respetar los valores e intentado evitar cualquier tipo de problema. Excepcionalmente modesta y bondadosa, Vera cuida de los suyos y de los que la rodean de manera ejemplar, sabiendo reconfortar a los más necesitados con palabras de aliento, una sonrisa y una taza de té. Y entre su ir y venir cotidiano, esta mujer menesterosa practica desinteresadamente abortos a jóvenes que necesitan ayuda.
Mike Leigh ha obtenido con su octava película el León de Oro en el Festival de Venecia 2004, y su protagonista Imelda Stauton, el premio por su actuación. La adopción, la dificultad de tener hijos, de asumir su responsabilidad, son temas recurrentes del cine de Leigh (Secretos y mentiras, 1996) que esta vez se centra en el tema del aborto. Leigh situa la acción en la posguerra de los años cincuenta que nos desvela una sociedad sorprendentemente inocente en questiones de vida privada. La ambientación de la película es magnífica gracias al trabajo de documentación realizado.

Sería simplista describir esta película bajo el único punto de vista del trayecto de su protagonista que, convencida de su bienintencionada ayuda, cae en desgracia cuando, después de una de sus prácticas, su “paciente” es ingresada de urgencia en el hospital y la justicia da así con sus pasos. Culpable, será condenada a algo más de dos años de prisión y su familia, destrozada al enterarse de ese oficio que jamás había mencionado, deberá enfrentarse a la vergüenza social.
Los personajes femeninos están excesivamente tipificados: jóvenes inhibidas e inocentes hasta la debilidad o simplemente desvergonzadas, y madres burguesas indiferentes ante el devenir de sus hijas excepto al de su estatus social. Y la guinda se la lleva esa bondad sin fallo de Vera y su inexplicable inocencia ante posibles complicaciones

Leigh no sólo muestra en qué condiciones se registraban estas prácticas sino que las contrapone a las que ciertos médicos realizaban a cambio de sumas considerables a jóvenes de la burguesía sin llamar la atención de la justicia. Hasta aquí nada que oponer si no es una intragable acumulación de estereotipos. Los personajes femeninos están excesivamente tipificados: jóvenes inhibidas e inocentes hasta la debilidad o simplemente desvergonzadas, y madres burguesas indiferentes ante el devenir de sus hijas excepto al de su estatus social. Y la guinda se la lleva esa bondad sin fallo de Vera y su inexplicable inocencia ante posibles complicaciones. Aunque la complejidad del personaje está impecablemente interpretado por Imelda Staunton, resulta inverosímil su infantil inocencia por mucho que el espectador quiera creer en ella con todas sus fuerzas. En esta historia demasiadas cosas resultan blancas o negras y la zona de interferencias apenas existe.

La pregunta que intenta levantar Leigh es evidentemente la de si su protagonista es o no culpable. Es culpable de practicar abortos ante la ley del momento, que posteriormente evolucionó (por lo menos en ese país), a pesar de que existan subterfugios costosos, y por lo tanto a mano de unos pocos, que se llevan a cabo regularmente y permiten eludir el peso de la ley. El denunciar esas prácticas pseudo-legales no exime a la protagonista de su responsabilidad. Es como si Leigh se hubiese equivocado al plantear la pregunta y además forzase la balanza con ese innecesario esmero en presentar la inigualable bondad de Vera para exponer la problemática. ¿Realmente es necesario que sea una “santa”?

A pesar de una escenificación de la época intachable y de una problemática sin duda interesante, no podemos mas que lamentar el modo elegido para su planteamiento.